Con grandes aptitudes para la química y el álgebra, el talento de la joven Nettie María Stevens (1861-1912), a quien se le atribuye el hallazgo del sistema XY de los cromosomas, nunca pasó desapercibido en su entorno. Completó en dos años un curso de cuatro en el actual Westfield State College de Massachusetts. Fue la primera de su clase y, junto con su hermana Emma, se convirtió en una de las tres primeras mujeres en graduarse en Westford, en 1880.
Sin embargo, la delicada situación económica que atravesaba su familia la mantuvo alejada de las aulas durante varios años, en los que trabajó como maestra y bibliotecaria. No fue hasta 1896, con 35 años, cuando pudo retomar los estudios, matriculándose en la Universidad de Stanford.
Stevens, que descubrió los cromosomas XY y los misterios de la diferenciación sexual, es un ejemplo perfecto de los genios poco conocidos que ayudaron, gracias a su esfuerzo y su creatividad, a dar forma al mundo que conocemos.
La primera gran genetista
Tras examinar con minuciosidad diferentes insectos, como los escarabajos y gusanos, concluyó que los cromosomas en algunas especies son diferentes según los sexos.
Después de constatar que los cromosomas existen como estructuras parejas en las células, en vez de largos bucles o hilos, Stevens también estableció la diferencia entre dos clases de espermatozoides: los que poseen el cromosoma X, que determinan el sexo femenino, y los que tienen el cromosoma Y, asociados al masculino.
En 1905, dos años después de doctorarse en el Bryn Mawr College de Filadelfia (una de las grandes facultades de biología del momento en EEUU), publicó un trabajo, "Studies in Spermatogenesis with Special Reference to the "Accessory Chromosome", que estaba llamado a cambiar el estudio de la genética. Stevens analizó la diferenciación celular y propuso una teoría clave: que los cromosomas funcionaban como estructuras parejas. Aunque se habían descubierto en 1842, hasta ese momento se pensaba que estos se organizaban como largos núcleos. Stevens se dio cuenta de que no era así.
La idea de las parejas fue clave por algo más, Stevens se percató de que las mujeres tenían veinte pares de cromosomas grandes y los hombres 19 pares grandes y otra formada por uno grande y otro pequeño. Hoy sabemos, como nos han repetido en el colegio innumerables ocasiones, que tenemos 23 pares, pero la historia de como los encontramos merece un post en sí mismo. Stevens, además, llegó a la conclusión de que la diferenciación sexual dependía de la existencia de dos tipos de espermatozoides, cada uno con un cromosoma distinto (X o Y).
Esto fue un descubrimiento fundamental. La genética (que tras la muerte de Mendel había sido olvidada casi totalmente) se había redescubierto hacía sólo 5 años y aún gozaba de muchísima oposición no sólo por parte de los movimientos anticientíficos, sino dentro de la misma biología. Los descubrimientos de Stevens aportaron argumentos muy sólidos a la escuela genética aunque aún habría que esperar doce años más hasta que, por primera vez, la genética (ya en el contexto de la biología evolucionista) se aceptara plenamente.
Stevens murió muy joven, en 1912, a causa de un cáncer de mama. Eso le impidió acceder a la cátedra que había sido creada para ella en el Bryn Mawr College y, presumiblemente, recibir el premio Nobel. Un premio que habría sido más que merecido y que habría dejado negro sobre blanco el brillante papel de la mujer en la ciencia de principio de siglo XX. Un papel que se nos olvida muy a menudo.