Ocho apellidos vascos es un fenómeno cinematográfico, cuyo éxito trasciende a sus virtudes como película. A mí me parece una comedia correcta, ingeniosa y entretenida, lo que no es poco. Y que era lo que querían, seguramente, sus creadores. El público, por razones tan legítimas como inexplicables, se enamoró de la película: la vieron en el cine más de 9,2 millones de espectadores. Sus productores han querido, y con razón, exprimir un poco más el fenómeno, y además de una segunda película -su título será «Nueve apellidos catalanes» o «Siete apellidos canarios»-, han puesto en pie una producción teatral: «Más apellidos vascos», que se ha estrenado en el teatro Marquina de Madrid.
No esconden sus cartas: se trata de un producto destinado a hacer reír y pasar el rato a los espectadores, tanto si han visto la película como si no. Uno de los guionistas del filme David San José, firma el texto junto a Roberto Santiago y Pablo Almárcegui. Los productores, La Zona, han elegido el formato de sketches, siguiendo el modelo que les ha dado éxito en varias ocasiones (desde «El manual de la buena esposa» hasta «Días estupendos»). El resultado es una comedia entretenida, fresca, divertida, por momentos hilarante, ingeniosa, y que llega de forma directa al público, relajado y dispuesto desde el minuto uno a entregarse a la risa y la carcajada. Los tópicos vascos y andaluces son, lo mismo que en la película, la pauta sobre la que se asientan las ocho historias que componen la obra. Ésta no es una comedia que busque sorprender al espectador; tampoco hacerle pensar ni plantearle interrogantes o reflexiones. Quiere, solo, que pase por taquilla; a cambio, le promete hora y media de entretenimiento y diversión. Ni más ni menos.
Gabriel Olivares comprende y domina bien los códigos de la comedia; junto con los autores del texto ideó una historia central que vertebrara el resto y diera unidad a la función. Ésta posee ritmo y variedad. Olivares mueve el espectáculo con sencillez y habilidad, en un decorado práctico, con aire de feria y de teatro de variedades. Ese es, precisamente, el espíritu que Olivares le da a la función. Hay sketches muy ingeniosos -como la del apadrinamiento de un andaluz o la vitriólica visita a un restaurante vasco de un inspector de la guía Michelín con una singular acompañante-, y personajes muy logrados, pero otras historias, lógicamente, no resultan tan graciosas.
Los cuatro intérpretes -Leo Rivera, Rebeca Valls, Cecilia Solaguren y Carlos Heredia- entran perfectamente en el juego propuesto por el director y sirven a sus distintos personajes con eficacia y presteza en los cambios, que hacen suponer que el espectáculo que se vive dentro, fuera de la vista del público, debe de ser vertiginoso. «Más apellidos vascos» no promete otra cosa que diversión, insisto, pero cumple perfectamente estas expectativas.
La foto es de Javier Naval