Revista Cocina

Mi cocina es mi selva.

Por Francissco

Cocinas y restaurantes. Territorio testicular.Mi cocina es mi selva.

Los varones dominan la restauración y las cocinas a nivel público, sin perjuicio de que en los hogares privados las señoras sean, generalmente y por inercia sociológica, las encargadas de preparar el buen yantar. Hay, por tanto, un reparto de territorios.

Para investigar este fenómeno, vuestro bloguero preferido ha aprovechado que las pasadas noches cenó en el restaurante de un pueblecito,  desbordado este mes por la afluencia de turistas. Estos invasores veraniegos provocan una altísima demanda de cocina y, felízmente, un aumento en los ingresos de caja. Pues bien, hace años  que conozco a los que lo llevan, los cocineros que, además, son los jefes.

Me resulta relatívamente fácil, por tanto, entrar en su sancta santorum y contemplar como trabajan al mismo tiempo que charramos por los codos, lo cual no es óbice para que, llegado el caso, abronquen a alguien, para la consiguiente incomodidad mía, claro. Son amigos, sí, pero no precísamente unos angelitos con los subalternos, cosa que es menester admitir.

Teniendo una plantilla de unas diez personas (no los conté, ojito) se me hacía raro no ver ninguna fémina ¿Cocinan  mal?  ¿No aguantan? ¿Las discriminais o molestais al contratarlas? Se lo pregunté, bromeando de paso con el  -mujeriego empedernido y tenaz- en el sentido de si no le agobiaba ver tanto tío alrededor en vez de mozas salerosas. “Síii, ya quisiera yo, pero no aguantan, se “autoseleccionan” y ellas solas se piran. Y algunas habían hecho cursos de restauración y tenían un nivel que no veas”

Fue cuando le pegué un vistazo al paisanaje, je, je. Helo  aquí: un puñado de primates sudorosos en zuecos currando en  horarios terribles. O sease, en fines de semana y fiestas de guardar, olvídate de la novia, o del  novio y de la family: hay que levantar ollas y pucheros como posesos.
Picar cebolla, filetear pescado doce horas al día, incluso descalabrar ranas dándoles en el canto de la mesa, actividades todas ellas que, como es sabido, promueven la elevación del espíritu…

Algunos parecían piratas, vistiendo con mangas recortadas, con tatuajes, piercings “ese del piercing es cojonudo”, me dice. A los que friegan les lanzan las sartenes sucias a la pila a toda velocidad y con puntería, menos mal.

Otros avasallaban a los camareros y a cualquiera que entrara, parecía un reality.  Existían las jerarquías de espacio, se empujaban y disputaban cada palmo de suelo con cara de congrio y ferocidad de roedor enjaulado. Se decían cosas que en otros ámbitos se considerarían acoso: “Ese pescado está mal asado, capullo”, le suelta uno de los chefs a un ayudante, con el mejor estilo de sargento chusquero  que arrima y pega el careto…

Recuerda, ciertamente, a una soldadesca y no creo que en la academía de Ferrán Adriá (si es que tiene alguna) te preparen para algo así. Tampoco es novedoso este clima de trabajo y estrés, pero, por Thor y Odín, que aquello acojonaba e imponía. Y ya llevo añitos en diversos trabajos, palabrita del niño Jesús. No solamente era la intensidad física de la labor, compartida con tantas tareas,  sino la pugna territorial, minuto a minuto, de caracteres peleones y mal encarados.

Aparte de ello, se come de narices en el sitio, tanto cocina típica aragonesa (está en el Teruel rural, esa maravilla) como caza, pescado y lo que les pidas.

Un saludete de cliente ignorante.

 


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