Ha echado a andar el festival de teatro clásico de Almagro, el primero bajo la batuta de Natalia Menéndez. Afortunadamente, los técnicos de la Compañía Nacional de Teatro Clásico desconvocaron la pasada semana la huelga que han mantenido de forma intermitente desde hace un tiempo, y que amenazaba el arranque del festival. Como es lógico, Natalia lo pasó muy mal, sin apenas dormir y los nervios agarrándose a su estomago. Ya supone bastante estrés la puesta en marcha de un certamen como el de Almagro para que además se lo complique una huelga que, por otra parte, se me antoja un tanto injusta. Pero se ha levantado ya el telón, y le deseo de corazón a Natalia que el festival sea todo un éxito.
Hija de ese inolvidable actor que fue Juanjo Menéndez, Natalia empezó como actriz, pero ha sido en la dirección donde ha recibido los mayores aplausos. La he entrevistado en cuatro o cinco ocasiones y me gusta hablar con ella. Al margen de su exquisita educación, su discreción y su afabilidad, es una mujer que mira de frente, que si tiene alguna doblez está tan escondida que no hay quien la encuentre, que tiembla literalmente de emoción cuando se refiere a los montajes en los que está implicada, que destila pasión por el teatro; una pasión, sin embargo, que nunca viste de alharaca...
Me da la sensación de que Natalia es un ejemplo perfecto de que la procesión se lleva por dentro. No sé cómo será el día a día con ella -tengo noticias de que es bueno-, pero siempre que la he visto lleva dibujada en el rostro la misma sonrisa acogedora, hilvanada, casi a media luz. Todas sus direcciones han sido inteligentes, reflexivas, le han dado al texto el foco y el primer plano y ha buscado para ello la complicidad de los actores. Almagro supone un reto para ella; esta primera página de su mandato la ha tenido que escribir con premura, y seguro que deja su huella, sin estrépito alguno, en el festival.