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Michael y Tom: silencios que gobiernan

Publicado el 18 octubre 2025 por Ispamaga @is_ma_ga

Terminé de leer El padrino de Mario Puzo y quería compartir algunas reflexiones sobre la novela, sus personajes y lo que me dejó la lectura. Más allá de la fama de la mafia y la trama de intrigas, es un libro que invita a pensar en el poder, la lealtad y la soledad que conlleva gobernar. Si aún no lo han leído, definitivamente se los recomiendo; es una obra que se queda contigo mucho después de cerrar sus páginas.

Michael y Tom: silencios que gobiernan

Publicada en 1969, El padrino de Mario Puzo no solo se consolidó como una novela sobre la mafia, sino como un estudio profundo sobre el poder, la herencia y la ambigüedad moral que sostiene las estructuras familiares y políticas. Bajo la superficie de violencia y lealtad que atraviesa la obra, Puzo construye un retrato trágico del hombre contemporáneo atrapado entre la razón y la obligación.

Michael y Tom: silencios que gobiernan

Mi lectura tuvo su foco de atención en los personajes: Michael Corleone y Tom Hagen son, quizás, los más reveladores de esta tensión. En ellos se encarna la inteligencia fría que sustituye al instinto: dos figuras que, desde el silencio y la estrategia, representan el desplazamiento del poder desde la fuerza bruta hacia el cálculo racional. Según Michel Foucault (1975), el poder moderno ya no se ejerce a través del golpe visible, sino mediante la administración minuciosa de los cuerpos y los discursos. Michael y Tom son precisamente eso: administradores de la violencia. No matan por impulso, sino por equilibrio. Como dice Michael a Tom en un momento decisivo: —No es nada personal, Tom. Es puramente de negocios. (Puzo, 1969, p. 162).

Michael y Tom: silencios que gobiernan

En la película, esa dinámica se hace aún más palpable. Recuerdo especialmente la escena en la que Michael, sentado en la oficina del Don después del atentado, toma decisiones con calma mientras Tom lo observa desde un costado, silencioso pero presente, guiando, aconsejando y aprobando cada movimiento. Cuando Michael asume el control de la familia y planifica los pasos con Tom como consejero: “Quiero que todo se haga según lo planeado. Nada por impulso. Nada fuera de lugar” (Puzo, 1969, p. 178). Cada mirada y cada pausa refuerzan esa administración fría de la violencia que Foucault describe: el poder no se impone por la fuerza visible, sino por la precisión del cálculo y la estrategia. Es en esos silencios que la película muestra cómo Tom y Michael ejercen control absoluto, y cómo la inteligencia racional se convierte en un arma más potente que cualquier pistola.

Sin embargo, este control no los libera; los encadena. La lucidez se vuelve condena. En ese sentido, ambos personajes ilustran lo que Byung-Chul Han (2012) denomina “la fatiga del sujeto del rendimiento”: el individuo que no descansa porque su propia conciencia se ha vuelto una trinchera. El poder no les permite dormir, amar ni confiar: viven en un estado de alerta que disuelve la frontera entre lo ético y lo necesario. No les permite dormir!! Michael aprendió que la confianza es una palabra peligrosa y que siempre hay que esperar la traición” (Puzo, 1969, p. 145). Imagínense eso… vivir con la zozobra constante, con el temor de ser aniquilado en cuestión de segundos. Es como si cada pensamiento fuera una forma de vigilancia, cada silencio una estrategia de supervivencia. Y ahí está lo más trágico: que lo que los hace fuertes también los devora por dentro. “El poder es una prisión invisible; quien lo posee siempre está encerrado” (Puzo, 1969, p. 190).

Me impresiona cómo Puzo logra que uno admire esa inteligencia helada y, al mismo tiempo, sienta pena por la soledad que arrastra. Michael y Tom son mentes despiertas que no pueden descansar; y quizá por eso, mientras leía, sentía una especie de fatiga compartida, como si también tuviera que estar alerta, calculando, previendo la traición que nunca llega pero siempre acecha. Y luego, verla en la película fue como darle forma a todo lo que imaginé leyendo. La luz dorada de las oficinas de Corleone, el humo del cigarro suspendido en el aire, los gestos mínimos de Michael y Tom… Todo parecía amplificar ese silencio del poder, esa tensión contenida que no les deja dormir. Cada plano, cada encuadre, te hace sentir la zozobra, la vigilancia constante, como si el poder no fuera solo una idea, sino un peso tangible que flota en el aire y te envuelve.

Puzo logra, a través de una narración clásica y contenida, un efecto casi shakesperiano. Como sugiere Harold Bloom (1994), la grandeza literaria radica en la capacidad de un texto de producir “figuras de la interioridad moral”. Michael, en su tránsito de hijo reacio a jefe absoluto, condensa esa mutación: la del héroe que se convierte en su propio enemigo.

Michael y Tom: silencios que gobiernan

Ver a Michael en la película intensifica esa transformación que Puzo describe en la novela. Cada gesto contenido de Al Pacino, la mirada que a veces parece vacía y otras calculadora, los silencios largos en los pasillos iluminados por lámparas amarillas… Todo construye visualmente esa interioridad moral que Bloom destaca. La película hace tangible la mutación de Michael: de hijo reacio a jefe absoluto, y nos permite percibir el peso del poder sobre su cuerpo y su mente, su soledad y su insomnio, que en el libro solo se intuyen, en la pantalla se vuelven palpables.

Durante las dos semanas en que leí la novela, entre la mesa del comedor y la cama, y mientras Jc me llevaba a disfrutar de comida italiana, no podía evitar recordar ciertas escenas de la novela: como la comida que Clemenza prepara para sus hombres mientras el Don está en el hospital. Pero lo que realmente me acompañó fue una sensación persistente de inquietud. No se trataba solo de la trama, sino del modo en que Puzo retrata la soledad del poder. En cada gesto de Tom y Michael percibí algo que trasciende lo mafioso: la tragedia de quienes comprenden demasiado tarde que mandar también es perderse. Y, a pesar de toda esa tensión, leerlo entre platos compartidos y conversaciones me recordó que la vida cotidiana, el comer juntos y los pequeños rituales, es lo que nos sostiene frente a la fatiga del poder que ellos viven.

Leer El padrino es ser parte de la tensión entre inteligencia y soledad, entre deber y deseo. Puzo nos recuerda que el poder no solo se ejerce, sino que se lleva como una carga, un insomnio constante que atraviesa cuerpo y conciencia. Entre las páginas y la película, entre la comida italiana y las conversaciones compartidas, comprendí que la verdadera tragedia no está en el crimen, sino en la conciencia despierta que gobierna, calcula y calla. Michael y Tom enseñan que mandar es también perderse, y que la fuerza más peligrosa puede ser silenciosa y fría, pero también dolorosamente humana. Así, la novela se convierte en una épica moral: un espejo donde el lector puede reconocer la fascinación por el poder, la fragilidad de la soledad y la belleza inquietante de la inteligencia que no descansa.


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