El cine oriental, en general, y el coreano, en particular, están cosechando gran atención y reconocimiento en los últimos tiempos. Si el año pasado el largometraje “Parásitos” hizo historia al alzarse con los Oscars en las categorías de película, dirección, película internacional y guion original, y hace dos la cinta japonesa “Un asunto de familia” encandiló también a la crítica especializada, ahora el film “Minari. Historia de mi familia” constituye una de las apuestas más seguras para conseguir alguno de los numerosos premios a los que opta. Ganadora del Globo de Oro a la mejor película de habla no inglesa, aspirante a seis BAFTA y escogida por el American Film Institute como uno de los diez títulos de 2020, se ha ganado el respeto y la admiración tanto del público como de los profesionales del sector desde que se dio a conocer en el Festival de Cine de Sundance y obtuvo dos de sus galardones más importantes. De hecho, esta misma semana se han dado a conocer las candidaturas a los Premios de la Academia de Hollywood, donde disputará las estatuillas a mejor película, director, actor, actriz secundaria, guion y banda sonora.
Se trata de una bella y conmovedora propuesta que consigue endulzar el drama de una forma amable a través de una narración honesta y auténtica. Su director, Lee Isaac Chung, nació en Denver en el seno de una familia de inmigrantes coreanos, por lo que sabe muy bien de lo que habla, quedando patente en esta muestra de integridad cinematográfica. Es el primer trabajo de este cineasta que he tenido laoportunidad de visionar, pero ya estoy deseando ver su “Munyurangabo” (2007), acreedora asimismo de varias distinciones.
Resulta bastante difícil hallar a día de hoy historias que reflejen un estilo de aparente simpleza pero gran eficacia y que, además, rezumen autenticidad en su contenido y honestidad en su relato. Sin realizar concesiones a modas ni a fórmulas exitosas, Chung nos regala una delicadeza para paladares proclives a la sensibilidad. En un tono indiscutiblemente autobiográfico, todo el metraje ondea entre una evocadora nostalgia y unarealidad sincera, capaz de transformar una tragedia en una experiencia hermosa.
A mediados de la década de los ochenta, un niño coreano por su origen y estadounidense por su nacimiento y residencia comprueba cómo cambia su existencia de la noche a la mañana cuando su padre decide mudarse con toda la familia a una zona rural de Arkansas para montar una granja con la que cumplir su sueño americano. A raíz de la llegada de la abuela y como consecuencias de la dureza de la vida en el campo, cada uno de los miembros irá cambiando durante el desarrollo de una trama contada con una ternura sin ambages y centrada en los misteriosos lazos del arraigo.
“Minari” no sólo me ha gustado sino que me ha generado varios momentos de honda emoción. Y aunque su realizador podía haberse decantado por emplear un tono más cruel y descarnado ante los choques culturales y los problemas sociales, económicos y familiares, ha preferido, sin negarlos ni esconderlos, convertirlos en transmisores de emociones, la mayoría de ellas positivas. Sin duda, todo un logro.
La preciosa fotografía y la efectiva banda sonora ayudan a que los protagonistas, tan diferentes en cuanto a sus rasgos físicos pero tan iguales en cuanto a su capacidad de empatizar, atrapen a los espectadores. Cálida y fresca a la vez, se alza sin discusión como una excelente propuesta en un año cinematográfico marcado por las desgracias y en el que incontables estrenos se han visto interrumpidos por lapandemia.
Alan S. Kim da vida al pequeño protagonista y debuta con este papel en la pantalla grande, al igual que Noel Cho. Steven Yeun ya ha participado en la serie de televisión “The Walking Dead”. Les acompañan Darryl Cox (“RoboCop” de 1987) y Will Patton (“No hay salida”, “Armageddon”). El elenco al completo lleva a cabo una meritoria labor.