Menos de una hora, poco más de cincuenta páginas con letra grande, con la cuidada -y cara- edición de Acantilado. Pero una delicia extrema, un pequeño sorbo de buena literatura, de las mágicas historias del Zweig que nunca falla: cuántos párrafos hermosos, en una historia tan corta como intensa. Qué manera de definir la abstracción del mundo que siente el lector, la inmensa y absurda felicidad del saber, el sinsentido del mundo real frente al que es capaz de vivir en el duermevela que produce la lectura.
Esas páginas dan para mucho: para criticar la guerra, para renegar de las fronteras de la burocracia frente al saber que no conoce fronteras. Para convertir a un café en un personaje trascendental de la historia. Sé que no les he contado nada pero no les cuento más, léanlo:
Bienvenidos amigos al café Gluck de Viena, donde en un tiempo pudieron encontrar, sentado en una mesa cada día a Jackob Mendel, librero de viejo.