Revista Cultura y Ocio

Maquis

Por Cayetano
Maquis

Octubre, 1944.  Noche de lobos en el Pirineo navarro, cerca de Roncesvalles y pegando a la frontera con Francia.  Una casucha de madera perdida entre los árboles.  Unos hombres que quieren recuperar lo perdido tras la derrota del 39.  Lobos, maquis… y la Guardia Civil.  La puerta de la chabola se abre con un quejido y, en el marco, con fondo oscuro, se recorta la figura de un hombre corpulento.  Es Ibarrola. Lleva gorro y chaquetón. Y por las briznas blancas que adornan hombros y bigote, se adivina que fuera está cayendo lo que no está escrito.   - Otra noche de perros. Estoy de la nieve hasta los mismísimos.  - Atranca bien la puerta, no sea que además de la ventisca se nos cuele algún amigo de esos que andan por el monte y bajan a merodear. Esos tienen más hambre que nosotros.  - No hay cuidado, Zubizarreta. Temo más a los guardias civiles que a los lobos.   Llevaban allí cuatro semanas, escondidos, esperando noticias del otro lado. Parece que en París les habían dado para el pelo a los nazis y que tras el Desembarco de Normandía habían liberado el “midi francés”. Y otros españoles, republicanos como ellos, habían jugado un papel muy importante en la resistencia.  Ahora tocaba liberar España de fascistas. Y pronto llegaría a raudales la ayuda francesa. Era cuestión de tiempo.  Eso pensaban.  Iniciar una guerra de reconquista desde las montañas. Desde el Cantábrico a los Pirineos. Con la ayuda de los que ya habían luchado en Europa contra el fascismo.  Esa era la idea. 


Maquis

El avance de la resistencia produciría el levantamiento de la población civil. Para ello era fundamental que los guerrilleros fueran tomando algunas posiciones e ir formando sobre la marcha un contingente de nuevos guerrilleros. Y así, poco a poco, ir avanzando. Como los partisanos yugoslavos… 
 - Hace un frío que pela también aquí dentro. Lástima que no podamos encender fuego.  - El humo se vería desde bastante lejos y sería nuestra perdición. Si no queremos que den con nosotros, tendremos que aguantarnos.  - Para calentarnos tenemos esto- agitó sonriente uno la botella de aguardiente.  - No te pases con el orujo, Zulueta. Y procura tener la cabeza en su sitio. Posiblemente te haga falta y no es conveniente que te la vuelen.  Se pasaba hambre. La comida a veces se reducía a pan negro y un puñado de algarrobas. Si había suerte, algo de queso. A veces les hacían llegar desde las aldeas cercanas algo de carne o judías que se las comían frías. Gentes buenas y comprometidas que se arriesgaban para que ellos pudieran comer algo. Eran los llamados “enlaces”, los que les facilitaban alimentos, municiones, noticias… Funcionaban a través de “estafetas”, lugares convenidos de contacto, bajo una piedra o en el hueco de un árbol, donde los guerrilleros dejaban sus notas con lo que necesitaban.  Algún día, todos reconocerán que los verdaderos héroes de esta guerra de montes no fueron los maquis sino los enlaces, la gente corriente sin armas que se la jugaban por ayudar a los guerrilleros, a veces sin una motivación claramente política, sino tan solo humanitaria. Cuando les pillaban, sabían que les tocaba sufrir la cárcel y la tortura. A muchos los mataron a palos. Y eran ellos los que de vez en cuando les proporcionaban comida. Poca cosa casi siempre. En todo caso, no pasaban más necesidades que muchos españoles civiles en sus hogares. Eran unos años muy duros para casi todos.   -Estas judías frías están realmente asquerosas. Me comería ahora mismo una buena rata asada…  A pesar de las penalidades y de las privaciones, la moral era en un principio elevada. La brigada la formaba un grupo pequeño de hombres armados. Valientes, sin duda; pero pocos. Continúa... 

Fragmento de un capítulo de "En la frontera"

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