Siempre he querido ir a la ópera. Sabía que me iba a gustar, pero el precio es prohibitivo. De hecho, más de una vez me planteé irme a Viena o a alguna de las capitales de la ópera para poder ver una: por el precio de un asiento con visibilidad en España, me pago el avión, una noche de hotel y el ticket de entrada en uno de esos países.
De hecho, estaba precisamente investigando para montarme ese viaje cuando me enteré de la maravillosa iniciativa del Teatro real: los preestrenos jóvenes. Y justo se preestrenaba la ópera que más me apetecía ver: Aida.
Tengo una historia con Aida. De pequeña, iba a representar a Amneris en una adaptación infantil hasta que se cayó el plan (oficialmente, por mal comportamiento de la clase, aunque yo siempre sospeché que el profesor se dio cuenta de lo grande que le venía el proyecto) y siempre me quedé con el gusanillo de ver la obra para mayores. Me había informado, claro, pero no es lo mismo que verlo en vivo.
Así que fue todo oportuno: justo cuando empezaba a buscar la forma de hacer malabares para irme al extranjero y ver una ópera, me encuentro con que tengo posibilidad de ver la ópera que quería a un precio más que razonable y que todavía quedaban asientos con alguna visibilidad. Ni me lo pensé.
Lo primero, el código de vestimenta. Formal, pero sin pasarse. Más de tarde que de noche. Yo fui con un vestido de cóctel y una chaqueta de ejecutiva, aunque muchas mujeres iban con pantalones de vestir y blusa o camisa. Los chicos también iban, en general, con pantalones más de vestir y camisa informal, sin corbatas ni aderezos incómodos.
Mi butaca estaba en el centro del Paraíso (quinta planta, mucha altura, no apta para gente con vértigo) y se veía estupendamente: el escenario completo (aunque cuando se hacía pirámide en altura no se veía a los personajes de algunos escalones) y parte de la orquesta.
Para el que le preocupe no enterarse de nada porque es todo en italiano, que no se estrese. Aparte de que se entendería a la perfección porque la escena es muy expresiva, hay pantallas con subtítulos en español e inglés. Además, para los que tienen asientos de poca visibilidad, también hay pantallas que enseñan de cerca la escena.
La puesta en escena, además, mezcla digital y analógico. Hay proyecciones en varias cortinas que dan sensación de profundidad para los escenarios, pero también elementos más tradicionales. De hecho, esa parte digital desaparece en las partes en las que intervienen muchas personas en las coreografías y bailes, que eran modernos y conceptuales, aunque la ambientación sí que respetaba la idea del Egipto clásico (imaginario, por supuesto, las localizaciones eran un refrito de elementos, pero no se busca el rigor histórico).
La historia es un dramón maravilloso, con mucha profundidad, una música estupenda y grandes intérpretes, así que la experiencia me pareció fantástica. Además, en el descanso (aproveché para hacer muchas fotos del teatro por dentro) fueron avisando de que había que volver a los asientos con un coro de trompetas vestidos de egipcios.
Vamos que, tal y como anticipaba, me ha encantado. Estaré muy pendiente por si vuelve a salir algo parecido (y, probablemente, siga adelante con el plan de la escapada operística a alguna capital europea).
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