Los casos son al principio pintorescos, como un recuadro en la página de sucesos y no concitan mucha preocupación. Al principio se toma como una enfermedad que se puede prevenir, con la que algunos hacen negocio, al estilo de la gripe A. ¿Qué es? ¿La rabia? Aparece así un fármaco, el PHALANX, un placebo que convierte en millonarios a unos cuantos. La plaga se extiende y ningún gobierno ni la ONU hacen nada. Sin embargo, los servicios secretos de varias partes del mundo estudian la situación y alertan a las autoridades. Es el informe Warmbrun-Knight, llamado así por los dos agentes que lo elaboraron. Nadie hizo caso, y llega el “Gran Pánico”: la extensión violenta y descontrolada de la epidemia zombi. Brooks dice que la administración norteamericana no intervino por miedo a las repercusiones políticas y electorales. “¿Sabe cuál es el precio de poner a un ciudadano norteamericano un uniforme?”. La sociedad, dice, estaba como en los años 70, llena de rencor, y el gobierno se asustó y no hizo nada. La Guerra Mundial Z se libra en todo el planeta. Cada país a su manera. Las batallas son descritas con toda crudeza y realismo. Hay un militar que dice: “Lo que sabíamos de la guerra desde que un mono dio la primera bofetada a otro, no sirve”. La batalla de Yonkers, en EEUU, es un punto de inflexión, en el que el ejército se muestra impotente para detener la avalancha. Lo mismo ocurre en la India. Los métodos tienen que cambiar. El hombre y la sociedad se adaptan para sobrevivir. En el enfrentamiento con los zombis, Brooks refleja muy bien cómo actuarían los Estados atendiendo a su personalidad administrativa y al sistema político. No sólo aparece Estados Unidos, que es lo típico de las películas, sino que salen los casos de China –con su desprecio a los derechos y a la vida humana-, Cuba –y su naturaleza comercial reprimida por el castrismo-, Rusia –atada a los totalitarismos político-religiosos- o Israel –la naturaleza defensiva de un Estado que vive rodeado de enemigos-, Japón, Sudáfrica, Francia o Gran Bretaña. El episodio de Corea del Norte es terrorífico: el Estado comunista entierra a la población de 23 millones en las cuevas que pueblan el país para evitar el contagio. Pasada la guerra nadie se atreve a abrir esos bunkers por miedo a lo que pueda salir. La estupidez e ineficacia de la ONU es totalmente real, y solo cuando se ponen de acuerdo existe la posibilidad de salir adelante. Es entonces cuando comienzan a tomarse medidas serias para acabar con la plaga y exterminar a los muertos vivientes. Pero es una tarea larga. Tres años. Hay episodios magníficos que pueblan el libro, como el de los perros amaestrados, lo que le pasa a una paracaidista que inventa una locutora que le indica la salida, el relato de lo que ven los astronautas de la Estación Espacial Internacional, y tantos otros. La última parte del libro, quizá la más inquietante, es la final, la que se ocupa de “la limpieza”. Porque los zombis están por todas partes, no necesitan aire ni nada para “vivir”. Así que se encuentran en el fondo del mar –aparecen periódicamente en las playas, en las redes de pesca, en las plataformas petrolíferas- y los Estados tienen que organizar grupos de exterminio. También están en las zonas congeladas del planeta, de manera que se reaniman cuando llega la primavera y pueden surgir en cualquier parte. El episodio de las alcantarillas parisinas es escalofriante.Es, en definitiva, una novela muy realista sobre lo que sería una infección zombi en el planeta. Tanto que podríamos calificarlo de hard en el aspecto sociológico. Lectura imprescindible. Parece ser que habrá película, aunque se ha retrasado en varias ocasiones. No me extraña, porque la adaptación debe salirse de los tópicos zombis y abordar lo que de novedoso tiene este libro.
(Esto lo publiqué el 10 de julio de 2012. Hoy, 2 de agosto de 2013, estrenan la película, que sólo coincide con el libro en el título).