Revista Ciencia

Mon ami Jean Marc

Por Cristóbal Aguilera @CAguilera2

Estaba preparando una conferencia sobre el mundo de la acuicultura para gente normal. Gente como mi madre. De acuerdo, es cierto que ella es una experta pero haremos como si no. Quería ilustrar las diversas prácticas de esta actividad con vídeos muy didácticos y no había manera de encontrar uno que me gustase sobre el cultivo de las almejas. Sí, esas que me han acompañado en innumerables viajes de avión. Andaba enredando en la web, mirando de aquí para allá en YouTube, husmeando entre papers (bueno, no tanto) y diversas presentaciones y me acordé de mi amigo Álex. Un verdadero experto del negocio. Hombre muy viajado y conocedor de casi todo lo que el mundo de los cultivos de bivalvos existe. Sin problema, me dijo, hace poco que acabamos de rodar un vídeo genial. Me pasó el enlace. Ajá, esto era lo que yo buscaba. Un exitazo. Un betseller que incorporé en mis conferencias y que dejaba maravillados a los asistentes. Los protagonistas desplegaban un tremendo alarde de profesionalidad en apenas cinco minutos. ¡Qué nivelazo! Era en una zona de Normandía. Ya, Chausey. Eso, Les Iles Chausey.

Los acuicultores franceses representan apenas el 0.02% de la población total del país, que no es ni mucho ni poco, pero sí que es relevante para el proceso que a continuación se relata.

Considerando Francia como una unidad en la que los habitantes circulan de un lado a otro libremente y que la probabilidad de encuentro es aleatoria y total dentro de los 36.571 municipios, sin tener en cuenta las regiones de ultramar que por razones obvias complican en exceso lo que sea que es esto y aunque deberíamos considerar este factor, pues no lo vamos a hacer, que no todo va a ser números.

Que mi prima, lo dicho, ente libre donde los haya y con capacidad pululadora total, fuese a uno de esos municipios y que en ese municipio hubiese un hombre de su franja de edad (¡ejem!) y que estuviese libre y disponible (¡ejem y ejem!) y que se dedicase a la acuicultura (¿a qué?) y que además se enamorasen (cha-chán) era una quimera.

Bueno no, en realidad era una posibilidad que venía marcada por un número, el 1.1×10-8 (0,000000011).

De esta conjunción de amores imposibles se produjo la mágica probabilidad del 0,000000011, esa que venía determinada por la posibilidad de que cada uno de los posibles resultados en un suceso que depende del azar sea el que finalmente se dé, se dio. Mi prima se casó con un acuicultor que no podía ser otro que 0,039.


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