Revista Cocina

¿Mi hijo o hija tiene problemas alimentarios? Te ayudamos a identificar algunos signos de alerta

Por Sentir @menjasa1

Como todos sabemos y hemos experimentado, la adolescencia es una época llena de cambios. Nuestro cuerpo cambia, pero también lo hace la forma que tenemos de relacionarnos con nosotros mismos y con los demás. Es un momento vital en el que empezamos a formar nuestra identidad y esto implica, a menudo, que necesitemos marcar distancias con la familia y que nos acerquemos a nuestro grupo de iguales.

A medida que los niños y niñas van entrando en la pubertad, también es posible que se den cambios en la alimentación y el cuidado de sí mismos. Las decisiones alimentarias y de salud, que antes eran tomadas básicamente por los padres, pasan a ser en parte decisión de los hijos, sobre todo cuando empiezan a ser más autónomos y aumentan las comidas fuera de casa y de la escuela.

Estos cambios son completamente normales y ayudan al chico o chica a construirse como persona, aprendiendo a relacionarse con los demás, a gestionar su tiempo y descubrir tanto lo que le gusta como lo que no le gusta. No podemos olvidar que la adolescencia es también una edad especialmente sensible para iniciarse en problemas con la comida y el cuerpo que, si no son detectados y tratados a tiempo, pueden desembocar en trastornos alimentarios o de la imagen corporal.

Es importante, pues, que estemos atentos a ciertas conductas para poder detectar a tiempo cuando nuestro hijo o hija puede estar iniciando una mala relación con la comida y/o con su cuerpo.

Uno de los síntomas más claros es la decisión de excluir determinados alimentos o tipos de cocciones de su alimentación. Por ejemplo, puede que empiecen no queriendo incluir el pan, la pasta o la patata en sus comidas. También puede ocurrir que no quieran comer nada que no esté hecho a la plancha o al vapor, evitando así fritos o salsas.

Por otro lado, también podemos observar una disminución de la ingesta general, alegando que no tienen hambre o que ya han comido antes. En términos de cantidad también puede ocurrir lo contrario, que detectemos que a menudo utilizan la comida para sentirse mejor, por ejemplo comiendo grandes cantidades de alimentos (a menudo no muy saludables) en poco tiempo y de forma impulsiva.

Otro de los signos que podemos observar tiene que ver con una excesiva preocupación por lo que comen. Un interés desmedido por analizar las propiedades de los alimentos o la tendencia a incorporar ciertos superalimentos, suplementos o sustancias supuestamente beneficiosas en la dieta también nos puede hacer pensar que este tema está ocupando demasiado espacio en la vida del adolescente.

Una alta preocupación por el aspecto físico y el cuerpo puede ser otro de los factores que nos pueden alertar. Que el adolescente verbalice a menudo que no le gusta su cuerpo o que hable mal de él puede indicarnos que su malestar es significativo. También es conveniente estar atentos si vemos una conducta de deporte excesiva y motivada por la quema de calorías y no por el disfrute.

Por último, las conductas de evitación pueden ser también un indicador de que algo no va bien. Por ejemplo, dejar de quedar con la familia o amigos cuando esto implica hacer alguna comida o llevarse su propia comida en estas situaciones. A nivel corporal, evitar ir a la playa o vestir con ropa muy ancha para ocultar el cuerpo pueden ser también signos de su malestar.

Si nos hemos sentido identificados con alguna de estas situaciones no hay que asustarse. Que nuestro hijo o hija adolescente algún día tenga uno de estos comportamientos no significa en ningún caso que tenga un trastorno alimentario. De hecho, es normal que en la adolescencia los chicos y chicas empiecen a preocuparse más por su físico que en otras etapas.

No obstante, en el caso de que estas situaciones se repitan a menudo y notéis a vuestro hijo o hija angustiado, el mejor consejo que os podemos dar es que procuréis generar en casa un clima de confianza y de diálogo que propicie la comunicación con vuestros hijos, desde la comprensión y sin juicios. En ningún caso, adoptar una postura controladora y autoritaria será efectivo. Lo único que conseguiremos convirtiéndonos en un policía es que el adolescente se cierre en banda y se aleje de nosotros, dificultando así el abordaje del problema.

Si finalmente detectamos que existe un problema real, debemos acudir a profesionales en el ámbito de la Psicología alimentaria, que nos asesorarán sobre cuál es la mejor manera de abordar el problema y nos acompañarán, tanto a nosotros como a nuestro hijo o hija, hacia la recuperación.

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