Revista Cultura y Ocio

Memoria de elefante, António Lobo Antunes

Publicado el 09 enero 2012 por Unlibroabierto

Memoria de elefante, António Lobo Antunes

Tres son, al menos, los barrios esenciales y mágicos de Lisboa. La Baixa –santo y seña de la Lisboa moderna y europea que, repleta de nodos rectangulares, se abre y recibe al recién llegado con un luminoso y azulado abrazo desde la Praça do Comércio-, el Chiado –centro comercial de la ciudad; barrio atestado de tiendas, cafés, librerías y restaurantes- y Alfama – anclaje y nexo de unión entre la Lisboa actual y su historia; huella de tradición árabe, olor de ropa húmeda, sinuosa noche cantada por el fado y la saudade, recuerdo dictatorial desde el Aljube y vista privilegiada, desde el castillo de San Jorge, de todo ese caos repleto de alambicados y correosos senderos-.
Bajo esta sombra tríadica emergen dos figuras, dos debilidades personales. Una, la de Pessoa, ya enraizada y antigua, la otra, nueva y resplandeciente, es la figura de António Lobo Antunes.

Si bien la figura de Fernando Pessoa pertenece a los barrios de la Baixa y del Chiado. No en vano, El libro del desasosiego, la obra de Bernardo Soares –el mayor pessoano de todos los heterónimos del poeta portugués- se ubica en la Rua dos Douradores -rua situada en la cuadriculada, recta y harmónica Baixa- y su estatua -la de Pessoa; la del café A brasileira- se encuentra en pleno corazón del Chiado lisboeta. La segunda, la figura de António Lobo Antunes, pertenece al extra-radio, a las afueras, a los barrios marginales, a la Benfica más pobre, o a aquella Alfama retorcida, algo maloliente y pesarosa para el caminante fatigado. A su vez, la escritura de Lobo Antunes no es brillante ni resplandeciente como la de Pessoa, ni asombra ni enamora, pues es retorcida, difícil, pesarosa e, incluso, algo maloliente. Puede, su escritura, repeler al lector desprevenido, fustigar al lector ocasional o inquietar al atento. Pero, lo que de seguro logra es agitar, despertar aquel sentimiento dialéctico y atávico de aversión/atracción y dar voz a aquellos que ni la tienen ni la tuvieron.
 

 

Memoria de elefante (escrita en 1979) es la primera novela de Lobo Antunes y como toda primera obra representa un acceso a un universo ajeno –en este caso, un universo retorcido, oscuro, perturbador y fascinante-. Además, Memoria de elefante es un salto existencial a nivel biográfico, pues Lobo Antunes, inmerso en una crisis personal y profesional decide, a raíz del proceso de escritura de esta obra, abandonar su profesión, saldar cuentas pendientes con el mundo y lanzarse, con obstinación, a la escritura.
Al igual que Lobo Antunes, el narrador/protagonista de Memoria de elefante transita durante un período de su vida en el que ni su profesión (psiquiatra, como Lobo Antunes) ni la relación con su esposa (otra coincidencia más con la figura del escritor) le resultan satisfactorias. Ambas insatisfacciones no tardan en hacerse patentes, pues, en las primeras páginas de la novela, y a modo de grito de socorro, el narrador/protagonista exclama:
“Me cago en los psiquiatras organizados en cuartel de policía, pensaba siempre al buscar los cien escudos en el barullo de la billetera, me cago en el Gran oriente de la Psiquiatría, de los clasificadores pomposos del sufrimiento, de los pirados de la única sórdida forma de locura que consiste en vigilar y perseguir la libertad de la demencia ajena defendidos por el Código Penal de los tratados, me cago en el Arte de la Catalogación de la Angustia, me cago en mí, remataba él guardando el rectángulo impreso, que colaboro con todo eso pagando, en lugar de repartir bombas por los cubos de las vendas y por los cajones de los escritorios de los médicos para hacer estallar, en un hongo atómico triunfante, ciento veinticinco años de idiocia tiranizada.”

Y pocas páginas después:
“Te amo tano que no sé amarte, amo tanto tu cuerpo y lo que en ti no es tu cuerpo que no comprendo por qué nos perdemos si a cada paso te encuentro, si siempre al besarte besé más que la carne de la que estás hecha, si nuestro matrimonio se consumió de juventud como otros de vejez, si después de ti mi soledad se acrecienta con tu olor, con el entusiasmo de tus proyectos y con la redondez de tus nalgas, si me sofoco con la ternura de la que no logro hablar, aquí en este momento, amor, me despido y te llamo sabiendo que no vendrás y deseando que vengas del mismo modo que, como dice Molero, un ciego espera los ojos que encargó por correo.”

Memoria de elefante, por tanto, comienza siendo un grito iracundo, lleno de rabia e incomprensión hacía todo aquello que no acaba resultando como debiera o se había esperado. Grito, además, decepcionado por el mundo y por uno mismo. Grito que, gracias a la prosa enrevesada de Lobo Antunes siembra, sin perder un ápice de fuerza, desconcierto y pesar. Pero Lobo Antunes no se limita, en voz de su narrador/protagonista, a desgañitarse y a escupir exabruptos hacia el mundo como sí lo hacen otros autores (y me vienen a la mente los nombres de Chuck Palahniuk, Frédéric Beigbeder o Michel Houellebecq –similares no tanto por audacia o estilo sino por aquella capacidad de crear personajes que abordan sus vivencias desde la rabia, el despecho y la incomprensión-), sino que realiza un ejercicio de sumersión allí donde desagua la última miseria, buscando los más escondidos y vergonzosos de nuestros sentimientos. Y en este sumergirse emergen aquellos miedos más recónditos (y muchos más):

Desde el miedo del escritor novato:

Mientras no lo haga siempre puedo creer que si lo hiciese lo haría bien –explicó- y compensarme así por ser un ciempiés cojo con muchas patas tullidas, ¿me sigues? Pero si comienzo un libro en serio y me sale una mierda, ¿qué disculpa me queda?”

Hasta el miedo del solitario:

“Me mato, madre, sin que nadie o casi nadie lo note, me columpio colgado de la cuerda de una sonrisa, lloro por dentro humedades de gruta, sudor de granito, secreta neblina en la que me escondo.”

Y finalizando en:

“Y acabamos fatalmente desembocando en la pregunta esencial, que se encuentra por detrás de todas las otras cuando todas las otras se apartan o han sido apartadas y que es, si me permiten, ¿Quién Soy Yo? Me interrogo y la respuesta, vuelve, obcecadamente, invariablemente, así: Una Mierda.”

 

Pero no todo, en Memoria de elefante, es brillante. La obra adolece de argumento o, cuanto menos, podría decirse que la importancia de la trama, la crisis personal del narrador/protagonista y sus consecuentes vaivenes, resulta intrascendente. Mas, este factor, que en otras obras pudiera llegar a ser capital a la hora de valorar el conjunto, no hace que Memoria de elefante desmerezca menos de lo que debiera, pues es tal la capacidad de Lobo Antunes de profundizar, a través de una narración que alterna la primera y la tercera persona, en la personalidad y en los miedos de su personaje que, a veces, da la sensación de estar leyendo un libro que es algo más que una novela, un libro que bien pudiera estar emparentado con ese Livro do dessassossego de Pessoa/Soares. Un libro que, como la obra de Pessoa, fuera una autobiografía sin acontecimientos.
Además, resulta que ésta no es una lectura sencilla, la ya mencionada ausencia de trama y el estilo de Lobo Antunes –ese torrente irrefrenable y atemporal de sucesos, esa lengua viva, ese lenguaje oscuro, esa alternancia de voces al narrar,…- no facilitan demasiado la lectura. Pero, de nuevo, resulta imposible considerar este hecho como un elemento que minusvalore el conjunto total de la obra, pues, parafraseando a Lobo Antunes, una buena novela te enseña a leerla, y no habiendo sombra de dudas de que Memoria de elefante es una buena –buenísima- novela, no cabe mayor gozo para un lector que ir aprendiendo a leer una buena novela mientras se está leyéndola.

 

Finalmente ¿qué es Memoria de elefante? ¿Una novela? Sí, pero no una común y corriente ¿Un grito rabioso? Sí, pero algo más ¿Un ejercicio de sumersión? También, pero… No hay mejor término para describir esta obra que el de autobiografía sin acontecimientos. Una autobiografía –ficticia, por supuesto- que da lugar a la creación y al relato de una personalidad tan compleja y cautivadora como la de Bernardo Soares, Ferdinand Bardamu o Marlow. Una personalidad sin nombre, como otros grandes personajes de la literatura, que deja emerger al escritor y psiquiatra que hay en él para analizarse y cuestionarse constantemente.
Memoria de elefante es, por tanto, el reflejo de una personalidad –la de Lobo Antunes en voz y narración de su heterónimo-. Confesión antes que un relato. Forma pura antes que contenido.


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