Goendios, las 06:45. Solo a mi se me ocurre poner kikiriki como alarma del móvil. Y eso que me acuerdo del domicilio rural en el que estuve alquilado una temporada. Accedía a mi casita vertical por un patio que a su vez daba a un corral habitado por pollos gallinas conejos y un puto gallo que se creía Pavarotti. El muy cabrón ¡estaba afónico! Para mayor inri carecía de horarios. Empezaba a las cuatro o cinco de la mañana con la serenata y se alargaba casi hasta el medio día, con descansos, todo hay que decirlo pero a los que no les pillaba el truco porque tampoco estaban programados. En lugar de reloj internó tenía toda una relojería. Fines de semana incluidos. Cuando fui consciente de esto último palidecí. Me mudé a la campiña buscando tranquilidad y como soy un paleto de ciudad no calculé los daños colaterales. Juro que la primera vez que pasó por mi cabeza un flash de sicópata fue allí. Gallicida en serie, o en serio. Me pregunto por qué cojones cantan tanto. No creo que las gallinas estén en celo eterno, eso tiene que agotar la de dios. Si hay algún aldeano 2.0 –con todos mis respetos– leyendo esto, que me lo explique, porfa. La dueña del emporio (empollo) tenía predilección por aquel tenor. Yo le argumentaba que tanto amor se debía a que su casa estaba a cien metros y no se enteraba. Hay casos en los que la distancia une. Con la confianza adquirida le pregunté entre sonrisas si valía para un caldo y tal y cual pero no se daba por aludida, con otra risita, la muy cabrona. Era como de la familia.
Pillo los gayumbos que están enrollados a un lado de la mesilla y me los calzo a la pata coja, alternando pierna con cierta agilidad. Trastabillo un par de veces, poniendo en peligro la tele. Como son oscuros no me paro a ver la firma. Si fueran claros estoy seguro de que la nicotina sería una metástasis visible sobre el textil taparrabos. Cada color tiene sus ventajas. A mi me gustan los sufridos. Ay, ¡el Oxi Action no tiene precio! Un poquito por aquí, frotas con la bolita, un cacito y a la lavadora. A ver cuando me toca contar mi truquito en la tele, ando apurado de pelas. Ya aburren con tanta ropa de niño, que si manchada de tierra helado o chocolate. ¡Ja!
Echo mano a los calcetines. Cada uno a tomar por culo del otro. Los huelo. Aun aguantan un par de días, por lo menos, si el olfato no me falla y me respeta el catarro. Eso si, los cambio de pie porque me molestan los tomates. Por donde asoma el gordo se empeña en colarse también el compañero y eso perjudica a ambos, que se pasan el día estrangulados. Esa presión me llega al cerebro y no me centro. Es un alivio llegar a casa y poner fin a ese martirio. En cambio el pequeño no alcanza a asomarse al exterior y así duran un montón. Es que no soporto ir de compras. Si algún día tengo un accidente espero no llevar encima la documentación para no comprometer a la familia.
Me saco las pelotillas resecas de la nariz. A veces dan guerra. Se fusionan con los pelos, hay que andar a modo o tirar de la mata con decisión, a lo sumo una lagrimilla y listo, en caso de apuro. Meto el meñique en el oído y rebaño unas virutas. Si coincide que pica, me recreo en el gusto que da. No es la primera vez que saco una tamaño pasa de Corinto. La contemplo extasiado. Luego debo acordarme de limpiar bien la uña con el palillo del recibidor para no ir con restos de membrillo de un lado para otro, medio de luto, como ha pasado alguna vez; hay gente muy repugnante a la que todo le da grima, pone unos caretos que dan asco.
Voy a la cocina y preparo el desayuno. En el trayecto libero un par de gases impacientes. No me gusta que el apuro me pille en ese tramo por el eco que forman, y por mis vecinos cotillas a los que no se les escapa nada. Mira, ¡que se jodan!, estoy de su perrito chillón hasta la polla, creo que se mea a la puerta de casa, ya he visto varias veces un charco que no tiene mucha explicación. Así que incontinencia por incontinencia es mas humana la mía. Como sigan apareciendo los oasis perrunos, lo del gallo no va a ser nada. Les voy a dedicar un área de “Il Pedorreta Sostenuta”, un altro Vicino.
Me tomo el zumo y suelto un eructo sonoro. Será por escapatorias. No hay como un buen mantenimiento. Meto la mano por el calzoncillo y acomodo la huevada –apretujada– en un gesto mecánico y cotidiano. Me viene de golpe una flema como una gominola. La lanzo sobre el plato de los espaguetis a la carbonara de la cena que espera su turno junto a otros cacharros. Rebota y cae fuera del fregadero, detrás del grifo mono mando. Ahí se queda, no se extravía, es verde y contrasta con el blanco grisáceo de la encimera. Paso la mano por la boca. Caliento medio café con leche que sobró de ayer, el vaso estaba pegado a la mesa de la cocina, otro círculo más, tengo el logo de las olimpiadas por media casa. A ver si se me pega también el rollo deportivo. Lo acabo mientras visualizo la jornada que se presenta.
¡Joder! ¿En qué coño se ha ido el tiempo? Aun tengo que giñar. Lo intento. La prisa no es buena compañía así que desisto. Acabo de arreglarme y atuso el pelo a toda leche. Ya cagaré donde mande el apretón. Echo un cigarro rápido, le doy unas caladas sostenidas que se comen un centímetro de pitillo cada una. La ceniza cae al suelo y la piso sin querer. Pillo el coche. Al poco rato un retortijón de tripas. La virgen, tenía que haberlo hecho en casa.
Regulo el malestar soltando un pedo. Hostia, mal control, sale con burbuja, caliente, caldoso. Abro la ventanilla para que se busque la vida. Mi pituitaria lo agradece. Cualquiera diría que estoy podrido. Quedo nuevo. Doy unas vueltas a la manzana de la oficina a ver si tengo suerte y me ahorro el parking, pero toca pagar.
Entro al curro y voy derecho a mi puesto, surfeando saludos, miradas rápidas, alguna huidiza. La de la Toñi es una de ellas. Por más que exhiba mis mejores galas no consigo derribar su muro, se sabe todo el manual del escaqueo, la muy jodida. La verdad es que echo de menos una compañera, día y noche, sobre todo lo segundo. Ya tengo callo en la mano de tanta paja. Si algún día pillo una hembra tengo miedo de agitarla en lugar de acariciarla. Por cierto, a ver si mudo la cama de una jodida vez.
Comí en el burguer de la esquina y vuelta al tajo. Otra cosa que tengo que buscar. Pasa la tarde lentamente, con artrosis. Al salir hago escala en un bareto cutre cercano a casa, con ambiente de putiferio. En la barra hay dos jamonas, siempre suele haber alguna. Pago, me voy, llego, enciendo el ordenata. ¡Siii!, han contestado a mi anuncio en una página de contactos. ¡Una página seria! Nada de tías puercas.
Esta vez, la actividad en el taller literario trataba de escribir un diario íntimo, o el extracto de uno.