Anónimo (Pintor de Edipo): «Edipo y la esfinge».
Kilix cerámico de la Grecia clásica, h. 470 a.C. Museos Vaticanos.
—No te mentiría si no te dijera que no he lamentado no tener coraje para no privarme de no echarte de menos.
—Esfin, maca —repuso Edipo—, no te voy a decir que me tienes hasta los pies con tus enigmas, porque soy un héroe clásico sin complejos. Pero un poco hasta las corvas sí me tienes.
—¡Anda ya, desgraciao, desagradecío!—repuso la fiera obviamente enfadada— ¡Quítate de mi vista!
Unos pasos más allá, el Oráculo del Báculo estaba haciendo dibujos en la arena y, al ver venir a Edipo, sentenció:
—¿Te vas de Tebas?
—¡Cuenta hasta cinco!
—¡Ya, para que me claves la rima fácil!
—Hay, ay, que ver lo desconfiado que se ha vuelto aquí todo el mundo...
La situación, en general, parecía poco favorable para la cosa mítica y los micos de la hilaridad tampoco parecía que estuvieran por la labor, así que cada adefesio recogió sus bártulos, el mago Ervigio cerró el plumier y en la mesa corrida de la redacción los esforzados dibujantes siguieron rellenando las viñetas. Pero esa es otra histeria..., historieta, que me diga. Otro cuento absurdo.
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