Con los años, una de las cosas que he aprendido es que en muchos montajes hay un componente emocional y personal que es su principal motor y que hace que se salven muchas dificultades. La pasión que se deposita en estos proyectos los convierte en especiales. Algunos, desgraciadamente, se desinflan en cuanto suben a escena, porque el entusiasmo no se corresponde con la calidad ni el talento. En otros constituye un plus, y aunque el espectador que no esté avisado de que detrás de ese montaje hay una historia paralela no sabe por qué, sí puede advertir, a poca sensibilidad que tenga, una energía especial en ese trabajo.
Es el caso de «Iphigenia en Vallecas», un desgarrador monólogo del británico Gary Owen, interpretado por María Hervás con dirección de Antonio Castro Guijosa. Cuenta la historia de Ifi, una «nini» sin oficio ni beneficio atrapada en una autodestructiva rutina de la que no puede (o no quiere) salir, a la que la casualidad le brinda una aparente salida... Pero Ifi, remedo de la Iphigenia clásica, se verá abocada a la tragedia.
María Hervás llegó a este texto cuando trataba de aliviar una decepción profesional (tan dolorosa como un desamor), y encontró en él un nuevo aliento que le insufló nuevas energías. Se enamoró de Ifi y decidió darle acento español (la obra está situada en un suburbio de Cardiff, en Gales); sin tener los derechos de la obra ni, mucho menos, la posibilidad cierta de estrenarla, la tradujo y la adaptó. Puso en ella un entusiasmo probablemente no mayor que el de muchos otros proyectos teatrales. Pero tenía todos los ingredientes para que el viaje llegara a buen término.
Su encuentro con el director Antonio Castro Guijosa, que la ha dirigido con un mimo extraordinario, resultó providencial, y juntos han conseguido, con la colaboración de los Kamikazes (Miguel del Arco, Jordi Buixó, Israel Elejalde y Aitor Tejada), ponerlo en pie.
«Iphigenia en Vallecas» es un espectáculo sencillo, basado solamente en el ímpetu del texto y en la vigorosa y conmovedora interpretación de María Hervás, La historia (que solo se quiebra en su inverosímil final, quiero creer que pretendidamente inverosímil) es la de una joven de nuestros días, y está narrada con nervio. María no interpreta a Ifi, la posee, con un trabajo de fiereza animal, que le surge (y aquí se nota la naturaleza personal del proyecto) del corazón y las entrañas. No hay más que darse cuenta de la intensidad con que clava los ojos en los espectadores, a los que se dirige el monólogo, de una energía y una vehemencia extraordinarias.
María Hervás no merece más que otros muchos actores y actrices que pelean con su apasionamiento por los proyectos en los que creen. Pero tampoco merece menos. Y su talento y su calidad (empuje y perseverancia aparte) sí merecen que el público llena las funciones del Pavón.