Revista Cultura y Ocio
Cada día al volver al almacén, el instalador de puertas automáticas lanzaba los tornillos sobrantes sobre su cabeza encestándolos con habilidad en la caja de madera que, sobre un palé, ocupaba una de las estanterías a dos metros de altura. Cierto día, el estante cedió aplastando al operario.
Sus compañeros recogieron después asombrados más de una tonelada de tornillos esparcidos por el suelo.