Revista Opinión

Marcho, que teño que marchar

Publicado el 31 julio 2011 por Historiadea
No hay mejor cosa que dejar tu blog abandonado durante casi dos meses para que la vuelta al folio en blanco se asemeje a un salto al vacío de esos de ponerte el alma en un puño.
Llevo días y días acercándome y retirándome, como un caracol, a este escritorio de Blogger que tantas satisfacciones me ha dado y que, por mor de las circunstancias, anda lleno de telarañas y tan desatendido como esos viejitos que se consumen de inanición y pena en los geriátricos que denuncian a veces los medios de comunicación.
En esto, como en casi todo, la falta de práctica anquilosa el cuerpo y el espíritu, así que estas primeras líneas después de tanto tiempo sin venir por aquí me están resultando tan complejas como despejar una ecuación de tercer grado o hacer vainica doble con guantes de boxeo.
No será este, por tanto, un post apasionante; puede que ni siquiera interesante habida cuenta de la torpeza con que tecleo a estas horas de la mañana. Sí es, en cambio, un post de esos con sabor a despedida, pues con toda probabilidad será el último que escriba desde el rincón de una casa, de un barrio y de una ciudad donde a menudo me he sentido como Segismundo en la Torre y de los que, por fin, me marcho en breve rumbo a Galicia, esa tierra que amo tanto como a mí misma y en la que mi alma siempre se alza oceánica, impetuosa, libre.
Regreso, después de un cautiverio de tres años, a mis montañas, a mi mar, a la luz blanquísima y cegadora de paisajes donde habita el luscofusco, a la umbría de esas carballeiras repletas de meigallos y humedades donde el tiempo se detiene y el silencio se hace olvido. Lugares mágicos _ para mí sagrados_ en los que deseo ver crecer a mis hijas, que ya son gallegas por apellido y por nacimiento y que verán con sus propios ojos todos los faros del Finis Terrae.
Podría, en un menudeo innecesario, relatar razones miles en virtud de las cuales abandono estos lugares desde los que hoy escribo. Solo diré, en cambio, con la misma simpleza llana, incontestable y abrumadora con que hablan esas lugareñas gallegas que tanto me conmueven...
Marcho, que teño que marchar.

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