Revista Cultura y Ocio

Mujeres que corren con los lobos, de Clarissa Pinkola Estes

Por Alejandra Naughton Alejandra Naughton @alenaughton

Mujeres que corren con los lobos, de Clarissa Pinkola Estes
Nada sucede ni un minuto antes ni un minuto después. Nos parece que los hitos de nuestra vida suceden cuando sentimos brotar descontroladas nuestras entrañas. Pero ese descontrol indómito no es un brote instantáneo, ni siquiera cuando sentimos que las circunstancias nos fascinan por sorpresa. Aunque no lo notemos, son el resultado de un trabajo laborioso que se remonta a nuestras raíces más profundas. Para concretar sueños debemos mecernos, insistir, caminar, descansar, caernos para levantarnos y seguir, a veces callar, otras hablar, leer y escribir, reír y llorar. Oscilé por mucho tiempo pensando que en la vida todo estaba orquestado armoniosamente entre el azar o el esfuerzo, pero los años me enseñaron que la clave está en recorrer el camino, probar por senderos casi invisibles, abriéndonos paso, siempre intentando llegar al centro. Eso sí: es claro que para lograrlo se necesita de mucho esfuerzo y, claro está, también que el azar nos ampare.
Voy tirando suavemente del hilo de seda que va conduciéndome a mi interior. El que ahora sé, me guió hasta donde estoy, el que seguro me orientará en lo que falte. Y si es que en algún momento se puede considerar la tarea concluida, también me susurrará cómo amasar cuencos de arcilla para que, ojalá, me alberguen en la memoria de, al menos, una persona de bien. Es ese hilo el que ilumina razones que desconocía. Las voy descubriendo, les encuentro sentido. A la distancia veo que fueron varias las veces en que, lo único que tuve claro es que no podía abstraerme al impulso de levantar campamento y seguir mi instinto. Parecía todo improvisado, sorpresivo, sin embargo, siempre llevaba mucho tiempo anidando dentro mío.
Es cierto que la soledad es buena consejera en la búsqueda pero, estar solos y al mismo tiempo firmemente de la mano de un ser amado nos asiste como un faro en la oscuridad. Así, es más liviano encontrar el tiempo que necesitamos para alcanzar el centro. Con laboriosa concentración enlazamos sogas, anudando lo necesario para poder apoyar los pies, sostenernos sin temor a deslizarnos. Sin embargo, ese tezón sólo es visible para nosotros. Necesitamos esa introspección, aunque sea contraria a lo que se espera. Se espera definiciones del tipo: ¿en qué andás? ¿estás sola o acompañada? Pareciera que todo debe ser visible, para todos, como si estuviéramos en una vidriera o en el mejor de los casos en un museo a disposición de la atenta observación de quienes los visitan. Ya aprendí a dudar de lo que es tan obviamente visible. Sabemos, parafraseando a El Principito, que lo esencial es invisible a los ojos.
Existimos revelándonos sólo cuando terminamos la tarea, una tarea que tal vez ni notamos que estuvimos realizando durante años, a veces la vida entera. Muy perturbador, para un mundo que reclama respuesta rápida, autómata y siempre evidente. ¿Es tan importante la mirada de los otros? Si no nos ven, ¿existimos? ¿Hay que visibilizarlo todo, siempre? Qué extraña obsesión la de exhibirlo todo. ¿Es posible exhibirlo todo? La mirada distrae, nos hace creer que sabemos, pero la condición que guía a las personas está en su interior y cuánto más la acunemos en sigilo, más fuerte y resistente será cuando se exteriorice. Es cierto también que otras veces, sentimientos en nuestro interior anidan para siempre sin nunca llegar a ver la luz. Pero eso nos los torna inexistentes. Todo lo contrario. Aunque invisibles, existen embebidos en nosotros como muñecas rusas.
Tal vez sea por eso que recién bien entrada mi quinta década, ya abuela, llegó a mis manos un libro mágico. Me arranca una sonrisa incrédula darme cuenta que en mis veintitantos estaba obsesionada por leer a Dorfman para descubrir al mismísimo imperialismo detrás de las orejas del Pato Donald. Obsesionada por decodificar al imperialismo, no noté que, tal vez, hubiera sido mucho más vital decodificar mitos y cuentos de hadas tal como ahora aprendo a hacerlo con la lectura de Pinkola Estés. ¿Me hubieran ahorrado algunas heridas o animado a volar sin miedo mucho antes? 
No sé…Sólo sé que el libro llegó a mis manos a esta altura de mi vida con buena parte del camino recorrido, de la piel al corazón, y del corazón al más recóndito rincón de mi piel, varias veces… ¿Será porque con menos años no hubiera sido capaz, como ahora lo hice, de reconocerme con nitidez en la hermana inocente que confía en Barba Azul, o de verme reflejada en el destierro del Patito Feo o en la Foca que acepta desprenderse de su piel solo para con el tiempo darse cuenta que solo reencontrándose con ella será capaz de recuperar su verdadera naturaleza? Sí…creo que ahora estoy lista para completar algunas partes del rompecabezas. Es ahora… justo ahora, porque.. nada sucede ni un minuto antes, ni un minuto después.
P.D. Un agradecimiento especial a Cecilia Maugeri que con su escandalosa juventud, generosamente me recomendó este libro y leyó este breve texto.

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