PLANO CORTO
Todavía puede ver a Harry balanceándose de la barra de las cortinas, regalándole al gordo Sparkey su plan de jubilación y hasta pidiéndole que cerrara más el plano para repetir la acrobacia. Menudo imbécil, con lo fácil que lo habían tenido.
La señora Pendleton le saca de su mutismo preguntándole si no piensa intervenir, él la mira displicente pensando que si en vez de caerse en aquella mugrienta esquina hubiera sucumbido a la piel de aquel plátano unos metros más adelante, frente a los almacenes Bloomingdale, otro gallo les cantaría ahora.
La parte contraria sigue a lo suyo, ensalzando al Ayuntamiento, argumentando casos anteriores mientras cautiva a un juez decrépito y medio sordo que no hace más que asentir. Él se va aclarando la garganta mientras le susurra al oído a la Pendleton que no tiene que preocuparse, que lleva muchas demandas civiles a las espaldas y que sólo hay que aguardar el momento justo.
El tedio de la ley le puede una vez más, el tedio y aquel descapotable que perdió, aquellas vacaciones en Florida con las que haberse deshecho por un mes de todo el equipaje familiar, suegra incluida, y todo por unos principios, ¿pero quién se viste ahora con principios?
Y eso que él lo hacía todo por Harry, si hasta le trajo a Sandy, y eso era mucho traer, ahí sí que había que hacer un ejercicio de fe, pero todo era poco para aquel cuñado desagradecido, el mismo que le hurtó la gloria cuando tenía pillados por los bajos a los cocodrilos de O’Brien, Canon y Quindcale, que lo mismo hasta le habrían ofrecido un puesto como socio con tal de no soltar un centavo.
Suspira recordando cómo todo se hizo humo, como una de esas galletas chinas que se deshacen con los dedos, pero sin dejarle sorpresa final, sin dejarle más que los mismos casos de siempre, aunque el colmillo de viejo zorro no lo ha perdido, y va a morder, justo ahora le toca morder para que la señora Pendleton reciba su justicia y él su jugoso veinte por ciento.
- Su turno, señor Gingrich.