Revista Expatriados

Maniobra de aproximación

Por Tiburciosamsa


El objetivo era follar esa noche. El objeto del objetivo era la chica alta y delgada con la que llevaba una hora sentado, bebiendo. Los avances producidos en los últimos sesenta minutos para llegar al objetivo habían sido nimios: un brazo pasado casualmente por los hombros de la chica, tan casualmente que todavía no se podía calificar de abrazo; un centímetro de separación entre la pierna derecha de la chica y la suya; cuatro risas arrancadas a la chica, aunque la última había sido hacía quince minutos.
Alberto no hubiera dicho que los avances habían sido nimios. No, habría dicho que su método de aproximación era como el del león. Gradual, lento, que la pieza no se asuste anticipadamente, y caer sobre ella en el momento preciso, implacable. Parte del método consistía en la preparación de la pieza. Ahí había avanzado más. La chica llevaba encima un tercio de cerveza y un bloody mary que estaba en sus últimas boqueadas. Si prestaba atención, podía notar cómo las eles comenzaban a pegársele al paladar las sobrias eses empezaban a transformarse en eshes un poco menos serenas.
Alberto consideró cuál debería ser su próximo movimiento. ¿Bajar la mano hasta estrecharle firmemente el hombro para convertir su postura en un abrazo libre de ambigüedades? ¿Avanzar su brazo libre, el derecho, hasta…? ¿Hasta dónde? ¿Cadera y convertir la cosa decididamente en un abrazo de pulpo? ¿La teta izquierda, para dejar claras sus intenciones? ¿Y si se limitase a un roce casual con el pezón, un gesto ambiguo que pudiera ser explicado como accidente o como provocación en función de la reacción de ella? Muy complicado el uso del brazo derecho. Mejor dejarlo para luego. Tal vez fuera el momento de acercar el rostro, de ver si la vía estaba abierta para darle un beso en la boca. ¿Beso en la boca o piquito en los labios? ¿Y si aguardaba a que pidiese la siguiente bebida? Se acababa de terminar el bloody mary. Seguro que pronto pediría otra cosa. Ésta era de las que beben bien, pero tienen poco aguante.
No vio cómo se acercaba el musculitos del metro noventa y hubiera debido, porque tenía una de esas sonrisas de mutante que brillan en la oscuridad y la combinación de pelo rubio y ojos azules por la que se mueren todos los anunciantes de colonias para hombres muy machos. El musculitos llegó ante la mesa y, sin dirigirle la mirada a Alberto, le preguntó directamente a la chica: “¿Bailas?” “Sí”, respondió ella con una ese de lo más sobria, que no tenía ni sombra de eshe.
Alberto vio cómo el objeto de su objetivo se perdía en la pista de baile. Miró el reloj y se preguntó si todavía llegaría a tiempo para coger a la puta de la esquina que te hacía una paja por veinte euros.

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