Los chefs consagrados confiesan que uno de los secretos para llegar a serlo es conocer profundamente y dominar la cocina tradicional para luego reinterpretarla de una forma personal. El Mesón El Molino es uno de esos sitios "de siempre" que deberían ser visitados por los aspirantes a cocinero y por todo aquel al que le guste comer "muy bien".
Astragada de tanta mesa corrida compartida, bancos sin respaldo y luz cenital que proliferan en nuestros mercados reconvertidos en espacios gastronómicos y nuevos restaurantes de inspiración nórdica, nos fuimos a , un lugar muy conocido del suroeste de la comunidad Madrileña, cercano al pueblo de El Álamo y Navalcarnero. Tuvimos mucha suerte ya que acababan de anular una reserva, porque siempre está lleno siendo conveniente llamar varios días antes de ir aunque sea entre semana.
Cuesta encontrarlo, en una carretera secundaria y sin avisos previos, es fácil pasárselo si no te fijas en su símbolo característico, un molino castellano justo en la puerta medio escondido por la hilera de coches que suelen estacionar en la entrada.
Un lugar peculiar para un buen restaurante, pero la realidad es que no le falta clientela. El aparcamiento lleno de coches de alta gama y el salón lleno de jerseys de punto y camisas de cuadros de los domingos. Entrar es volver al salón de comidas de toda la vida, sencillo y limpio. En las paredes Bodegones viejunos de la casa del pueblo de la abuela y fotos de cantantes españoles, futbolistas y toreros, dando fe con sus dedicatorias de que el sitio merece la pena. Los camareros de camisa blanca arremangada y pantalón negro. El servicio es rápido, amable y muy profesional. El Molino es de esos lugares donde no tienes que esperar, muy del gusto madrileño, en la capital todo son prisas. Te conducen a la mesa, inmediatamente el camarero te pregunta que quieres beber y cuando estás terminando de acomodarte ya te han traído tu bebida, unas olivas, queso manchego y la carta para elegir. La carta realmente no es necesaria: De entrante siempre, siempre las gambas blancas fresquísimas a la plancha y luego lo que toque según mercado: Bien unos percebes gallegos, bien unas almejas marinera o un pulpo, todo de primera y siempre producto nacional.
A El Molino se va a comer carne, considerada la mejor carne de Madrid, cortada y pesada en el momento, hecha en parrilla con el carbón vegetal especialmente seleccionado, dentro del salón y delante de los comensales. De los excelsos calificativos con que la denominan en las críticas culinarias, me quedo con el de " La Parrilla Sixtina" pues no se me ocurre definición más acertada. El maestro asador, domina a la perfección el corte y punto de las carnes aguantando impertérrito mil grados de calor y no equivocándose nunca en la comanda de cada mesa.
La escarola en ensalada con tomate rallado y comino pone el contrapunto ligero a la carne acompañada de las clásicas patatas caseras muy bien fritas y calientes.
Los postres de acuerdo con la ideología del restaurante son contundentes, sabrosos y sencillos : Los más populares, la Tarta de queso, generosa porción incluso para golosos y la Milhoja de hojaldre con crema y nata, que tiene un regusto a roscón sorprendente. El remate final: los cordiales con botellas al centro de la mesa y el platillo de bombones y chocolatinas para acompañar el café que hacen que la sobremesa se alargue todo lo que la conversación de de sí sin interrupciones del servicio. El precio muy ajustado en relación con la calidad y el buen trato.
Como aliciente extra podemos rematar la jornada con un agradable visita a pocos kilómetros de Batres, una localidad madrileña de cuidadas calles declarada de interés turístico por su patrimonio histórico y natural en la que destaca su Castillo: Una casa-fuerte excelentemente restaurada por sus propietarios: La Familia Moreno de Cala y de relevancia literaria, pues en él residió el poeta Garcilaso de la Vega.
Hastapronto: Salud y Kilómetros!!