El metrónomo «permite al músico mantener un pulso constante al ejecutar una obra musical». Los estudiantes ponemos «el grillo», como dice mi profesor, interiorizamos el ritmo que los «bip-bip» marcan y, luego, hacemos lo que nos da la gana -ja ja-, ya se sabe… o para lo que nos da la mano. Pensaba yo un día de estos, mientras el grillo y yo hablábamos, que las personas deberíamos disponer de un metrónomo para ejecutar la vida, de tal manera que programásemos por la mañana la velocidad para la jornada (¿«negra= 65», por ejemplo?) y a funcionar: «un-dos», «un-dos, un-dos», así todo el tiempo, siguiendo la misma cadencia, un ritmo fijo que nos blinde frente a los vaivenes, bajones, subidones, sorpresas y exabruptos que el día a día trae.
Metrónomo clásico.
Conduciríamos por las autopistas de la existencia como autómatas de alta precisión, cada uno a la velocidad marcada, que no sería única, claro está (la diversidad, ya lo ven, quedaría garantizada). Nos ahorraríamos muchos desgastes y disgustos. Algun@ estará pensando que también alegrías; esta historia tiene su peaje, claro.
¿Se imaginan enchufar al crío al metrónomo? Para el cole le pondríamos un tempo allegro (menos de «negra=113», nada). Y para conseguir tenerlo en la cama a las nueve de la noche, bajaríamos el valor de la negra hacia 45 (tempo largo).
Para la productividad laboral, sería la caña. Qué contentas se iban a poner las empresas, manteniendo a sus trabadores full-time en presto o vivace.
Para el amor, el metrónomo también resultaría ventajoso: no me digan que no. Lo veo, lo veo…
No se les ocurrió al Creador o a la Ciencia Genética dotarnos de este aparatito a estos seres vivos. Mecachis. Qué les hubiera costado diseñarnos con un péndulo o un botonín en el cogote a tal fin.
Metrónomo digital
El metrónomo es un instrumento que sirve para indicar tiempo o compás de las composiciones musicales. Emite regularmente una señal, visual y/o acústica, que proporciona al músico un pulso invariable, constante, para ejecutar la pieza musical.
Para definir la velocidad de referencia, en la partitura se establece el tiempo de duración de una nota negra (negra= n).
La historia del cacharrito
El historiador medieval Lynn White atribuye al inventor andalusí Abbas Ibn Firnas (810–887) el primer intento de crear «una especie de metrónomo». Siglos allende, a finales del XVI y principios del XVII, el inventor de inventores, Galileo Galilei, fue pionero en estudiar y descubrir conceptos fundamentales sobre el péndulo.
En 1696 Étienne Loulié (1637-1702) desarrolló el primer metrónomo graduado, un chiquitín de una altura de dos metros, y de batidas mudas.
El cronómetro musical mecánico que hoy conocemos (no el digital aún, claro) fue inventado por Dietrich Nikolaus Winkel en Amsterdam en 1814.
Inicialmente, los metrónomos consistían en un péndulo con una polea que se podía regular para marcar un tiempo más lento o más rápido según la velocidad requerida. Como el que tiene el profe en clase, vaya.
«Negra = 120» o 120 negras por minuto. Tempo allegro, casi vivace.
El nacimiento de este dispositivo deriva de la necesidad de contar con un artilugio que defina de forma precisa la velocidad de ejecución de una obra musical. Antes de su creación los compositores utilizaban como velocidad de referencia el pulso medio humano, que en estado de reposo equivale aproximadamente a 80 pulsaciones por minuto.
El primer compositor de postín que estableció en sus creaciones indicaciones métricas fue Ludwig Van Beethoven en 1817, durante el clasicismo. Se da la paradoja de que el mismo Beethoven, ya en el Romanticismo, dijo que «para la nueva música, más libre y llena de elementos que alteraban el tempo, el metrónomo era una abominación».