Samuel Clemens, el nombre real de este autor norteamericano, nace el 30 de noviembre de 1835, pocos días después de uno de los avistamientos del cometa Haley, en el estado de Missouri, entonces fronterizo. Fue un niño inquieto, con un espíritu curioso que no le abandonó mientras vivió, lo que le llevaría a ser partícipe de algunos de los principales acontecimientos históricos de Estados Unidos, como su Guerra Civil o la “Fiebre del Oro”.
Su familia, como muchas del “Sur” del país, poseía esclavos, lo que le permite conocer de primera mano ese mundo que tan bien retrataría en las novelas sobre Tom Sawyer y Huckleberry Finn. A la muerte de su padre abandona la escuela y se coloca de aprendiz en la imprenta de un periódico, aunque pocos años después cambia de profesión y llega a pilotar uno de los típicos barcos de vapor que recorrían el Mississipi de arriba abajo. Fue en esa época cuando adopta el seudónimo “Mark Twain”, una expresión utilizada por las tripulaciones y que significaba que la profundidad del río era la necesaria para que pudiera pasar el barco. En 1861 se alista en el ejército confederado, pero renuncia a las dos semanas y decide ir al Oeste, en dirección a Nevada, desde donde llegaban noticias sobre minas llenas de metales preciosos. Twain fracasa en su empeño, pero sigue acumulando experiencias que le sirven para escribir varios artículos e historias. Es precisamente uno de esos relatos, La célebre rana saltarina del condado de Calaveras, el que llama la atención de sus lectores por primera vez con esa gran ironía que le caracteriza.
Viaja a Hawai, Europa y Próximo Oriente en los años siguientes, donde conoce al que será su cuñado, Charles Langdon. Éste le enseña una foto de su hermana Olivia, de la que se enamora a primera vista y con la que se casa en 1870. Poco tiempo después, Twain y su creciente familia se asientan en Hartford, capital del estado de Connecticut, en una lujosa casa desde donde escribirá sus novelas más conocidas. Estas obras, ordenadas cronológicamente, serían: Las aventuras de Tom Sawyer, basada en su niñez; El príncipe y el mendigo, que recoge un profundo espíritu crítico contra las crecientes desigualdades sociales del momento; Las aventuras de Huckleberry Finn, que fue la que le otorgó el mayor reconocimiento; y Un yanqui en la corte del Rey Arturo, donde se adentra en el mundo de la ciencia ficción.
Interesado en los avances científicos de su tiempo, invierte grandes cantidades de dinero en proyectos que fracasan estrepitosamente, lo que le llevaría a endeudarse y perder su fortuna. Por suerte, su amigo Henry Rogers le ayuda a encauzar de nuevo su carrera después de que Twain y su familia fracasaran en una última iniciativa empresarial, esta vez en Europa. Realiza una gira que le permite atravesar de nuevo gran parte de Norteamérica, en la que alcanza un gran éxito, no en vano el travieso chiquillo de Missouri ya se había convertido en uno de los padres de la literatura estadounidense. Sin embargo, el enorme reconocimiento popular que alcanza en sus últimos años se ve empañado por una serie de desgracias personales, como la muerte de su mujer o la de varios de sus hijos. Por ello quizá se centra aún más en la comunicación con su público, participando en clubes de lectura para jóvenes y niños y escribiendo más relatos, como Vida en el Mississipi, donde describe sus experiencias como piloto de barco.