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Neith: el satélite que nunca llegó a existir.

Publicado el 18 enero 2017 por Daniel Prieto González @100cerosblog
Casi todos los planetas del Sistema Solar tienes lunas. Júpiter, con sus 67 lunas confirmadas, gana en esta pequeña competición, mientras otros cuerpos, como la Tierra o Marte, tienen tan solo una y dos lunas, respectivamente. Después están los planetas más cercanos al Sol, los sin luna. Sin embargo, durante muchos años se especuló que Venus tenía un satélite llamado Neith, una idea que persiste incluso hoy en día en la "rumorología astronómica".

Neith: el satélite que nunca llegó a existir.

Representación de Venus y su luna.
(Fuente: www.wikipedia.org)


El primer científico que observó este satélite misterioso fue Francesco Montana en 1645. Aunque en la actualidad este tema es propio de amantes del misterio (y demás campos similares), en su época supuso una investigación científica como otra cualquiera. Debemos tener en cuenta que, en el siglo XVII, la astronomía no estaba tan avanzada como ahora y el único medio que tenía la Humanidad para acceder a las estrellas eran recién creados telescopios a los que se les intentaba sacar el máximo provecho. Con uno de esos simples instrumentos ópticos, Galileo descubrió los cráteres de la Luna, los cuatro satélites principales de Júpiter y las manchas solares, algo con mucho mérito en pleno Renacimiento. Pero volvamos al tema. A diferencia de Fontana, que anunció su descubrimiento a todo aquel que quisiera escucharle (desgraciadamente no tuvo mucha repercusión), cuando Giovanni Cassini observó el mismo satélite prefirió dejarlo de lado, ya que no le convencía mucho. Sin embargo, 14 años después, en 1686, volvió a observarlo y, esta vez sí, lo anunció. De hecho, se atrevió a afirmar que la luna tenía un tamaño de aproximadamente un cuarto de Venus.
Y la cosa no quedó ahí, muchos astrónomos continuaron viendo este satélite durante los siglos posteriores. En el siglo XVIII, astrónomos como James Short, Andreas Mayer o Lagrange observaron a Neith. Además, este último estableció que su plano orbital era perpendicular al terrestre. Uno de los casos más interesantes sobre esta luna ocurrieron el 6 de junio de 1761, cuando el segundo planeta del Sistema Solar realizó un tránsito por el Sol. Aquí ocurrió la primera discrepancia. Por un lado estaba el astrónomo Scheuten, que había afirmado haber visto a Venus acompañado de un pequeño punto que sólo podía ser su luna, mientras por el otro estaba Samuel Dunn (astrónomo británico), que lo negaba.
Tan solo cinco años después se produciría el primer intento de echar por tierra esta teoría, ya que el presidente del Observatorio de Viena publicaría un artículo donde garantizaba que la visión de esta luna tan escurridiza se debía a una ilusión óptica producida por el brillo de Venus. Antes que nada, hay que decir que Venus tiene uno de los albedos más altos del Sistema Solar de 0,65, es decir, el porcentaje de radiación que refleja una superficie respecto a la radiación que incide sobre ella. De ahí que sea tan brillante, ya que la luz básicamente es una radiación.
Pero, aunque este estudio podría haber resultado convincente, muchos astrónomos continuaron viendo a Neith. Incluso el mismísimo William Herschel (descubridor de Urano entre otros lugares del cielo nocturno) buscó este satélite, eso sí, sin éxito. En 1884, el astrónomo Hozeau, que fue director del Observatorio de Bruselas, afirmó haber visto el objeto, pero para él, en vez de una luna, se trataba de otro planeta. Hozeau argumentaba que el cuerpo en cuestión se veía cerca de Venus cada 1.080 días, debido a una conjunción entre Venus y el nuevo planeta, cuyo período orbital alrededor del Sol era de 283 días.
Finalmente, en 1887, acaba toda esta historia. La Academia Belga de las Ciencias publica un estudio donde demuestra que todas las posiciones de la luna observadas a lo largo de los siglos eran en realidad diversas estrellas que daban la impresión de estar cerca de Venus. Claro está, una estrella para cada posición que observaron los astrónomos. Y es aquí donde acabó para siempre (al menos en el ámbito científico) la búsqueda del satélite misterioso, Neith.

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