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Martin scorsese -el rey de nueva york

Publicado el 14 noviembre 2019 por Jorge Bertran Garcia @JorgeABertran
MARTIN SCORSESE -EL REY DE NUEVA YORK

De máxima actualidad por su crítica a las películas de Marvel Studios -y al cine comercial en general- Martin Scorsese estrena su nueva obra, El irlandés, que por la edad de todos los implicados tiene un inevitable sabor a despedida, a testamento cinematográfico, pero también, se postula como la culminación de una carrera irrepetible. En honor a ella, el que esto escribe se ha visto cada cortometraje, largometraje, documental y episodio de serie de televisión dirigido por Scorsese. Y os puedo decir que este señor no ha hecho una sola película mala desde su debut en 1967. Justamente, la estupenda Érase una vez en Hollywood de Quentin Tarantino marcaba el año 1969 como el último del 'viejo Hollywood', una frontera que también traza el conocido libro de Peter Biskind, Moteros Tranquilos, Toros salvajes. En ese momento, una nueva generación de cineastas tomaba el relevo de John Ford, Howard Hawks, Billy Wilder o Alfred Hitchcock, y se dejaba seducir por autores europeos como Federico Fellini, Michelangelo Antonioni, Ingmar Bergman o la Nouvelle Vague. A esa 'nueva' generación de directores los conocemos de sobra: Francis Ford Coppola, Steven Spielberg, George Lucas o Brian de Palma. 40 años después, me atrevo a decir que el mejor de todos ellos es Martin Scorsese. Un portentoso innovador del lenguaje cinematográfico, maestro en el manejo de la cámara y del montaje, además de un soberbio director de actores. Les ofrezco ahora un humilde repaso por su obra a través de sus grandes temas.

Wise GuysDecía el autor que nos ocupa que solo había dos futuros posibles para los chavales de su barrio, Little Italy, en Nueva York: ser un cura o un gánster. Esta dualidad se refleja claramente en la filmografía del director -de niño fue debilucho y asmático- que evidentemente no siguió ninguno de esos caminos. El crimen organizado se asomaba ya en su ópera prima ¿Quién llama a mi puerta? (1967), un borrador, con Harvey Keitel como álter ego, de lo que sería la primera película con el sello Scorsese: Malas Calles (1973), en la que comienza a colaborar con el actor fetiche de su primera etapa, Robert De Niro. En estas películas, pertenecer a una banda, cometer delitos, es la 'normalidad' de los personajes que tienen, además, sus propios conflictos existenciales. No hay un contrapunto moral. Aunque también hay elementos del submundo criminal, muy de fondo, en la magistral Toro Salvaje (1980), el tema del gánster cristaliza realmente en otra obra capital, Uno de los nuestros (1990), que equipara el sueño americano capitalista a los violentos métodos del crimen organizado. Un tema que Scorsese recupera, con variaciones y ampliando el espectro geográfico, en la monumental Casino (1995). Más ambicioso todavía, el director convierte el crimen y la violencia en un ingrediente clave del nacimiento de una nación en Gangs of New York (2002) y en la serie Boardwalk Empire, cuyo piloto dirige personalmente. Es con Infiltrados (2006) -creo que nadie diría que este remake es su mejor película- otra historia sobre la mafia, pero radicada en Boston, con la que Scorsese gana su único Oscar como director. Por último, en El lobo de Wall Street (2013), se presenta a los estafadores bursátiles de la crisis en el mismo tono amoral que los mencionados mafiosos.

Crimen y castigo. La fe es quizás la gran preocupación de Scorsese, sobre todo en su 'trilogía religiosa', formada por La última tentación de Cristo (1988), Kundun (1997), y su obra maestra sobre el asunto, Silencio (2016). Pero además, en su cine, Scorsese, que se atrevió a humanizar a Jesús, convierte a sus mundanos (anti)héroes en 'santos' martirizadosLos protagonistas de sus películas viven en una crisis existencial, enfrentados a una sociedad hostil eludida a través de una fantasía delirante -Rupert Pupkin (Robert De Niro)en El rey de la comedia (1983) o Teddy Daniels (Leonardo DiCaprio) en Shutter Island (2010)-; son seres marcados por la violencia -los mafiosos ya mencionados-; por obsesivos deseos inconfesables -el pintor que encarna Nick Nolte en el episodio de Historias de Nueva York (1989)-; por el odio y la venganza -Gangs of New York-; por sus adicciones -el documental American Boy (1989) sobre el amigo del director, Steven Prince-; por sentimientos autodestructivos y, en definitiva, atormentados por una culpa que solo se puede entender desde una moral católica. Mencionemos la imagen de Charlie dejándose quemar la mano por la llama de una vela en Malas calles; los fantasmas de la guerra que torturan a Travis Bickle (Robert De Niro) en su descenso a los infiernos en Taxi Driver (1974); los muertos que salen de la tierra y piden ser salvados por el conductor de ambulancias Frank Pierce (Nicolas Cage) en Al Límite (1999). Hay que mencionar aquí las importantes colaboraciones de Scorsese con el guionista Paul Schrader, cuya propia obra está habitada por seres derrotados, véase El reverendo (2017). Por último, aunque se trate de un remake, para personaje agobiado por la culpa, el abogado Sam Bowden (Nick Nolte) equivalente al santo Job, sometido a duras pruebas por ese Satanás que es Max Cady (Robert De Niro) en El Cabo del miedo (1991).


Y donde hay culpa, hay un castigo que parece inevitable. La sangre salpica en Malas Calles cuando Johnny Boy (Robert De Niro) es víctima de un ajuste de cuentas que se veía venir -es el propio Scorsese el que aprieta el gatillo-. En otras ocasiones tenemos que hablar de autocastigo. La inolvidable cara manchada de rojo sangre del corto The Big Shave (1967) es la misma que la de Travis Bickle después de desatar su furia 'justiciera' en un cruento tiroteo tras el que intenta quitarse la vida; enseguida hablaré del castigo al que se somete el boxeador de Toro Salvaje, y citemos además los ejemplos más obvios, como la expiación del mismísimo Jesús (Willem Dafoe) o el martirio de los jesuitas (Andrew Garfield y Adam Driver) en el hostil Japón de SilencioTodos estos personajes experimentan una suerte de vía crucis. Van de la gloria al infierno, pasando, claro, por la cruz. De hecho, la crucifixión es una imagen recurrente en el cine que nos ocupa: ¿No es un Cristo el boxeador Jake La Motta (Robert De Niro) cuando se aferra con los brazos extendidos a las cuerdas del ring? Hay crucifixiones -buscadlas- en Al Límite, en Gangs of New York y hasta en un encargo de Roger Corman como El tren de Berta (1972), en una escena que Scorsese declara haberse encontrado en el guión que le dieron, como si fuera cosa del destino.
Alrededor de los antihéroes scorsesianos suele haber dos mujeres tipo: la virgen María y la pecadora María Magdalena. En La última tentación de Cristo esta es literalmente Barbara Hershey: ella le regaló a Scorsese la novela de Niko Kazantzakis durante el rodaje en el que dio vida a Berta, que también se dedicó a la prostitución. Mencionemos el rechazo de J.R. (Harvey Keitel) en ¿Quién llama a mi puerta? cuando descubre que su chica (Zina Bethune) fue violada; la inalcanzable Betsy (Cybill Shepherd) y la meretriz infantil que interpreta Jodie Foster en Taxi Driver; la interesada Ginger McKenna (Sharon Stone) en Casino; la moralmente repudiada condesa Ellen Olenska (Michelle Pfeiffer) contrapuesta a la casta May (Winona Ryder) en La edad de la inocencia (1993); Jenny Everdeane (Cameron Diaz) en Gangs of New York; la yonqui rehabilitada que podría ser la fusión de María y Magdalena a la que da vida Patricia Arquette en Al Límite. Mencionemos además otro rol más o menos recurrente, el del amigo traidor, el Judas -Harvey Keitel en La última tentación de Cristo-, Nicky Santoro (Joe Pesci) en Casino; y Johnny (Henry Thomas) en Gangs of New York, etc. 
A través del espejo. Muchos personajes de Scorsese son moralmente execrables, algunos tienen rasgos psicopáticos, y el director, de forma sádica, nos obliga a simpatizar con ellos, cuestionándonos moralmente al contarnos la historia desde su punto de vista. Al obligarnos a mirarnos en el espejo de una pantalla de cine. Son personajes que se enfrentan a sus propias debilidades, lo que puede explicar la multitud de espejos que aparecen, sobre todo, en las primeras obras de Scorsese. Charlie en Malas calles y Alicia (Ellen Burstyn) en Alicia ya no vive aquí (1974) escrutan la imagen que les devuelve un espejo. Algunas de las escenas más famosas del cine scorsesiano ocurren delante de una superficie reflectante. Obviamente, la improvisación de Robert De Niro en Taxi Driver es seguramente una de las escenas más famosas del séptimo arte, y en ella queda claro que Travis Bickle es su propio enemigo; pero también, el monólogo, otra vez de De Niro, en Toro Salvaje; sin olvidar tampoco el final de El aviador en el que Howard Hughes (Leonardo Di Caprio) intenta mantener a raya su trastorno obsesivo-compulsivo. Ya hemos hablado del corto The Big Shave, en el que el protagonista se afeita una y otra vez hasta destrozarse la cara. Una imagen que puede resumir el cine de Scorsese: ese hombre obsesionado con sus propios pecados hasta la autodestrucción. Como anécdota, los espejos son la terrorífica pesadilla del escritor (Sam Waterston) que protagoniza el episodio Mirror, Mirror, dirigido por Scorsese en 1986, de la serie de Steven Spielberg, Cuentos asombrosos
¡Qué grande es el cine!Martin Scorsese pertenece a la primera generación de directores cinéfilos, que pudo rendir homenaje a la anterior de maestros, esos que prácticamente inventaron el lenguaje, como John Ford -apuntemos las conversaciones sobre Centauros del desierto (1956) en ¿Quién llama a mi puerta?-. Pero sus películas están lejos de ser un pastiche de referencias, y se convierten por sí mismas en historia del cine. Hay guiños, difíciles de percibir, como el vaso burbujeante de Taxi Driver que cita a Jean-Luc Godard; el ya mencionado remake de El cabo del miedo; la imagen de Tommy DeVito (Joe Pesci) disparando a cámara en Uno de los nuestros apelando a The Great Train Robbery (1903); el interés en el cine trascendental de Robert Bresson -que comparte con Schrader-; el retrato del Hollywood clásico de El aviador (2004); sus muy personales documentales sobre el cine americano e italiano; y por supuesto, el homenaje total al cine, a Georges Mèliés, que es la maravillosa La invención de Hugo (2011). El fanatismo cinéfilo llevó a Scorsese a acordarse de la música de Alfred Hitchcock y contratar para Taxi Driver a Bernard Herrman, la última partitura que compuso; o a Saul Bass para los títulos de crédito de varias de sus películas. Este amor por el cine, quizás, está detrás de sus cameos. Scorsese aparece en casi todas sus obras, a veces como guiños a lo Alfred Hitchcock, a veces interpretando pequeños papeles. Su voz en off puede escucharse en varios de sus films: ejerce de narrador didáctico en El color del dinero (1986) y es la voz de la centralita de emergencias en Al límite. En Malas Calles es nada menos que el pistolero Jimmy Shorts que dispara contra Johnny Boy resolviendo el conflicto de la forma más violenta y sangrienta posible, expresando, quizás lo que el espectador lleva esperando ¿deseando? Durante toda la película.
Like a Rolling Stone. Martin Scorsese comienza a ser Martin Scorsese cuando su cámara ralentizada se acerca a Harvey Keitel, en la barra de un bar, y a Robert De Niro, acompañado de dos chicas, con el Jumpin’ Jack Flash de The Rolling Stones como fondo musical. En Malas Calles, el director se gastó la mitad del presupuesto en pagar los derechos de las canciones que componen la banda sonora. Desde entonces, la música que se escuchaba por las ventanas abiertas de los pisos de Little Italy se convirtió en una señal de estilo de Scorsese, que ahora resulta habitual en gran parte del cine que vemos -que lo diga Quentin Tarantino-. Scorsese se apoya en las canciones pop o rock en películas como Uno de los nuestros -los inolvidables compases finales de Layla de Eric Clapton- o Casino -en la que figuran hasta cuatro temas de los Stones-. Además, Scorsese abordó -sin demasiado éxito- el musical clásico en New York, New York (1977) para el que se escribió la famosa canción que interpretara Liza Minelli  y que ahora asociamos con Frank Sinatra. La música es tan importante para Scorsese, como que a ella debe su carrera: se abrió camino en el cine como uno de los montadores del famoso documental sobre Woodstock (1970). Luego cultivaría una carrera paralela a su cine de ficción filmando conciertos como The Last Waltz (1978) -el mejor de todos, sobre The Band-; No Direction Home (2005) y Rolling Thunder Review (2019) que suman nada menos que seis horas sobre Bob Dylan (y sobre la historia reciente de Estados Unidos); Shine a Light (2008) con sus adorados Rolling Stones, o el emotivo documental Living in a Material World (2011) sobre George Harrison. Una pena que esa serie ideada junto a Mick Jagger y Terence Winter, Vynil (2016), de la que realizó un estupendo piloto que es prácticamente un largometraje, se haya quedado solo en la primera temporada.
Italoamericano. Descendiente de inmigrantes italianos, Scorsese nunca ha escondido sus orígenes y sus padres solían aparecer en sus películas, además de dedicarles el mediometraje documental Italianamerican (1974) -está en YouTube-una entrañable película casera dirigida por él. De hecho, la razón que esgrime el director para no utilizar a otro actor para interpretar al personaje de Robert De Niro en su juventud, en El irlandés, es que este creció en su mismo barrio, en la misma época, por lo que entiende la historia tan bien como él mismo. A otro actor más joven habría tenido que darle muchas explicaciones sobre el contexto y, por eso, ha recurrido a los efectos digitales para rejuvenecer a De Niro. Ese apego por su barrio y por Nueva York, ha llevado a Scorsese a trazar una historia de la ciudad a través de sus películas. Aunque Malas calles esté rodada en Los Ángeles, la historia de la ciudad que nunca duerme, según Scorsese, comenzaría en 1863 con Gangs of New York; seguida de La edad de la inocencia, situada en 1870; la serie Boardwalk Empire, en 1911; y de ahí a Uno de los nuestros, que abarca desde los años 50 hasta los 80, por no hablar de la emblemática urbe podrida de Taxi Driver en la década de los 70. Mencionemos también ese descenso a los infiernos en clave de comedia cruel que es Jo qué noche (1985), auténtico tour (de force) por las calles de Manhattan. Pero en términos más amplios, los personajes de Scorsese son hombres hechos a sí mismos, de origen humilde, que buscan trascender su clase social. Ya hemos hablado de los gánsters de Malas Calles, Uno de los nuestros y Casino, y también de los estafadores, igual de amorales, de la magnífica El Lobo de Wall Street. No creo que ningún otro director haya mostrado mejor que Scorsese el lado oscuro del sueño americano, de la cultura del éxito, de los Estados Unidos, entendidos como la -falsa- tierra de las oportunidades.

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