Teníamos apenas unos minutos antes que saliera nuestro tren. Si nos damos prisa nos da tiempo, pero justo hay una señora delante nuestro haciéndonos la puñeta en la ventanilla de sacar los billetes. Detrás de nosotras, una enorme fila de personas esperan, también con prisa, para sacar sus pases, mientras las mujer no hace más que perder el tiempo preguntando dudas tontas todo el rato, sacando de quicio al vendedor y a todos los que estamos ahí.
Nos ponemos a hablar de otras cosas mientras tanto, qué se yo, de lo recorrido hasta ahora, de lo que nos queda, no me acuerdo en realidad.
Sólo quedan 3 minutos para la salida, y aún estamos aquí esperando. Nos enfadamos e increpamos a la susodicha, que ya está bien, que los demás tenemos prisa, y que por favor se guarde sus preguntas para después. Conseguimos los billetes, y salimos corriendo hacia los andenes. Hay que buscar un cartel que ponga direction Mónaco-Vintimille. -Sí, ya lo veo, ahí está, pero primero hay que validar los billetes... ¿dónde están las maquinitas?
Triunfales, conseguimos subir a un moderno tren de dos pisos que nos llevaría hasta el segundo estado más pequeño del mundo: Mónaco.
Éste es el lugar de moda donde se concentran y reúnen personalidades importantes de todo el mundo, no importantes pero con mucho dinero, miembros de la realeza, o estrellas de cine. La crème de la crème, vamos...
Una ruta costera entre montañas y acantilados, nos traslada en 40 minutos desde Francia hasta el país del lujo y el glamour, que tanto contrastaría con nuestros vaqueros, playeras desgastadas y mochilas que llenamos de bocadillos de embutido. Qué lindo es viajar.
Existen varios rumores acerca de este pequeño país donde el dinero nunca es un problema. No sé si sean ciertos o no, ya sabemos cómo son estas cosas, pero por ejemplo se dice de Mónaco que aquí está prohibida la mendicidad. Supongo que sean necesarios los matices, pero lo cierto es que lejos de esas seis extrañas con vaqueros, playeras desgastadas y comiendo bocadillos de embutido envueltos en servilletas que estaban sentadas en un banco y dando de comer migas de pan a las gaviotas, no vimos nada parecido.
Otro de esos rumores cuenta que en este país no dejan empadronarse a nadie que no tenga un mínimo de renta por cabeza, aunque supongo que sea como en todas partes; has de demostrar que tienes los medios suficientes para mantenerte en el país, así sea un trabajo o una cuenta bancaria bastante generosa. No existen los impuestos, pero la vida es cara, como los 20.000€ que cuesta el metro cuadrado, por lo que ya no es cuestión de que te dejen o no, sino de sentido común
Pero sean ciertas estas cosas o no, no hay duda de que Mónaco, paraíso fiscal de muchos, es país para riquillos, y para turistas adinerados. Y vaya que si se nota.
Una enorme estación de tren subterránea que ocupa prácticamente toda la ciudad, fue nuestro destino final. Nos vamos en dirección al palacio por la salida Prince Pierre, la más cercana a nuestro objetivo.
La ciudad vieja, construída en un pequeño alto conocido como La Roca, es el primer distrito famoso que visitamos. Aquí se encuentra el palacio real de la dinastía Grimaldi, que a mí me pareció un poco feo, y custodiado por un guardia que da paseos de izquierda a derecha sin parar, y a las 12 del mediodía hace el relevo con otro guardia, para deleite de todos los turistas. Nosotras llegamos unos minutos tarde y ya nos encontramos con el guadia de turno de izquierda a derecha, 1, 2... Curiosa manera de malgastar las horas de tu vida, pienso. Cuestión de perspectiva.
Frente al palacio hay una plaza rodeada de vistosos edificios en tonos pastel, que les hacían parecer casitas de juguete a escala 1:1. Si hay algo que me gusta mucho de los pueblos mediterráneos, es esa luz que desprenden sus edicificios. Un poco más adelante se encuentra la catedral, el oceanográfico... ya sabes, puntos donde ir a hacer un montón de fotos típicas, pero desde donde se tienen unas inigualables vistas sobre el Mediterráneo, y eso, para mí, le gana a todo.
A su puerto principal, La Condamine, y segundo distrito famoso, llegan cruceros lujosos cada semana, que fondean entre cientos de yates privados, a cada cual más impresionante que el anterior, para distinguir el status social, y donde algunos de sus dueños pasan un día entre semana fumando puros con una copa entre las manos. Debe haber un yate por familia, a juzgar por la cantidad de ellos que había por todos los puertos de la ciudad, unos más grandes, otros más pequeños, pero todos blancos. Nunca me había preguntado ésto, y a veces me asaltan dudas de lo más idiotas: ¿por qué todos los yates son blancos? ¿Y los cruceros? ¿Y los aviones? ¿Para distinguirlos mejor en caso de naufragio?
Pero si os creeis que con los yates se acaba todo, que es un pequeño capricho de los monegascos, como el que se compra una bici o un quad para pasar el fin de semana, nada de éso. Los coches, por supuesto, también son a todo dar. Para los caballeros, tenemos porsches, ferraris, lamborginis, challenger... Aquí pareciera que no se va montado en cualquier cosa a hacer la compra. También hay que decir, que los hay más normalitos y asequibles, lo que pasa que hay más cantidad de los primeros que en cualquier otro lugar.
Y para las damas, no pueden faltar Channel, Dior, Versace, Swarovski... Quedarse mirando un escaparate donde aparece un anillo de 15.000€ te hace replantearte muchas cosas... ¿de verdad hay gente que se siente vacía por no poder comprarse una joya así? Supongo que sea cosa de presumir, de nuevo, de status social, como antiguamente se hacía con el color de la piel; cuanto más blanca una señora, más importante y rica es.
Sin embargo, a mí todo este lujo, esta forma de vida, me ha parecido un mundo muy irreal, muy artificial, se ha creado una especie de escenario teatral donde viven unos maniquís dirigidos que hacen su papel de actores cada día de su vida, para entretener e impresionar a los que venimos de fuera. Mónaco es un producto que se vende, sea como lugar de vacaciones, como fin de semana, como lugar donde vivir a todo trapo, como paraíso de retiro... es algo creado para tí, lo compras, y te puedes quedar con un cachito de él, y formar parte de esa película u obra teatral que escenificar para los demás.
Montecarlo, el tercer distrito de los tres más conocidos, no es la capital del país como se cree, sino un barrio más de la ciudad-país, que es lo mismo. La confusión tal vez se debe a que es el barrio más famoso gracias a su flamante casino, de fama internacional, donde los propios monegascos sí tienen prohibia la entrada, o al menos, prohibido jugar, incluída la familia real. Los turistas podemos entrar al hall gratis, todo lleno de mármol, y al salón de juegos por 10€. O a partir de 10€, como uno se lo plantee. El guardaropas también es gratis.
Por ahí alrededor se encuentran todas las tiendas de lujo, y hoteles famosos como el gran hotel de París, donde la habitación más barata te saldría por casi 500€ la noche. Sí, sí, quinientos. Es decir, ésto es real, existe, está ahí, y para muchos es lo más normal del mundo. A mí me deja atontada.
Hace unos días televisaron el Gran Premio de Fórmula 1, celebrado, justamente, en Mónaco. Campeonato que también ha colocado a esta ciudad en el mapa, como referente mundial de la F1.
Apenas unas horas entre sus calles no dan para escribir sobre un país, así sea tan pequeño. No conozco nada sobre su forma de vida, su gente o sus costumbres. No se a qué se dedican o cómo piensan. Las únicas imágenes que tenía de esta ciudad, aparecieron hace muchos años por televisión, y cuando estuve buscando información en internet semanas atrás. Pero supongo que muchas de estas cosas quedan encubiertas bajo esa idea generalizada de que en Mónaco sólo existen el juego, los vicios y los millones. Supongo.
Sin embargo, a mí esta ciudad no me dijo nada, no me inspiró nada más allá de esa sensación de conocer un lugar nuevo situado en un paraje bonito y fotográfico. Pero simplemente éso. Como ya dije, me pareció todo muy artificial, muy prediseñado. No hay duda de que es la escala perfecta para un crucero: lugar pequeño para recorrerlo todo, con cientos de rincones para fotografiar sin pararse a descubrir más allá.
Al atardecer volvemos a coger el tren, esta vez sin prisas, de regreso a Villefrance.
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