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Moo Pak, de Gabriel Josipovici

Publicado el 16 noviembre 2012 por José Angel Barrueco
Moo Pak, de Gabriel Josipovici
Durante la última Feria del Libro de Madrid, en la caseta de Librería Antonio Machado, Carlos Pardo me recomendó un ensayo de un autor del que yo no había oído hablar: Gabriel Josipovici. Lo compré y el libro (¿Qué fue de la modernidad?) me pareció fantástico, aunque no siempre estaba de acuerdo con sus teorías. Hace unas semanas Cómplices Editorial publicó otro título de este autor, en esta ocasión una novela, Moo Pak, y lo compré a ciegas. Y le he devuelto el favor a Carlos recomendándole su lectura. Porque Moo Pak, para mí, es una obra maestra. Una novela muy literaria, que parece hecha a la medida de los escritores.
El argumento es simple: dos escritores pasean por Londres, y el veterano (Jack Toledano) habla mientras el narrador (Damien Anderson) escucha y recoge lo que el otro va contando. Toledano habla de la escritura, de sus proyectos literarios, de los autores que le gustan, de la sociedad actual, de la familia, del silencio y la soledad, de la necesidad de la lectura, de la docencia… Es uno de esos libros en los que el lector tiene la impresión de acompañar a los protagonistas en sus paseos, escuchando lo que dicen mientras la ciudad resplandece a su alrededor; uno de esos libros que recuerdan, por ejemplo, a Ciudad abierta (de Teju Cole) o a Mis dos mundos (de Sergio Chejfec), libros de argumento sencillo pero dotados de una gran profundidad y, por supuesto, de una prosa magnífica. Moo Pak es otro de esos libros de los que uno acaba tomando un montón de notas. No siempre está uno de acuerdo con las teorías del escritor veterano, pero no importa porque el estilo es rompedor: la narración recuerda, en algunos giros y en algunas digresiones y repeticiones, a Thomas Bernhard, y a veces se nota cierta influencia de Samuel Beckett (de hecho, estos dos autores aparecen citados varias veces en el libro, junto a Robert Pinget, tres ejemplos de autores que no se vendieron y que huían de los medios).
Son 180 páginas de una calidad asombrosa. Mención especial merece el traductor, Juan de Sola, que ha sabido dotar de ritmo a una narración que, imagino, será dificilísima de traducir. Os dejo con varios extractos de esta maravilla, uno de los libros del año:   
Lo peor que le ha sucedido a la gente en nuestra época, dice, es que le ha cogido miedo al silencio. En lugar de buscarlo como quien busca un amigo o como una fuente de renovación, hoy lo que se hace es tratar de acallarlo por todos los medios.
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En el origen, dice, están la costumbre, el miedo y la desesperación, el miedo al silencio es miedo a la soledad, y el miedo a la soledad es miedo al silencio.
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Wittgenstein tenía razón cuando dijo que el mundo del hombre feliz es distinto del mundo del hombre infeliz. Los dos pueden ir uno al lado del otro por la misma calle, pero lo que ven y lo que oyen y lo que sienten al verlo y al oírlo es completamente distinto. Tú mismo sabrás, dice, lo sombrío y vacío que parece el mundo cuando uno es infeliz, y lo brillante y pleno, y cuán infinitamente sorprendente parece cuando uno es feliz, cuando el trabajo marcha, cuando uno ha dormido bien y ha hecho suficiente ejercicio. Por eso caminar es tan importante, dice, por eso los amigos son tan importantes, un paseo a solas puede poco a poco cambiar nuestro ánimo, y hacer que pasemos de sentirnos alicaídos y deprimidos a un estado de serenidad e incluso euforia, pero hablar con un amigo de toda la vida, un amigo en el que confiamos y que a su vez confía en nosotros, que nos ha visto en nuestros momentos más aciagos y con el ánimo más abatido, en nuestros momentos de mayor júbilo y con el ánimo recreativo en su máximo esplendor, y a quien por lo tanto no tienes por qué ocultarle nada, como tampoco esperas que te oculte nada él, quedar con uno de estos amigos cuando estamos derrotados, dice, hablar con uno de estos amigos cuando hemos perdido el rumbo, puede cambiar nuestro ánimo en un abrir y cerrar de ojos.
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Es como para caerse de culo, dijo Jack esa mañana mientras estábamos sentados en el English Garden de Battersea Park, es como para caerse de culo que exista una cultura en la cual ser subversivo signifique amoldarse a las actitudes más de moda.
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Se acabaron los tiempos del visitante solitario, dijo, ya nunca estaremos solos, ni siquiera en la abadía de Tintern. Ese es el precio que debemos pagar por la extensión de la democracia y la libertad, por la nueva libertad de viajar a donde se quiera que el turismo y el uso generalizado del automóvil garantizan a cualquier persona.
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La mayor parte de las veces, dice, incluso aquellos a los que creíamos respetar y admirar terminan tarde o temprano por revelar que están más interesados en el éxito que en la integridad, si es que no convierten esa misma integridad en una forma de darse brillo.
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Puedes hacer sonar a un hombre como se hace sonar una moneda de plata, dice, y luego escuchar para saber si es auténtico.
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Pero cuanto más sabe uno de Beckett, dice, más íntegro lo encuentra, y cuanto más se lo hace sonar, más puro suena.
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No existe nada semejante a la memoria colectiva, dijo, no hay más que una infinidad de memorias individuales. Cuando un político invoca la memoria colectiva, dijo, es momento de prestar atención. Nacionalismo, dijo. Patriotismo. Todos esos monstruos de otro tiempo. Hoy vemos con qué rapidez han resurgido. La memoria colectiva es amnesia colectiva, dijo. Nuestros recuerdos, o son personales o no son nada.
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Cuando vives con mujer e hijos, dijo, tienes siempre la impresión de que no tienes tiempo suficiente para pensar, y anhelas disponer de ese tiempo, pero cuando vives solo te percatas de que no tener tiempo suficiente es una bendición que ahora has perdido por siempre jamás.
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La gran esperanza que teníamos de que algún día el mundo nos escucharía y prestaría atención, dijo, esa esperanza empieza a decaer cuando uno cumple los cuarenta, y debe sin duda dejar de abrigarse definitivamente una vez pasada la cincuentena. Pero se trataba, en cualquier caso, de un capricho infantil, de un deseo atávico de nuestros sueños y los del mundo.
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He aquí lo que la vida hace por nosotros, dijo, nos va enseñando poco a poco quiénes y qué somos en realidad. Los psiquiatras no son capaces de hacerlo, dijo, los psicoanalistas no son capaces de hacerlo, solo la vida, con la de golpes inesperados que nos va dando una y otra vez, es capaz de hacerlo. Poco a poco.
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Empecé a escribir, dijo, para poner orden en mi cabeza y evitar volverme loco. No porque tuviera “algo que decir” o porque quisiera crear objetos bellos o contar historias bellas, sino simple y llanamente porque quería poner orden en mi cabeza y evitar volverme loco.
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Aquí, pensé, hay alguien que escribe sobre mí. Aquí hay alguien que me entiende. Y eso es a fin de cuentas lo que le pedimos a la literatura, que nos hable y que hable de nosotros.
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No hay escritor, dijo, que en un momento u otro de su vida no piense que va a escribir una obra que terminará por justificar su existencia, una obra en la que podrá volcarse todo el tiempo que haga falta, quizá una década, o dos, o el resto de su vida, como fue el caso de Proust o de Dante.
[Traducción de Juan de Sola]

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