Revista Decoración

Mi hijo el lector

Por Paula Lesina

Mi hijo el lector.

Leer es un hábito.


Podría comenzar esta entrada con una extensa introducción sobre los beneficios de la lectura para los niños. O aduciendo decenas de argumentos -organizados en prolijas listas- para que animes a tus hijos a leer. Sin embargo, en la atrevida suposición de que te dejaste tentar por el título, intuyo un espíritu inquieto, decidido a fomentar la lectura en tus hijos y plenamente consciente -desde antes de iniciar tu búsqueda en Google- de cuál es la importancia de este hábito para el resto de su vida. Si sos vos misma una lectora, entonces estás buscando confirmaciones, no estrategias. Desde ya, quiero confirmar tus expectativas. Tenés en este párrafo la primera de tus certezas consolidada: la afición a la lectura no viene inscripta en el código genético. Ser un lector apasionado no es consecuencia de una misteriosa mutación del genoma humano. Leer es un hábito que, como todos los hábitos adquiridos en la infancia, tiene una proyección para toda la vida. Simple de escribir...no tan simple de llevar a la práctica en un universo de estímulos visuales y sonoros tan atractivos para los niños. Quiero que sepas que este post no tiene pretensiones técnicas. Si bien mi profesión son las letras soy, antes que nada, una madre decidida a que su hijo sea un lector. "El lector": título del primer libro que me regaló no-marido durante mi embarazo con la clara ilusión de que Camilo disfrutara de la literatura tanto como nosotros. Con padre y madre dedicados al mundo de las letras, podríamos decir que el vástago no tiene muchas opciones: o lee o no come. Y crean en esta madre, Camilo come. Y lee. 

Leer...cómo, desde cuándo, en qué momento.


De mi ansiedad por incentivar la lectura surgen dos respuestas claras: leer desde siempre y en todo momento que se pueda. Esto no significa sacrificar la vida en un "tour de force" por completar una lista de títulos leídos. De hecho, no creo en el sentido de establecer un decálogo de libros por leer, amontonados en la mesa de luz con la esperanza de tocarlos -siquiera abrirlos- antes de caer rendidos de cansancio. Quien lee como hábito, lo hace en cualquier momento. Sobre cualquier soporte (impreso o digital) aunque tenga sus preferencias y en los lugares más impensados. Esta madre se ha encerrado en el baño a leer casi sin culpa. Para quienes estamos viviendo las delicias de la maternidad, sabemos que es difícil ignorar la insistencia de un hijo cuando la madre desaparece por cinco minutos de su campo visual. Imagínense entonces lo que pasará por su cabecita cuando te ve salir de esa habitación con un libro... Este es el tipo de necesidad que quiero crear en mi hijo. La necesidad de leer aunque signifique tener un libro abierto sobre la bacha. El desafío no radica en la auto-exigencia o en la imposición sino en cultivar el placer de la lectura.

Desde la panza: leyendo en voz alta.


Ya no es discutible la relevancia de la vida intra-uterina en la formación del ser humano. En este sentido, estimular con música e historias al bebé por nacer debería ser tan vital como alimentarse sano para nutrirlo. A pesar de la sensación de extrañamiento que puede producir hablarle en voz alta a la panza, nunca dejes pasar la oportunidad de contarle lo que está sucediendo, explicarle cómo te sentís y leer -lo que sea que estés leyendo- para tu público "interior" como si fuese un auditorio de mil personas. Recuerdo los primeros días de Camilo y cómo lográbamos dormirlo con la voz del padre. Federico tiene un tono de voz alto y claro, le cantaba canciones y le relataba historias durante el embarazo, las mismas con las que luego de nacer se tranquilizaba y dormía. 

Cuando es recién nacido: contándole historias en voz baja.


En los primeros meses del bebé, la rutina de lectura inaugurada en el embarazo debería continuar tanto como lo permita el cansancio de los padres recientes. Hay dos estrategias infalibles para trasmitir seguridad y tranquilidad en un recién nacido: el contacto piel a piel y el ritmo de la voz relatando. El relato oral es la pre-historia de la lectura para los niños. Si no te sabés historias de memoria, inventalas. Si no tenés imaginación, probá con las grabaciones de voz. Personalmente, te aconsejaría que fuese tu propia voz la que escuchara. Por lo cual no es una idea loca grabar tus lecturas durante el embarazo. Sin embargo, para quienes no tienen la paciencia o el tiempo que requiere preparar una grabación, existen diversas ofertas de cuentos clásicos y música suave ideales para los primeros meses. Son ese consejo que vas a agradecer en los momentos en que necesitás cinco minutos de intimidad. Ese rato que es únicamente para el mantenimiento de tu autonomía como ser humano porque, por ejemplo, nadie puede ducharse por vos. Sí: una madre se ducha en tres minutos y se seca en dos. Algo impensable en la vide pre-maternidad. 

En los primeros años: regalándole libros adecuados a su edad.


No se forman lectores en casas que no tienen bibliotecas. Y no se trata de multiplicar el consumo ya alocado de productos para recién nacidos con la compra desmesurada de libros. Los primeros libros de tu bebé los podés hacer vos misma o podés seleccionar aquellos que cuentan con las siguientes tres características esenciales:
- Resistencia al uso, el manoseo, las mordidas y el agua,
- Mucho color, texturas, contrastes.
- Historias sencillas y muy visuales en las cuales la imagen acompañe a las palabras. Nada genera más molestia en un niño que no identificar en la imagen lo que estamos diciendo con palabras.

Es primordial que tu hijo manipule el objeto "libro" para familiarizarse con él. Si nunca toca uno, si no le permitís la experiencia de hacerlo propio (como ellos saben hacer propias las cosas: destrozándolas) entonces no podés pretender que el libro como tal forme parte de su vida. La lectura es una experiencia de todos los sentidos para los niños pequeños, no se la niegues.

Se enseña con el ejemplo. 


Nuestros hijos no hacen lo que les decimos, sino lo que nos ven hacer a nosotros mismos. Este es un consejo sabio aplicable a todas las enseñanzas que consideremos valiosas para nuestros hijos. Los hijos de padres que leen se interesan por la lectura. Si tu hijo observa que leés un libro o incorpora como parte de su rutina de sueño la lectura de un cuento, entonces está comenzando a consolidar el hábito de leer. Como todo hábito, requiere de la repetición constante, paciente y coherente. Igual que enseñarle a comer verduras o lavarse los dientes. 

Enseñar a leer es abrir una ventana al universo.


Quien gusta de leer y aprender, tiene siempre abierta la oportunidad de conocer el universo. El conocimiento teórico -aquel que adquirimos por los libros- es tan fundamental como la experiencia práctica para la vida cotidiana. Se aprende a vivir viviendo, sin duda. Pero también leyendo. Quien es lector, procesa emociones y conflictos vitales y quizás los catalice antes a través de la lectura que por la experiencia vital. Para los niños, este tipo de historias que catalizan sus vivencias son de una riqueza didáctica que, como padres, aprendemos a valorar con la perspectiva. No en vano se publican títulos sobre los grandes hitos del crecimiento: desde la forma de abandonar los pañales al primer amor. No le niegues a tus hijos la posibilidad de aprender sobre su entorno a través de la lectura o del relato oral, como prefieras. Mi último consejo, sería que dediques diez minutos al día al ritual de leer. En una atmósfera lo más calma posible y sin distracciones exteriores. No te sabotees madre, si querés que tu hijo lea tenés que apagar la tele. Y si es posible todos los teléfonos. De esa forma, vas a poder pronunciar con satisfacción, que tu hijo es un lector.


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