(En anteriores capítulos: Marta regresa a Castromar después de muchos años y se reencuentra con Tomás, Ana y Antón, sus amigos de toda la vida. Ana tiene problemas matrimoniales y discute con su marido por el cuidado de su hija. Sarai, les cuenta a Marta y Antón, que el secuestrador de la niña es "el fantasma de la playa", un vagabundo que ronda por el arenal. Las dos amigas recuerdan la noche de la fiesta del pueblo, veinte años atrás, cuando se quedaron dormidas en la playa. Marta coquetea con Antón, pero una llamada inoportuna de su ex novio les interrumpe.)
– VII – Un ruido en el patio me despertó con un sobresalto a las ocho de la mañana. Con los ojos cargados de sueño me dirigí al cuarto de baño para asomarme por la ventana a tiempo de ver un gato callejero saltando por el muro al patio de la casa de al lado. Las ramas del triste limonero, único ser viviente del jardín, se balanceaban rítmicamente y me pregunté si a los gatos le gustarían los limones, luego decidí bajar y prepararme café. Lo necesitaba.A las doce había limpiado un poco la casa, vaciado mi maleta y hecho la compra. Encima de un armario encontré una bonita cesta en la que puse unas cervezas frías y unos bocadillos; cuando salí de casa con la cesta colgando del brazo me sentí como Caperucita a punto de cruzar el bosque. Mi esperanza radicaba en que me rescatara un leñador alto y rubio, con pupilas del color de hojas primaverales reflejándose en un río.Aparqué el coche junto a la ermita de San Antonio, aunque aquella zona seguía siendo del Ayuntamiento de Castromar, estaba a unos tres kilómetros del centro del pueblo. Alrededor solo había unas pocas casas, rodeada cada una de su propia finca y cierre. Caminé un poco con mi cesta y pronto encontré una en cuya fachada había un andamio.–¿Antón? –me asomé a la puerta principal que estaba abierta, al igual que todas las ventanas.–Pasa, estoy al fondo.La habitación en la que estaba trabajando era una gran sala con el techo de madera de pino y las vigas a la vista; vigas que Antón estaba terminando de barnizar.–¿Vas a ver a tu abuelita? –preguntó Antón subido a una altísima escalera. Reí y dejé la cesta en el suelo, observando su trabajo a mi alrededor–. Es la última habitación, todo lo demás está terminado. Si quieres da una vuelta mientras termino aquí.Caminé de habitación en habitación admirando el trabajo que Antón había realizado. La casa era muy hermosa y tenía grandes ventanales desde los que se veía una larga finca que terminaba en un oscuro bosquecillo. A lo lejos se oía a una mujer llamando a su hija y recordé cuando era niña y a la hora de comer la calle se llenaba de los gritos de las madres asomadas a las ventanas avisando de la hora que era.–¿Te gusta? –Antón estaba detrás de mí y ni siquiera le había escuchado venir.–Es una casa preciosa –me asomé a la ventana, el día había amanecido nublado y aún a aquella hora el sol no conseguía atravesar la intensa niebla.–Me imagino que vives en un apartamento –me alargó una de las cervezas de mi cesta, él tenía otra en la mano–. ¿Te gusta vivir en la ciudad? Siempre dio la impresión de que el pueblo se te quedaba pequeño.–Tampoco eso... –protesté, pero luego sonreí aceptando–. Sin embargo, nada ha sido como esperaba. La llamada que recibí ayer...–No tienes que explicarte.–Quiero hacerlo. Verás, estuve saliendo con Roberto durante dos años. El es ... Bueno, es muy guapo, muy atractivo, tiene un buen trabajo, casa propia... Pero no funcionó. Descubrí que el físico no lo es todo. Pensarás que soy una tonta –me senté en el alféizar, rehuyéndole la mirada, avergonzada.–Pienso que eres más lista de lo que te crees –Antón se acercó y me colocó tras la oreja un mechón de pelo rebelde con el que llevaba un rato peleándome; luego sus dedos acariciaron mi mejilla.–¿Hay alguien? ¡Hola! –una mujer estaba ante la puerta principal. Antón se asomó más a la ventana para hablarle.–No hay nadie, solo yo, que estoy trabajando ¿Querías algo?–¿No habrás visto a mi hija? Es una niña de ocho años, lleva un vestido rojo y dos coletas. Llevo un rato buscándola y no sé dónde se ha metido.Una niña desaparecida. Noté como una brisa fría que se colaba bajo mi ropa.Antón me miró preocupado; tragué con esfuerzo el líquido que estaba bebiendo y los dos corrimos hacia la puerta.