Revista Coaching

N de NIÑO

Por Maria Mikhailova @mashamikhailova

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Todos hemos sido niños alguna vez. Absolutamente todos. Por eso quiero dedicar este último artículo del año a una parte de nosotros que todos somos, ya que todos hemos salido de la infancia y a pesar de creernos tan fuertes, tan adultos y tan maduros, hay un niño en nuestro interior al que a veces tenemos olvidado. Recordar lo que hemos sido y sobre todo ser conscientes de esa parte nuestra que sigue presente en nosotros es algo vital, pues muchas veces es la clave para solucionar nuestros problemas.

Hace poco empecé a leer un libro que probablemente muchos conozcan: “Usted puede sanar su vida” de Louise L. Hay. Es un libro sobre el que volveré a hablar cuando toque el tema de la salud, pues me parece interesantísimo y sobre todo muy útil a la hora de abordar nuestros problemas de salud. Pero la parte que más me llama la atención de este libro es la que tiene que ver con nuestra niñez, pues como la propia autora afirma, muchas de nuestras enfermedades (mentales o físicas) provienen justamente de nuestra época más entrañable: nuestra infancia.

Louise Hay viene a decirnos que son las afirmaciones negativas las que crean nuestros problemas actuales y nuestras enfermedades. Pero esas afirmaciones son prácticamente inconscientes, pues vienen de nuestra más remota infancia, ya que reflejan cómo nuestros propios padres nos habían tratado. Es decir, que nos tratamos a nosotros mismos en la edad adulta igual que nos trataron nuestros padres cuando éramos niños. Si nos decían: no sirves para nada, eres culpable de esto o lo otro, nunca llegarás a nada… al final acabamos creyéndonoslo y trayendo esas ideas tan nefastas a nuestra vida actual.

No, no pretendo con este artículo arremeter contra nuestros ancestros, pues como la propia autora dice, ellos también tuvieron su propia infancia y sus propios padres que les inculcaron ideas y emociones alejadas del amor y la aceptación. Se trata simplemente de romper esta cadena viciosa en la que unos padres que no recibieron suficiente amor y por lo tanto no han sido capaces de dárselo a sus hijos, hacen repetir su misma historia de generación en generación.

El poder está en cada uno de nosotros: aquí y ahora. Sólo nosotros mismos podemos cambiar el curso de las cosas, cambiando nuestra propia percepción de la vida y dándonos ese amor que no recibimos de niños. De lo contrario, seguiremos reproduciendo ese esquema de infelicidad y deficiencia en el que hemos crecido, y nuestras relaciones adultas, sean con nuestras parejas, jefes o incluso hijos serán una copia de la falta de amor, de miedos y de rabia que acumulamos en nuestra infancia.

¿Pero cómo romper este círculo vicioso? Louise Hay nos presenta una fórmula bastante curiosa: las afirmaciones negativas que guardamos en nuestro inconsciente deben ser sustituidas por afirmaciones positivas que nos traerán el efecto contrario de lo que ya hay en nuestra vida. Así, si nos creemos poco dignos de amor, si consideramos que somos poco agraciados o no tenemos muchos talentos… nuestra vida será un reflejo de estas ideas. Nuestras relaciones amorosas serán infructuosas (peleas, incomprensión, celos, distanciamiento), nuestro trabajo no será un reflejo de nuestros gustos o será monótono, poco valorado, sin posibilidad de prosperar… por poner un ejemplo. En cambio si cambiamos nuestra forma de pensar, atraeremos cosas más positivas a nuestra vida: amor, éxito, salud.

El caso es que nuestros pensamientos son materiales. Como ya decía en un artículo anterior, la glándula del timo regula nuestro sistema inmunitario a través de pensamientos positivos o negativos. Sólo lo positivo dará paso al progreso, sólo una mentalidad optimista, una aceptación de la realidad y la búsqueda del amor en todas sus manifestaciones. Sí, aceptación, aunque a muchos no les guste esta palabra. Yo personalmente siempre he tenido un carácter rebelde, y confieso que muchas veces me ha costado aceptar las cosas como son. Aun me sigue costando. Hablaré del tema cuando toque la Q, ya veréis por qué.

Pero como dicen los Vedas, nuestro nacimiento en un momento y lugar determinado no es puro azar. Nuestro pasado y nuestra infancia nos sirven para enseñarnos algo: sea bueno o malo. Nuestra vida es nuestra lección. O como dice Oleg Torsunov, maestro de la filosofía védica: la felicidad es el examen más importante de nuestra vida. Su precio no es barato. La felicidad tenemos que ganarla, es un proceso y un trabajo continuo sobre uno mismo. No podemos quedarnos sentados en el sitio esperando a encontrar la felicidad. Debemos salir a buscarla.

Pero más que salir, es entrar dentro de nosotros. Es desentrañar los recovecos más ocultos de nuestro alma. Es hurgar en nuestro pasado y es reconciliarnos con nuestro niño interior. Porque si somos lo que somos ahora es por el niño o niña que algún día fuimos.

Meditación: reconciliate con tu niño interior.

Hay una meditación bastante interesante que realicé hace un tiempo. Se llamaba: reconcíliate con tu niño interior. Las meditaciones o visualizaciones si se realizan a conciencia son unas técnicas bastante profundas que nos ayudan a conocernos más a fondo, a detectar nuestros problemas más relevantes, y nos permiten solucionarlos a través de su compresión, su aceptación y un diálogo interior, el diálogo con nosotros mismos. Aquí os daré unos pequeños consejos para poder realizarlo vosotros mismos:

1. Lo primero sería encontrar un momento de tranquilidad: una habitación en la que no entre nadie. Ayuda mucho poner algún tipo de música relajante, apagar las luces e incluso encender una vela para que nos dé la sensación de estar en un momento especial, estar con uno mismo, cara a cara con nuestra alma. Podemos tumbarnos o sentarnos en una posición relajada y cómoda.

2. Cerramos los ojos. Y empezamos a respirar. El tema de la respiración es importantísimo, pues es la mejor manera de alejar de nuestra mente los pensamientos que no necesitamos en ese instante, de tranquilizar nuestra mente, de relajarnos. La respiración debe ser profunda, levantando nuestro abdomen y torax al espirar. Espiramos y expiramos por la nariz. Vigilamos la respiración. Podemos contrar hasta 5 o hasta 7 en cada respiración. El tiempo varía en función de cada uno, pero lo mejor es realizarlo al menos durante un par de minutos para poder relajarnos del todo.

3. Cuando por fin estamos relajados, debemos imaginarnos ahora, sentados frente a un calendario de hojas, de esos antiguos, en los que puedes ir pasando hojas para atrás. Y empezamos a pasar hojas hasta llegar al año en el que tenemos cinco años. Ahora nos vemos como ese niño indefenso que fuimos con los 5 años de edad. Nuestro yo adulto mira y observa a ese niño: ¿qué lleva puesto, dónde está, cómo se siente? Debemos observarlo muy bien: ¿hay miedo en su expresión, hay inseguridad, hay algún dolor? ¿Está feliz o está triste? ¿Y si está triste, por qué lo está? ¿Hacia dónde está mirando, qué está haciendo? Observémoslo, escuchémoslo, sintamos como siente él.

4. Ahora nuestro yo actual se acerca a ese niño que fuimos y lo abraza. Lo abraza fuerte y le acaricia la mejilla, el pelo, le mira a los ojos mientras mantiene sus manos y le dice: tranquilo, no estás solo, yo te quiero, te entiendo, sé lo que sientes, pero no tengas miedo, porque te quiero muchísimo y aquí estoy para protegerte, todo te irá bien en tu vida, tendrás amor, tendrás amigos, tus padres te quieren y sobre todo, te quiero yo, mi pequeño. Es un momento muy especial, pues debemos decir esas palabras mientras abrazamos y acariciamos a ese niño que fuimos, dándole esa seguridad y amor que no recibió de pequeño. Ahora se lo estamos dando, le infundamos seguridad, protección, cariño, amor.  Y entonces, cuando el niño se siente por fin protegido y amado, veremos cómo se vuelve cada vez más pequeño en tamaño y lo guardamos en nuestro corazón.

5. El siguiente paso es ir hojeando nuestro calendario aun más hacia atrás, más allá de nuestro nacimiento, hacia el año en que nuestra madre tenía unos 4 años. Tenemos que imaginarla a esa edad, observar lo que hace, cómo mira, qué dice, cómo se siente. Veremos si hay miedo en su rostro, si hay inseguridad, si hay falta de amor o cariño. Ahora nos tocará abrazarla y acariciarla, al igual que lo hicimos con nuestro yo-niño. Debemos protegerla, tranquilizarla y repetirle lo que la queremos, que no tenga miedo, que está a salvo, que todo irá bien. Después cuando sintamos que está tranquila entre nuestros brazos, la veremos disminuir de tamaño para poder guardarla en nuestro corazón, donde está la otra niña o niño que fuimos nosotros.

6. Ahora hojearemos el calendario hasta el momento en que nuestro padre tiene 3 años. Repetiremos los mismos pasos que con nuestra madre hasta que le abracemos, le demos amor y lo guardemos en nuestro corazón junto con los otros dos niños.

7. Lo siguiente y lo último será imaginar a esos tres niños jugando en un prado. Correteando, riéndose, dando vueltas, saltando, gritando, cogiéndose de las manos, bailando. Es el momento de la reconciliación, de darle rienda suelta a nuestra imaginación, de sentirnos niños de nuevo, de ver niños en nuestros padres, de entender que en el fondo son igual de desprotegidos que nosotros, que son niños por dentro, niños que necesitan amor, protección, cariño, cercanía, comprensión.

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Que este 2014, amigos, os traiga lo mejor a vuestras vidas. Que seáis más conscientes de vuestra vida, que comprendáis lo que realmente importa: vuestros seres queridos, familia, amigos, vuestra salud… Ojalá todos nos sintamos un poquito más cerca de la verdad, que la armonía, la paz y el bienestar formen parte de nuestro día a día. No desperdiciéis ningún día de este año que entra porque cada día, cada minuto de nuestra existencia es valioso y sólo tiene sentido si se vive con amor, gratitud y bondad. No importa si el año que despedimos no haya sido perfecto, si hemos recibido malas noticias, si hemos cometido errores. Como dijo una amiga en su muro de Facebook: unas veces se gana y otras veces se aprende. Que este 2014 sea un camino nuevo para aprender, para crecer y para encontrar esa luz que todos buscamos.


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