La mirada protagonista cae sobre ellas, con el correspondiente extra de culpabilidad. El instinto maternal, ya se sabe, hace todavía más insondables las razones que motivan el infanticidio. Ese instinto que todos presuponen universal en la mujer. Uno de los triunfos del film es desarmar esto como verdad categórica y mostrar lo que tantas veces se decide olvidar: que los momentos equivocados existen en demasía.
La apuesta por una historia así es muy arriesgada, y aunque hay momentos con aroma, fuerza y veracidad, estos se cuentan escasos. Casi todos ellos corren a cuenta de Marina Pennafina, la única capaz de transmitir cierta desazón en un reparto plagado de actuaciones carentes del sentimiento necesario para dar vida a personajes tan atormentados. Se quiere comprender, o al menos empatizar con el horror de unas mujeres que decidieron manifestar así su profunda depresión. Pero se descubre con cierto pesar que nada conmueve.
Es muy loable el intento de Fabrizio Cattani de abordar un tema que en mi memoria resulta inédito para el cine, y resulta gratificante comprobar que hay gente que busca contar historias difíciles, incómodas. Sólo espero que la próxima vez haya más pasión y menos sentimentalismo.