Revista Expatriados

Me marcho

Por Tiburciosamsa

Si fuera a un concurso de televisión y me preguntaran “animales migratorios”, respondería sin dudarlo: “¡El elefante!”, porque anda que no llevo mudanzas en mi cuerpo.

Mis hijos ya han conocido seis casas diferentes, entendiendo por casa todo lugar no vacacional donde vas a pasar al menos un mes. Cada vez que llegamos a una nueva casa, me preguntan: “Papá, ¿hace falta realmente que deshagamos las maletas?” La respuesta a veces es: “Con que saquéis una muda y el cepillo de dientes basta”.

Mi hija tiene ya ganas de tener una habitación en la que pueda quedarse algo de tiempo para decorarla. “¿Cómo la decorarías?” “Pintaría todas las paredes con flores y unicornios y…” Me parece que mi hija va a tardar en poder ver sus sueños cumplidos. Al menos no mientras viva conmigo. Ahora me doy cuenta de que nunca debí dejarle ver esas fotos de la Capilla Sixtina.

Mañana dejo Singapur. Echaré de menos los cangrejos con chile por la noche en Boat Quai; el equipo de dragonboat, que no ganaríamos carreras, pero montábamos las mejores barbacoas de Kallang; las compañeras del equipo de dragonboat, tanto las que venían a remar como las que venían a pillar cacho, que qué pena que no me haya pillado soltero; el día de las divas, que nos proporcionaba la ocasión de jugar por un día a ser drag queen; los atardeceres en el Bojangles de Balmoral Plaza, cuando miro el cielo adoptar todos los colores; las lluvias torrenciales vistas desde mi oficina; los cafés por la mañana, leyendo el “Straits Times” antes de entrar en el trabajo; la comodidad del aeropuerto de Changi, que ha habido días que he llegado a casa cuando no había pasado ni una hora desde que el avión tocó tierra; una conexión de internet decente, cortesía de Singtel; la seguridad de esta ciudad, que te puedes dejar la bolsa en la silla del café, mientras vas a coger otro sobrecito de azúcar y sabes que te la encontrarás a la vuelta; poder ir en chanclas por la calle todo el año, sin que nadie te mire raro; pasear por Orchard Road y estar rodeado de gentes de todas las nacionalidades y etnias; el templo budista de Chinatown; el pollo con arroz de “Big Bird”; el arroz frito de “Chin Chin” en Purvis Street; hojear los libros de la “Kinokuniya” del Takashimaya; las tardes después del trabajo en que me tomaba una cerveza (bueno, quien dice una, dice dos y tres) con Juan Carlos; las discusiones sobre el sexo (o más bien la ausencia de sexo) en el País Vasco, con Unai; las conversaciones literarias con mi jefe (es un lujo tener un jefe que sabe más de literatura que yo y que también escribe, aunque no lo haga tan bien como yo ;-); los rituales de Amitabha de los domingos con el grupo de Telok Banglah; ir remando con los del dragonboat desde Kallang hasta Boat Quai; visitar el Museo de las Civilizaciones Asiáticas el domingo por la mañana; el bar de las filipinas de “United Square” y el “ikan bilis” que servían; los cuentos que me contaba X., que eran todo mentira, pero me entretenían tanto (para pasar una velada agradable valoro más un conversador entretenido que otro honesto; para todo lo demás me quedo con el honesto); las conversaciones con Fran en el Harry’s de Boat Quai; los demás amigos, tanto los que veía con frecuencia, como aquellos a los que vi mucho menos de lo que habría deseado.

Regresaré el 1 de septiembre, ya desde otro país y con muchos menos kilos (espero), que agosto va a ser el mes del régimen y de no tomar cervezas.


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