Revista Cultura y Ocio

Mr Hayd a ratos

Por Cayetano
Mr Hayd a ratos
Por mi preparación académica y por mis aficiones a la lectura y a escribir relatos, dada mi proverbial corrección sintáctica y ortográfica en la expresión escrita, yo tendría que ser definido como una persona culta, de verbo fluido y exquisita en el trato cotidiano con el resto de los mortales; pero, hete aquí, que viví mi infancia y juventud en diversos barrios del extrarradio madrileño, concretamente en Valdezarza y en Opañel, y que, por una mera cuestión de supervivencia y de adaptación al medio, tuve que tener trato con personas zafias de baja estofa, incluso gente golfa, macarra, pandillera y pseudodelincuente, por lo que mi aprendizaje cotidiano en la calle hizo que mi oralidad se llenara de tacos, improperios, expresiones soeces, muletillas y demás, en el mejor estilo barriobajero. No había que desentonar si querías seguir vivo.

De esta forma, mientras me iba formando académicamente no me refiero solo a mi vida universitaria, sino que efectivamente mi bachillerato superior lo preparé en una academia y luego me examinaba por libre y en mi expresión escrita abundaban exclamaciones como córcholis y caramba, y era meticuloso y educadísimo en lo referente a mis análisis de conductas ajenas y en las opiniones sobre los demás, como cuando hice en mi cuaderno una semblanza de esa persona rarita, compañera de clase que no participaba de los juegos varoniles en el recreo junto a los demás, con calificativos como "Fulano es una persona especial, de aficiones poco frecuentes, algo introvertido; no le gusta el bullicio, ni los juegos violentos; prefiere entretenerse con el ajedrez e ir a conciertos de música clásica los domingos. Seguro que será un genio cuando sea mayor: los grandes genios de la humanidad siempre fueron gente poco corriente", etc., en mis comentarios verbales mi expresión daba un giro de 180 grados y decía, en este caso concreto, a los compañeros más revoltosos de clase que "el gordo gafón era un tontolaba, un gilipollas y un mimao, y que había que darle dos hostias a ver si espabilaba."

Cara y cruz en una misma persona. Casi diría que dos personalidades que afloraban según las circunstancias y la situación. Algo así como una especie de Doctor Jekyll que se transformaba prodigiosamente en Mr. Hyde según pintara la cosa. Y es que vivir en el extrarradio marcaba mucho. Apuntaba antes que el comportamiento de uno y la forma de expresarse en cada momento tenían mucho de adaptabilidad al medio e instinto de superviviencia. Si querías sobrevivir en un ambiente hostil y que no te comieran los demás, tenías que ser un poco malote, deslenguado y bronco:

—¡Amos, no me jodas! ¡Eso no mola, tío! ¿De qué vas tú, panoli? ¡Achanta el pico o te meto, Aniceto! ¡A que te pego dos leches!

Mr Hayd a ratos

Luego, subía a casa, y me ponía a hacer los deberes, traduciendo La Guerra de las Galias, de Julio César (Omnes hi differunt inter se lingua, institutis, legibus. Flumen Garunna dividit Gallos ab Aquitanis) o analizando una estrofa de Bécquer, distinguiendo perfectamente entre una metáfora y un hipérbaton: Volverán del amor en tus oídos/ las palabras ardientes a sonar.

No dejaba de ser todo ello una pura contradicción si lo miramos bien. Aunque era un aprendizaje válido para enfrentarte al mundo. Pero, claro, pasados los años, te das cuenta de que aquel bagaje sigue contigo. Y que, cuando te cabreas, puede salirte el monstruo que llevas dentro, como cuando vas en el coche y alguien te hace una jugarreta o un listillo se te quiere colar en la fila del supermercado o del cine:

—¡A ver, el listo ese! ¡Sí, tú, mendrugo, que se está rifando una leche y llevas todas las papeletas! ¡Como vaya a por ti, chaval, no vas a tener calle suficiente para correr!

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Texto publicado originariamente en lacharcaliteraria.com



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