Revista Viajes

México

Por Zhra @AzaZtnB

Llego con retraso al aeropuerto, mi mochila tarda eones en salir pero al menos paso rápida por los controles. Debo tener mucha cara de guiri porque cuando a una mujer se le cae el montón de maletas y la ayudo en lugar de darme las Gracias me da las “Thank yous” a pesar de estar hablándole en castellano. Cuando se abre la puerta del aeropuerto entre toda la gente veo a tres personas, la primera una chica que hacía casi 10 años que no veía a la que saludo con un abrazo, pocos centímetros por detrás dos personas que sólo había visto en fotografías pero que me acogen con los brazos abiertos. Sin tiempo a reaccionar demasiado me encuentro preguntándome cómo ha llegado una niña rubia a mis brazos mientras ella pide Skwinkles (unas tiras de gominola con chile). Cruzamos en coche la ciudad con más población de Norte América y ya en casa un montón de lluvia con rayos decide aparecer por el cielo de Coyacán, en el centro geográfico del distrito federal de México. La luz se va y viene para finalmente quedarse con nosotros. La luz en casa del hermano de Rafa, mi anfitrión, ha decidido que lo mejor es que nos haga una visita. Me alegro de la decisión y entre los tres me introducen a la comida mexicana, demasiados nombres para recordarlos, está buena y el picante es moderado. No deja de sorprenderme como la niña rubia de piel tan clara que pasaría por sueca pide comer mango con un poco de chile. Aprovechan para explicarme expresiones locales así cuando al día siguiente una chica me pide si “me regalas tu pin (de la tarjeta de crédito)” no llamo a la policía sino que lo pongo en la máquina con una media-sonrisa. Es bueno conocer a gente del país.
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Al día siguiente acompaño a Elena y Rafa a hacer unas gestiones al centro de la ciudad, quedo fascinada con la rapidez del papeleo. En media hora estamos saliendo por la puerta camino al Monumento de la Revolución Mexicana que se inició en 1910 y, después de muchas idas y venidas se acabó en 1938. El monumento también sirve de mausoleo para Francisco Ignacio Madero, Venustiano Carranza, Pancho Villa, Plutarco Elías Calles y Lázaro Cárdenas cuyos restos se suponen enterrados en cada una de las cuatro columnas. Pudimos visitar el paso de cimentación donde se ve el interior del edificio y el mirador desde donde se ve toda la capital. De allí Rafa nos llevó a comer el mejor pulpo que he comido jamás, sí es cierto que había más comida y toda estaba buenísima pero yo todavía sueño con ese pulpo. Antes de pasar a buscar a la niña del colegio nada mejor que un recorrido en coche por los monumentos más destacados del centro de la ciudad con explicaciones de cada uno de ellos, ya tendría tiempo de verlos tranquilamente más adelante. Para acabar la tarde un paseo por Coyacan con explicaciones de la zona. ¿Se puede pedir más? Por la noche un gato juega con mis zapatillas pero se aburre y decide que es más divertido esperarme mirando la puerta cada vez que la abro. Al día siguiente es el día de la madre así que Rosa, junto a sus compañeros de clase, tiene una canción y unos regalos para su mamá. Como Rosa tiene un poco de tos no puede ir al cole y me paso el día jugando con ella, no sé quien se lo pasa mejor de las dos. Acabamos la tarde en la Casa Azul, el museo Frida Kahlo donde están las dos camas que usaba Frida (cama de día y cama de noche), la biblioteca y la cocina tradicional mexicana. De vuelta le compramos un coco a un vendedor ambulante. El chico abre el coco, nos da el líquido en una bolsa con una pajita, corta la pulpa a trozos y la pone en otra bolsa junto con un poco de limón y sal, el chile ya lo pondremos en casa, gracias. Yo flipo pero reconozco que está bueno y lo incorporo mentalmente a la lista de “mezcla de comidas que he descubierto por el mundo”.

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Durante el fin de semana tengo más tiempo de ver el centro y gracias a una norma absurda para reducir la polución descubro el transporte público. Junto a Elena, Rafa y su hermano no me había dado cuenta pero en el metro me doy cuenta que aquí tampoco podría encontrar zapatos de mi número.
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La plaza de la Constitución de la Ciudad de México, El Zócalo, es la plaza principal de la ciudad con 46800 m² y marca el centro histórico de la ciudad. A su alrededor está el Palacio Nacional, el Antiguo Palacio del Ayuntamiento, el Edificio del Gobierno, el Museo del Templo Mayor y la Catedral Metropolitana de la Ciudad de México. El hundimiento de la Catedral es notable y es que el centro de Ciudad de México se hunde hasta 2’5 centímetros AL MES debido a la extracción subterránea de agua. Leo en un artículo que existen zonas locales de Xochimilco donde se hunde hasta 35 cm/año. La catedral en concreto se ha hundido 10 metros en 100 años. En el mismo centro histórico de la ciudad de México está el Palacio de Bellas Artes y el Palacio de Correos de México o Quinta Casa de Correos, edificios que valen mucho la pena visitar tanto por dentro como por fuera. Siguiendo varias recomendaciones visito el Museo de Antropología en el bosque de Chapultepec, del que me acaban echando al cerrar, de ahí paso a la Avenida Reforma, la fuente de Diana Cazadora y el Ángel de la Independencia de 1910 para conmemorar el Centenario de la independencia.

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Esto ya se acaba y lunes visitamos las ruinas de Teotihuacan. Es una de las principales ciudades prehispánicas y me parece un lugar increíble. La vista desde la pirámide de la luna, sin ser la más alta me impresiona más que las ruinas de Angkor Vat, seguramente porque es un sitio más abierto y estoy menos saturada de monumentos. No es difícil imaginarse la vida de la población recorriendo las calles, comerciando y atendiendo a rituales religiosos.

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Por muchos datos que dé y os explique lo maravilloso de México no puedo evitar sentir que me dejo algo. Lo mejor fueron las personas que me encontré y me acogieron allí. Las historias del abuelo aviador de Rafa, las charlas en el patio con Elena, disparar balines por primera vez y estar rodeada de buena gente. Decir sin darme cuenta “pinche gato” cuando me asusta o repetir “pues claro que sí” con acento mexicano. Aprender palabras como “güerita” o que un chapulín es un saltamontes. Dar las gracias en catalán porque se parece más al acento mexicano que el castellano y salir de la tienda diciendo “adéu” bajo la mirada del dependiente que se pregunta qué le acabo de decir. La última noche nos juntamos con Rodrigo, dice que se va a embarcar en un barco de Bilbao a América, prometo que si él lo hace yo voy a despedirle. Aquí queda escrito.

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