Revista Talentos

Material para heraldólogos

Por Sergiodelmolino

AVISO.- Esta entrada lleva varios días escrita, pero la tenía programada para que se publicara hoy, lunes. En el ínterin, ha muerto José Antonio Labordeta. Quise escribir algo sobre él y posponer este artículo, pero antes de que pudiera hacerlo, mi chaval, tras una semana entrando y saliendo de urgencias, ha tenido que ser hospitalizado. Comprenderán ustedes que, durante unos días, no estaré para nada ni para nadie. Les dejo este texto que ya estaba listo y cuyo lanzamiento no puede retrasarse mucho más y volveré cuando las circunstancias lo permitan.

Read me Red Roses for me
As I fall asleep tonight.
Will you miss me?
Will you miss me when I’m gone
Or only care a little?
Can I bring you something back
From Heaven or Hell?
Just let me know.

Este es el arranque de When I Come Back (Cuando regrese), una canción de NQ Arbuckle que escucho muchísimo estos días. La traducción más o menos libre sería: “Léeme Las rosas rojas mientras me quedo dormido / ¿Me echarás de menos? / ¿Me echarás de menos cuando me vaya / o sólo te preocuparás un poquito? / ¿Quieres que te traiga algo / cuando vuelva del cielo o del infierno? / Tan sólo pídemelo”.

No sé si me echarán de menos o sólo se preocuparán un poquito. O ni siquiera eso. Puede que a estas alturas la que hasta ahora ha sido mi mesa en la redacción de Heraldo de Aragón esté siendo ocupada por un becario adicto al Clearasil que duda si exacerbado lleva hache intercalada o va con uve. Heráclito y Machado decían que todo pasa y todo queda, pero lo nuestro es pasar, pasar haciendo caminos, caminos sobre la mar.

Y como nunca perseguí la gloria, ni dejar en la memoria de los hombres mi canción, y soy más de mundos sutiles, ingrávidos y gentiles, desde hoy, soy una baja permanente en la plantilla de Heraldo de Aragón, la empresa que me ha alimentado y a la que he alimentado con mi trabajo de manera regular desde 2002 y con interrupciones desde 2000.

Ha sido un divorcio amistoso y de mutuo acuerdo. Incluso creo que quedaremos a tomar café para hablar de los niños que tenemos en común y de lo que surja. Hasta puede que algún día echemos uno de esos polvos que echan los ex novios, pero a partir de ahora viviremos en casas diferentes. El lunes me presenté en el despacho del director y le comuniqué mi decisión, que llevaba meses y meses rumiando. Tras unos días de papeleo y negociación, estoy fuera de la empresa. En realidad, mi idea era marcharme el 15 de octubre, pero las circunstancias han adelantado la salida.

Los motivos de mi decisión son muchos y difíciles de enumerar. La mayoría de ellos son tan personales que no puedo confiarlos ni en privado, pero, por supuesto, ha pesado muchísimo la existencia de mi hijo Pablo, quien reclamaba algo más de atención por parte de al menos uno de sus progenitores. Y como el progenitor paterno tenía y tiene posibilidades de ganarse el pan fuera de la redacción del diario decano de la prensa aragonesa, ha sido él quien ha dado el paso.

Cambio las relativas comodidad y el abrigo del asalariado por las también relativas incertidumbre e intemperie del trabajo por cuenta propia. Me adscribo al régimen de autónomos e instalo mi cuartel general en mi casa. Mi sueño húmedo desde hace mucho tiempo.

Hay a quien le gusta trabajar fuera, acudir a un centro de trabajo, tener una oficina donde interpretar un papel y ejecutar un rol social. A mí siempre me ha pesado. Creo que la libertad viste pijama y no se ducha nada más levantarse. Aún así, y para sobrellevar los primeros tiempos de transición, he decidido acondicionar mi despachito hogareño haciéndolo pasar por una oficina: he instalado un dispensador de agua, le he puesto un cajetín monedero a la máquina de café, he colgado un tablón de anuncios sindical que he llenado con chistes de Forges sobre oficinistas y me he plantado una taza Al Mejor Papá del Mundo junto al monitor del ordenata. No he colocado fotos de mis hijos o de mi familia porque siempre he pensado que esa costumbre era propia de puteros con mala conciencia (prejuicios que tiene uno). Creo que me falta tener al lado otro puesto de trabajo con un tipo que no trabaje nada para que yo pueda decir que soy el único en esta puta oficina que da el callo. En verano, cogeré a un par de becarias que seleccionaré por sus aptitudes y la profundidad de su canalillo medido en yardas.

Así me lo he montado, ¿qué les parece?

Me gustaría insistir en que mi salida de Heraldo ha sido amistosa y solicitada por mí. Por supuesto, cierto hartazgo y cierta sensación de claustrofóbico estancamiento han pesado en mi decisión, pero no me he ido dando gritos ni portazos. Ni aunque hubiera motivo para ello lo habría hecho, que mis padres me dieron una educación muy esmerada. Digo esto porque sé que en ciertos medios aragoneses abundan los heraldólogos: tipos que, como hacían en su día los kremlinólogos, creen adivinar la situación interna del periódico por noticias como esta de mi salida, cuando no de la lectura al revés de un editorial o del número de sílabas de un titular de Deportes.

He escuchado mil y una hipótesis sin fundamento en muchos mentideros, y un montón de estos heraldólogos han intentado sonsacarme información de forma muy poco sutil. Generalmente, se hacen los enterados, pretenden saber más que yo y me cuentan fantásticas leyendas urbanas llenas de conspiraciones y hasta de ovnis. No siempre las desmiento, la mayoría de las veces, me encojo de hombros. Supongo que mi abandono del periódico será un material de trabajo excelente para elaborar complicadísimas teorías conspiranoicas. Les invito a desistir de ellas, aunque sé que no lo harán. En mi caso, todo es muy sencillo: llevo años queriendo trabajar desde casa, y al fin he visto el modo, el móvil y la oportunidad.

Por supuesto, me voy a centrar mucho en la parte literaria. Terminaré la novela que estoy escribiendo y se la pasaré a mi agente con la esperanza de que encuentre un buen acomodo. Tengo otros trabajitos y colaboraciones en marcha que me permitirán algo más que sobrevivir y aspiro a mantener un aceptable nivel de bolos periodísticos en prensa, radio, tele e hilo musical. Hay algún que otro proyecto supersecreto del que no puedo adelantar nada. También tengo un blog desde el que puedo decir a todos aquellos interesados en pagarme por mi trabajo que estoy disponible y que mis tarifas son muy flexibles. Francés y griego dos por uno sólo hasta fin de año.

Mantengo mis colaboraciones dominicales de La ciudad pixelada, pero todavía no tengo claro si seguiré escribiendo el blog literario De Reojo en Heraldo.es. Me voy a dar un par de semanas para pensármelo, si no les importa. En cualquier caso, si lo conservo, haré algunos cambios en su concepto.

Perdonen el tono un tanto achuscado de este anuncio, pero he decidido parapetarme en la ironía para no dejar un hueco libre a la melancolía. Son muchos los años de trabajo que dejo atrás, muchas las ilusiones. Le he dado a Heraldo de Aragón los años más vigorosos y expansivos de mi vida, y aunque soy de los que piensan que los mejores tiempos son siempre los que están por venir, no puedo evitar que la garganta se me irrite y se me apelotone cuando evoco todo lo que dejo atrás. Casi nueve años intensos, algunos de los mejores amigos que he tenido en mi vida y prácticamente todo lo que sé del oficio de juntar letras. Y Cristina, mi pareja, la madre de mi hijo Pablo, que se queda currando en el núcleo duro de Heraldo y quien más me ha animado a dar este paso mucho más difícil de lo que nadie puede imaginarse.

En Heraldo, trabajando, he vivido algunos de los momentos más felices de mi vida. Y también algunos de los más tristes. Heraldo de Aragón ha sido mi casa, y supongo que seguirá siéndolo siempre. Cuando crecemos, nos damos cuenta de que no venimos de un sólo útero, sino de varios. Pertenecemos a varias personas y a varios sitios. Y yo pertenezco a Heraldo. Aunque esa pertenencia no me ate, aunque me vea impelido a soltar lastre.

Como dice un buen amigo, hay que arrepentirse de lo que uno hace, no de lo que no se hace. Puedo estrellarme (ya he dicho a quienes me han felicitado que se acuerden de mí y me echen unas monedas cuando me vean mendigando por las avenidas del centro dentro de unos años), pero asumo el riesgo. Es preferible estrellarse buscando el propio camino que ahogarse en un barco cómodo que no se tripula.

Y basta ya, que empiezo a sonar como Paulo Coelho. En fin, queridos, ya les iré contando qué tal me va, porque este rincón sigue abierto y más activo que nunca.

Por cierto, gracias por leerme. Sin ustedes, yo sólo sería un loco que teclea al vacío.


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