Sandovala la de les gallines se fue a Xixón por amor. Era 1882, ella tenía 24 años y el mozu, un empleado de arbitrios que fue a cortejarla a su Peón natal, le tenía tanto amor que, siempre en aquella casuca de la calle Ezcurdia -en aquella época en la que vivir en la Ezcurdia no suponía tanto lujo- le hizo ocho hijos y la acompañó en los llantos cuando se les murió uno a los pocos días de nacer.
La Sandovala, que de nombre se llamaba Elvira, era conocida en todas partes de aquel Xixón que empezaba a caminar hacia la industrialización y la gran ciudadanía. Mucho se ha hablado siempre de las sardineras que con sus gritos ponían banda sonora al barrio alto -¡traigo pescáo más fresco que lo que llevo ente les pienres!-, pero Elvira, que no lo era, tenía poco que envidiarles. Ella no vendía animales escamosos, sino emplumados: criaba, mataba y vendía pites hasta que los hijos le obligaron a retirarse, ya anciana pero aún fuerte. Como su carácter: en 1906 un guardia municipal le impuso 25 pesetas de multa por insultarle a voz en grito como respuesta a algún requerimiento de la autoridad por la calle. Tenía 48 años la gallinera por aquel entonces y le faltaban doce para ver morir al marido, aquel mozu resaláo que se la llevó a Gijón, víctima de la gripe española. Le quedó una pensión ridícula: a la muerte del compañero, la empresa le entregó dos meses del sueldo del muerto.
Así que la Sandovala siguió vendiendo pites para echar adelante a los fíos. Y el tiempo pasó tan rápido como rápido prende la dinamita. La jubilaron los retoños a la fuerza, con ochenta y tantos años. Ya se le habían muerto varios y, en los casi veinte años que mediaron entre la jubilación forzosa y la visita de un periodista novato y granuloso, se le murieron más. Pero la Sandovala siguió con la vida que Dios había querido alargarle y, cuando en mayo de 1959 el Voluntad la visitó para felicitarle los 101 años, poco había cambiado en tantos años. Elvira seguía madrugando a las 7 de la mañana, rezando el rosario cada día y devorando libros, revistas y periódicos. Contaba siete nietos, quince bisnietos y sólo una hija ya, la última, Nieves, y aún conocería a algunos tataranietos.
Aseguraba la Sandovala que era el agua fría era lo que la mantenía con vida, ya que todos los días de su vida, tan aseada como era, se había lavado siempre con ella, incluso en invierno; que las artistas de cine le parecían descarada -¡a ella, que medio siglo antes había tenido problemas con la justicia!- y que las diversiones de la gran pantalla, que había conocido sólo una vez en su vida le parecían aburridas. De gustos sencillos, la centenaria de Xixón no dio crédito cuando, a cuenta del Voluntad, apareció en el salón una enorme tarta con 101 velas en su honor.
Como desafiando a los récords habidos hasta entonces, Elvira Sandoval, la Sandovala, murió en 1961, pero sólo unos días después de haber cumplido los 103 años. Fue la primera centenaria de Gijón no en existir, probablemente, pero sí en recibir atención mediática, y merecedora, por tanto, de estar en esta sección de personajes playos.