El 43,5% de los niños y adolescentes de entre 0 y 19 años viven en ciudades de más de 500.000 habitantes[i]. Este incipiente proceso de urbanización conlleva a la desconexión de las personas, incluidos los más pequeños, del medio natural.
Jugando en la calle. Foto: Municipalidad de Miraflores (vía Flickr)
La infancia solía ser un época en la que los niños y niñas pasaban tiempo jugando fuera, principalmente en los alrededores de sus casas[ii][iii]. En la actualidad, la mayoría de los niños que viven en países desarrollados, como es el caso de España, pasan poco tiempo en espacios abiertos, fuera de la vivienda o de edificios. Hofferth y Sandberg (2001)[iv] encontraron que los niños en los EE.UU. pasan una media de sólo 30 minutos al aire libre llevando a cabo actividades de juego desestructurado a la semana. En España, los más pequeños pasan 990 horas anuales viendo la televisión, jugando con el PC o con otros aparatos electrónicos[v].Existen múltiples razones que explican esta alienación de la infancia de la naturaleza, aunque las evidencias empíricas apuntan principalmente a tres, todas relacionadas con el proceso de urbanización acontecido en los últimos años. En primer lugar, las ciudades se convierten en lugares poco amigables para la infancia. Existe una carencia de espacios seguros y adecuados para los más pequeños, donde éstos puedan jugar y socializarse. Por otro lado, el frenético ritmo de vida de la gente de ciudad implica que los más pequeños no tengan tiempo para jugar al aire libre. La mayoría de los niños que viven en ciudades tiene un horario semanal repleto de actividades escolares y extraescolares que da poca cabida al juego desestructurado al aire libre[ii] necesario, por otra parte, para el adecuado desarrollo cognitivo y emocional infantil[vi]. Finalmente, la generación de padres actuales siente miedos, la mayoría de veces infundados, a la hora de permitir que sus hijos jueguen al aire libre. Estos padres, denominados Generación de Padres Paranoicos[vii] constituyen unos progenitores sobreprotectores, preocupados en exceso por la seguridad de sus hijos en un mundo que, sin embargo, es más seguro que hace unas décadas.
Niños y niñas en el Parc Natural del Montseny en las Colonias Airea
Ante este panorama de desconexión del mundo natural cabe hacerse la siguiente pregunta: ¿Es realmente beneficioso el contacto de los niños con la naturaleza? Las evidencias empíricas registradas hasta el momento apuntan a una respuesta rotundamente afirmativa.
Los beneficios que el contacto con el medio natural tiene para la población infantil pueden clasificarse en tres grandes categorías: beneficios físicos, beneficios psicológicos y beneficios para la conexión emocional de los niños con la naturaleza.
En cuanto a los beneficios físicos, Liu, Wilson, y Qi Ying (2007)[viii] evaluaron la relación entre la cantidad de vegetación que rodea los lugares de residencia de los niños y el riesgo de sobrepeso infantil, concluyendo que los niños tienen menor riesgo de sobrepeso (y, por tanto, de todas las enfermedades asociadas a éste) cuánta más naturaleza hay en el entorno residencial. En cuanto a entornos escolares, en 2008 encontraron que ciertas características físicas de los patios de los colegios, entre las que destacan la presencia de árboles y agua, influyen positivamente en el índice de masa corporal de los niños, así como en sus percepciones y sentimientos de satisfacción con el patio de recreo[ix].
En segundo lugar cabe subrayar los beneficios psicológicos que el contacto con la naturaleza tiene para la población infantil. Un reciente trabajo llevado a cabo en España[x] concluye que la naturaleza presente en el patio del colegio tiene un impacto positivo en el bienestar de los niños. En este sentido, los investigadores observaron que, ante una misma frecuencia de ocurrencia de eventos estresantes infantiles, tales como que los padres discutan delante del niño, aquellos niños que contaban con mayor presencia de elementos naturales en el patio del colegio mostraron menores niveles de estrés que aquellos cuyo patio de recreo carecía de naturaleza. Esto indicaría que el tener naturaleza cerca ayuda a los más pequeños a sobrellevar eventos estresantes cotidianos y, por lo tanto, mejora su bienestar.
Jugando en el Parc Natural del Montseny en una Jornada de Respiro
Finalmente, y no menos importante, el contacto con la naturaleza influye positivamente en la conexión emocional que los niños sienten con el medio natural[xi]. Esto repercute en el respeto que los más pequeños muestran hacia la naturaleza, lo que tiene importantes consecuencias para la conservación del patrimonio natural, pero también en la salud emocional de los más pequeños. Collado, Staats, y Corraliza (2013)[xii] llevaron a cabo un estudio en campamentos de verano españoles, unos organizados en entornos naturales y otros en entornos completamente urbanizados. Los resultados de esta investigación permiten concluir que el contacto directo con el medio natural aumenta los sentimientos de conexión y unión emocional de los niños con su entorno, lo que tiene influencia directa y positiva en su salud psicológica.Las evidencias empíricas expuestas permiten pensar en la importancia estratégica que cobran, por un lado, los modelos de planificación y desarrollo urbano y, por otro, las iniciativas que se llevan a cabo desde diversas organizaciones como la Fundación Roger Torné a fin de promover el contacto de la infancia con la naturaleza. El desarrollo saludable, tanto físico como psicológico, de los niños y niñas españoles depende del compromiso de todos.
Por Silvia Collado Salas, doctora en Educación Ambiental por la Universidad Autónoma de Madrid y coautora del libro “Naturaleza y bienestar infantil. Un estudio sobre el impacto de los entornos naturalizados en la infancia”.
Publicado en fundrogertorne.org
BIBLIOGRAFÍA
[i] UNICEF (2012). Niñas y niños en un mundo urbano. Estado mundial de la infancia 2012. Nueva Cork: División de comunicaciones de UNICEF.
[ii] Karsten, L. (2005). It all used to be better? Different generations on continuity and change in urban children’s daily use of space. Children’s Geographies, 3, 275-290.
[iii] Kellert, S. R. (2002). Experiencing nature: Affective, cognitive, and evaluative development in children. In P. H. Kahn & S. R. Kellert (Eds.), Children and nature: Psychological, sociocultural, and evolutionary investigations, (pp. 117-151). Cambridge, MA: MIT Press.
[iv] Hofferth, S., & Sandberg, J. (2001). Changes in American children’s time, 1981–1997. In S. L. Hofferth & T. J. Owens (Eds.), Children at the millennium: Where have we come from, where are we going? Oxford, United Kingdom: Elsevier Science.
[v] Freire, H. (2011). Educar en verde: ideas para acercar a los niños y niñas a la naturaleza. Barcelona, España: Graó de Irif.
[vi] Kahn, P. H. (2002). Children’s affiliations with nature: Structure, development, and the problem of environmental generational amnesia. In P. H. Kahn & S. R. Kellert (Eds.), Children and nature: Psychological, sociocultural, and evolutionary investigations, (pp. 117-151). Cambridge, MA: MIT Press.
[vii] Furedi, F. (2008). Paranoid parenting: Why ignoring the experts may be best for your child.
[viii] Liu, G., Wilson, J., Qi, R., & Ying, J. (2007). Green neighborhoods, food retail and childhood overweight: Differences by population density. The Science of Health Promotion, 21, 317-325.
[ix] Ozdemir, A., & Yilmaz, O. (2008). Assessment of outdoor school environments and physical activity in Ankara’s primary schools. Journal of Environmental Psychology, 28, 287-300.
[x] Collado, S., and Corraliza, J.A. (2012). Naturaleza y bienestar infantil. Un estudio sobre el papel de los entornos naturalizados en la infancia. Al Salgueiras, Galicia.
[xi] Cheng, J. C., & Monroe, M. C. (2012). Connection to nature: Children’s affective attitude toward nature. Environment and Behavior, 44, 31-49.
[xii] Collado, S., Staats, H., and Corraliza, J.A. (2013). Experiencing nature in children’s summer camps: affective, cognitive and behavioural consequences. Journal of Environmental Psychology, 33, 37-44.