Esta es la historia de una foto. ¿Cómo? Entiendo... esperabas un tutorial para reciclar marcos viejitos y maltrechos. En ese caso, puedo reconsiderar mi propósito inicial. Empiezo de nuevo: "este es un post sobre un marco viejito y maltrecho, reciclado para ser el marco perfecto de una imagen". Que no es cualquier imagen. Es mi fotografía preferida.
Reciclar y recordar.
Te cuento un secreto. Bueno... En realidad, no es un secreto. Toda persona que me conozca un poco sabe que no me gusta ser fotografiada. No puedo asumir con naturalidad ser protagonista de la mirada ajena. Si sos amiga de la casa, ya leíste esta confesión cuando publiqué un post sobre la fotografía. En consecuencia, nunca podré ser una fashion blogger y las alfombras rojas del mundo tendrán que esperar por mí. Como te imaginarás, encontrar una foto de La Desmesurada es excepcional. Mi lugar suele ser detrás del objetivo, no delante. Sin embargo, una tarde de abril, después de un almuerzo familiar de extendida sobremesa, mi padre me tomó una foto con Camilo. Un Camilo bebé que me provoca suspiros de nostalgia. No es una foto perfecta. No tengo la más mínima idea de si el balance de blancos es el adecuado. Pasé del glamour -a la distancia se me adivina el joggin- pero me veo serena y sonriente. Posando sin posar. Por eso y quizás porque me recuerda al fotógrafo, tiene ese no sé qué de los recuerdos materializados en papel.
Con el mismo impulso con que fue tomada, fue impresa (la era digital nos ha robado ese privilegio táctil) y desde entonces, me acompaña en el escritorio. Es la imagen que veo mientras escribo y su valor emocional la hacía merecedora de un lugar preferencial. ¿Perdiste la paciencia leyendo? ¡No te vayas ahora! Porque es ahora cuando empieza a tomar forma el reciclado del marco viejito y maltrecho.
El fue dorado y le gustaba su brillo...
El protagonista de mi relato es un marco que llegó en manos de Bea (algo así como mi segunda madre) pretendiendo encontrar una segunda oportunidad. Se le notaban de lejos las ganas de volver a ser dorado como en sus mejores años. Sin delicadeza tuve que disuadirlo de su error. Sorry marquito. Caíste en las manos equivocadas si tu deseo era recuperar el fulgor. Entonces, disculpándole la brillosa vanidad, lo limpié con cariño y lo pinté de blanco. Un blanco simple y sin los sobrenombres elegantes de las cartas de color.
Blanco simple. Blanco desmesurado. Blanco que es mi color preferido para reciclar todo objeto que necesite ser reciclado y si estás muy quieta mientras tengo el pincel en la mano, yo que vos me cuido -o me muevo- porque la tentación de ponerte blanca como la espuma blanca, siempre va a estar presente.
Cuando perdió la "doradez", cuando estuvo blanco de convencidas pinceladas, fue digno de mi foto. Pero, ¿cómo? ¿Cómo exhibirla para tenerla siempre presente? En estos momentos de duda existencial, las ofertas de papelería que alguna vez compré, víctima de un impulso vicioso del cual me avergüenzo, tienen todo su sentido. Yo me siento justificada porque gasté poquito y con un fin. Y todos tan contentos. Que no hay nada que atente contra la vida frugal como esa compulsión de artículos de papelería que estoy aprendiendo a controlar con programación neurolingüística.
No me pueden culpar. Ellos estaban ahí... los muy impúdicos. Mostrándose en su precioso envoltorio. Decían "I Love"... y obvio que yo ilove los palillitos que venían con cordoncito incluido. I love los palillitos y mi foto. Cuando tantos loves se juntaron, nació el marco reciclado para atesorar recuerdos.
No voy a ganar una cocarda por mi originalidad. Estoy segura de que mil personas en Pinterest me pueden acusar de fraude. Quizás más. Sin embargo, mi marco reciclado es el más especial entre los miles de marcos reciclados que pululan por ahí. Porque él, tan viejito y maltrecho, ahora es blanco, radiante y exhibe la foto del amor de mi vida. Con esa panza al aire que de solo mirarla tengo ganas de sopletearla.
Lástima que me está vedado sopletear panzas. Desde que tiene cinco y es "grande", Camilo decidió que "hay cosas que son de bebé" y pobre de mí que se me ocurra... Las cosquillas están permitidas. Ir de la mano en la calle todavía funciona. Pero los diminutivos cariñosos, las canciones de cuna, los sopleteos y el apachucho exagerado mmmm...son de dudoso buen gusto. Son para chiquitos como Paulina. Y si mientras leés mi descargo materno, una parte de tu sobconsciente no puede olvidar la imagen precedente y se está preguntando por qué razón esta mujer tiene tantos palitos de comida china... No especules con la posibilidad de emprendimientos cantoneses en mi vida. Los palitos chinos son ideales para hacer topiarios, como el que compartí al año pasado.
Así que, como decía. Esta es la historia de una foto. Y de un marco viejito y maltrecho que fue reciclado con pocos recursos. Y de una mujer exageradamente simple que realiza DIY de cinco minutos y es adicta a los objetos de papelería. Y de un hijo que no deja que le sopleteen la panza porque cree que es grande pero en la foto es un bebote comestible. Y de un viernes que no es como cualquier otro viernes, porque volvieron los finde frugales de Marce. Y Colorín Colorado, esta historia no ha terminado. ¿Nos encontramos el lunes?