Mi hijo Albert, flipando con las viñetas de Memorias de Lázaro Hunter (que no es una novela gráfica infantil).
Hola, Toni. Ya estoy aquí otra vez.
Hoy quería hablarte de algunos libros que he leído últimamente, varios de ellos de autores autopublicados, que en general me han dejado una sensación muy positiva y, por tanto, confirman lo que ya sabíamos respecto a que la ausencia de un sello editorial no tiene por qué ser un indicativo de ausencia de calidad, y viceversa.
Pero antes debo confesarte que estos últimos días me cuesta tener la mente despejada para pensar y escribir sobre cosas que teniendo en cuenta lo que está sucediendo en el mundo me parecen ridiculeces. Ya ves, yo aquí comiéndome la cabeza sobre cómo sacar la ídem en el mundo editorial mientras en Gaza la gente no sabe dónde meterse para evitar la metralla de la lluvia de bombas asesinas que lanza sin piedad la organización terrorista mejor organizada, más poderosa e influyente del planeta, es decir, el gobierno de Israel.
Mis últimos artículos en el blog tratan sobre ello, ya lo sabes, y sé que opinamos prácticamente lo mismo respecto a lo que la “comunidad internacional” y los medios políticamente correctos se empeñan en llamar conflicto o guerra, en vez de masacre, exterminio, aniquilación o genocidio, que es lo que realmente está ocurriendo, porque después de leer montones de artículos de periodistas, intelectuales, activistas y personas todas ellas muchísimo mejor informadas que yo lo que me queda claro es que el actual gobierno de Israel pretende acabar con Palestina, reducirla a cenizas, expulsar o matar a su población y acabar anexionándose todo el territorio con sus valiosos yacimientos energéticos. En fin, la historia se repite, como en tantos otros puntos del planeta a los que el foco mediático apunta con muchísima menos insistencia que en Oriente Medio. No puedo evitar pensar en tanta barbarie de la que los humanos (la palabra pierde todas sus acepciones positivas y se queda únicamente con la que sirve para nombrar a la especie) somos capaces fruto de la codicia, uno de los peores sentimientos que se me ocurren y, sin embargo, uno de los más frecuentes. Estoy muy indignado, triste, desolado, impotente. Siento rabia por la hipocresía y la mezquindad que demuestran los dirigentes políticos de los estados “civilizados”, los que tanto se llenan la boca con palabras como “democracia”, “justicia” y “derechos”, a las que vacían por completo de significado. ¿Cuánto dolor ajeno son capaces de ignorar? ¿Dónde está el límite de lo políticamente admisible? Mi mayor desprecio hacia ellos, hacia todos los que han despojado de todo su valor a la vida humana. Quienes no se estremecen de indignación por las muertes gratuitas, fruto únicamente del odio, de los niños palestinos, sólo merecen desprecio. Son seres despreciables; siento una simpatía infinitamente mayor por las ratas.
Ya me he desahogado un poco. Y ahora va a parecer frívolo que me ponga a hablar de literatura, a lamentarme de lo mal que está el panorama para los autores independientes y de lo complicado que es conseguir que una editorial seria se fije en tu trabajo. Pero la vida sigue, ¿no? Nuestra privilegiada vida lejos de las bombas.
En tu última carta abrías un interesantísimo debate sobre qué es ser escritor y quién puede considerar que lo es. Teniendo en cuenta tu elevadísimo nivel de autoexigencia, no me sorprende que opines que mientras la escritura no te dé para pagar facturas te costará mucho incluirte en el “club”. Yo, sin embargo, creo que sin duda eres escritor, y uno muy bueno, por cierto. Mi opinión no es más que la de un lector habitual, que ha leído cientos de libros de montones de escritores y géneros diversos. No soy, pues, una voz más o menos autorizada que la de cualquier otro lector, ni soy clasista en absoluto. Es decir, me da igual que un autor haya escrito una o cien novelas, y que sea premio Nobel o ese Stephen King de un universo paralelo en el que se come los mocos (memorable tu ocurrencia). Si lo que leo me gusta, para mí es bueno, y todo lo que he leído tuyo lo sitúo sin titubear en la parte alta de mis preferencias. Así que en mi particular universo literario puedes presumir de ser tan escritor como Tolkien, Paul Auster, William Goldman, George R. R. Martin o García Márquez.
Comparto la opinión de Sampedro sobre que es escritor quien siente la necesidad de escribir, quien se siente “obligado” a hacerlo. Me parece una definición muy complementaria a la del talento. Talento y dedicación son ingredientes que, juntos, aseguran el éxito. Normalmente quien tiene talento para desarrollar alguna actividad se decanta por ella. El problema es cuando los factores externos (educación, prejuicios, falta de motivación) se interponen. Soy un firme defensor de un sistema educativo que motive el desarrollo del talento, que ayude a desarrollar las aptitudes de los niños desde bien pequeñitos y no como ocurre ahora, que cuando llegan a cierta edad, todo el currículo educativo se empeña precisamente en lo contrario, en (in)adaptar a los chavales a las supuestas necesidades de la sociedad en que viven, con lo que acaban frustrados, aburridos y absolutamente desmotivados.
En fin, que lo que quiero decir es que para mí es escritor quien escribe. No importa tanto lo prolífico que sea como que lo que hace tenga un sentido para él. Un pintor no coge un pincel y se pone a hacer rayajos sin más (bueno, algunos sí), sino que en sus creaciones pretende desarrollar algún tipo de discurso artístico, expresar un estado de ánimo, una crítica social, exaltar la belleza de un paisaje…, qué sé yo. Quien escribe también lo hace, y si lo consigue, tenga o no salida comercial, sin duda es escritor.
Yo me considero escritor porque me encanta escribir; siento que es la vía perfecta para expresar mis ideas, más que con el lenguaje oral. Pero creo que no soy un escritor al uso. Probablemente tiene mucho que ver que antes que escritor soy periodista, de modo que necesito escribir sobre la actualidad, reflexionar sobre ella (de ahí el alegato inicial). No me puedo abstraer del mundo que me rodea para centrarme únicamente en crear ficción. Levanté la persiana de ‘la recacha’ hace año y medio porque tenía mono de periodismo, no tanto de perseguir historias como de expresar mi punto de vista sobre la actualidad, y ahora soy incapaz de bajarla para dedicarme exclusivamente a la creación literaria. Este espacio ya forma parte de mí, es mi ventana al mundo, y no puedo prescindir de ella.
Estoy bastante satisfecho del balance de la semana pasada. Armado con mi cuaderno y el boli, sentado a una mesa del parc de Can Rius (en Caldes de Montbui tengo la suerte de poder elegir parque, estamos bien surtidos), le pude dedicar una hora y media cada día, tiempo bien aprovechado, sin más distracciones que el canto de los pájaros, que dicho sea de paso, me resulta muy inspirador. He descubierto que avanzo a un ritmo de tres páginas por hora, así que si llego a poder invertir tres horas diarias (más lo veo imposible), en un mes habré llenado 180 páginas (demasiado optimista, me parece) que ya veremos en qué quedan al pasarlas a limpio. Esa es otra…, volcar todo el trabajo al ordenador. La oportunidad perfecta para pasar la tijera… ¡Jajaja! (Esta vez tendré menos contemplaciones, lo prometo).
Siguiendo con lo de que no soy un escritor al uso, y creo que también tiene mucho que ver con la vocación periodística, confieso que soy un poco exhibicionista. A ver si me explico. He leído y escuchado a escritores afirmar que escriben para ellos mismos, que el que los lean otros es secundario. También los hay que no quieren hablar sobre lo que están escribiendo, de modo que si nunca llega a publicarse el autor/a se llevará el “secreto” a la tumba. A mí, en cambio, me gusta hablar sobre mis proyectos. No me importa en absoluto desvelar en qué estoy trabajando y, de hecho, ya he compartido varios fragmentos de la novela que estoy escribiendo. No voy a ocultar que algo de estrategia de marketing de estar por casa hay en ello, pero en mi caso lo que me empuja a hacerlo es la necesidad que siento de interactuar con la gente. Evidentemente, si no recibiera feedback ya se me habrían quitado las ganas de seguir dando la lata con mis proyectos.
Al respecto de esto, el otro día un contacto de mi página de Facebook me reprochó públicamente que diera detalles sobre mi nueva novela. Reconozco que me molestó un poco porque a mí jamás se me ocurriría decirle a alguien cómo tiene que trabajar. La gran Ana María Matute dijo medio bromeando en un acto ante la prensa pocos meses antes de su muerte que no podía desvelar nada sobre su nueva obra porque “sería como abrir un frasco de perfume y que se evapore”. Y quién se atreve a rebatir tal argumento. Sin embargo, mi próxima novela está muy lejos de poder ser considerada un perfume… Pero resulta que lo que yo hago no es en absoluto original. Ayer lunes la reconocidísima escritora (y periodista) Rosa Montero compartió en su muro de Facebook el primer párrafo de una futura novela, que se le ha ocurrido mientras escribe la próxima: “La vida es un pequeño espacio de luz entre dos nostalgias: la de lo que aún no has vivido y la de lo que ya no vas a vivir, porque pasó. Y el momento justo de la acción es tan breve, tan aturullado y tan rápido, que lo desperdicias mirando aturdida alrededor”. Es un primer párrafo brutal, ¿no crees? Tiene mucha fuerza.
De Rosa Montero he leído un par de libros: Historia del rey transparente, que me encantó, y Amantes y enemigos, una compilación de relatos de la que no recuerdo mucho, la verdad. Tengo pendiente La ridícula idea de no volver a verte, recomendación entusiasta de una de esas amistades que hacen posibles las redes sociales, María, lectora voraz, anfitriona del libro viajero en Gran Canaria y que, además de haberme comprado cuatro ejemplares de El viaje de Pau (¿cómo no la voy a considerar amiga para siempre?), me ha descubierto a dos excelentes escritores canarios: Ramón Betancor, sobre cuya primera novela, Caídos del suelo, escribí hace unos meses; y Javier Estévez, que ha recurrido a la autopublicación para difundir su obra de debut, Días de paso, y suerte que lo ha hecho, porque estoy disfrutando de una lectura deliciosa. Cómo reconforta descubrir esos pequeños tesoros que las editoriales dejan escapar. En esa categoría debo incluir otro libro de relatos que he leído hace poco: Como tú y como yo, de la sevillana Berta Carmona (es la responsable del proyecto Ecoescritura, quizás recuerdes que hace unas semanas escribí un artículo sobre la literatura independiente para ellos). Son historias de superación humana, escritas con una gran sensibilidad y muchísima calidad. Berta está haciendo un gran trabajo; seguro que obtendrá los frutos a tanta dedicación.
Se me quedan en el tintero varias cosas más que te quería comentar, pero es que esto no va a haber quien lo lea. Acabo enviándote todo mi apoyo en esa idea que me parece magnífica de ilustrar El jardín de Marta y buscarle editorial. En esa línea estamos trabajando mi hermano y yo con Memorias de Lázaro Hunter. Fran ya ha montado lo que podríamos considerar el primer volumen, el que utilizaremos de muestra para enseñarlo en las editoriales. Las ilustraciones han quedado increíbles, me resulta inimaginable que lo puedan rechazar por falta de calidad. A ver si nos ponemos a ello, lo que pasa es que él también está bastante liado (afortunadamente) con varios proyectos.
Bueno, aquí lo dejo, que me pongo a escribir y no pararía de explicarte cosas. Me encanta esta forma de contarnos las batallitas y debatir sobre la creación literaria. Espero que estés disfrutando tanto como yo de la experiencia. Quedo a la espera de tu próxima carta.
¡Un abrazo!
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