Hoy en día casi cualquier triple A que se precie debe tener su modo multijugador. Bueno, malo, o lamentable, parece que el multijugador es un valor añadido casi imprescindible, sobre todo en los FPS, por el que incluso las compañías se permiten quitar horas de las campañas individuales de juego con la excusa de centrarse en el desarrollo del multiplayer.
Pero, ¿realmente merece la pena dedicar tanto tiempo y esfuerzo a estos modos, en detrimento de la calidad del juego individual, o sólo es una excusa con la que nos venden juegos mediocres y calcados unos de otros?
Paraos un momento a pensar. Sobre todo aquellos que, como yo, rondáis los treinta.
Nuestras primeras experiencias “multijugador” tenían como adversarios a los malotes de barrio con los que nos cruzábamos en los salones recreativos. Aquello era uno contra uno, tu enemigo estaba a tu derecha, rozándote el codo. Solos frente al arcade, a modo de duelo al amanecer en los que cambiábamos los revólveres por sticks negros.
En cada salón había unos cuantos grandes duelistas; eran respetados y hasta el encargado les fiaba. Los chavales hacían corrillo para verles jugar cuando humillaban públicamente al aspirante de turno; aquellos nivel 50 de la época eran reconocidos y admirados.
Hoy en día, salvando las distancias, todo sigue siendo bastante parecido, salvo que podemos collejear a los demás desde la comodidad de nuestro sofá mientras nos echamos al cuerpo un gintonic. Eso, y que no tenemos que escaparnos del cole para hacerlo.

Retard viejuno, emulando los buenos tiempos
Aunque claro, no podemos ver el sudor bajando por la frente de nuestro rival, ni oír los improperios del perdedor, ni aceptar (o poner) la revancha en forma de moneda de cinco duros. Nadie nos reconoce en el lobby, nadie admira a nadie, porque somos cientos de miles de salones recreativos unipersonales en el salón de nuestras casas.
El componente social del multijugador actual es mentira. No va más allá de la inmediatez de echar unas risas con los amigos, de seguir subiendo niveles por inercia, del deseo de estar arriba del todo en la tabla, aunque sólo nos importe a nosotros mismos.
Volvamos al pasado otra vez; ahora, a recordar grandes momentos de nuestra vida de jugones.
La batalla final contra Ganon en el Ocarina, la vuelta a casa de Red Dead Redemption, la muerte de Aerith, el final de MGS3, la primera vez que lees “Me llamo Guybrush Threepwood…”, las tardes de spectrum con nocilla, tantas y tantas horas paseando a Ryo Hazuki…
Las hazañas épicas de la vida de un jugón siempre son en solitario. Esos momentos que nos hacen volver años atrás, cuando decimos “joder, que juegazo”, y una sonrisa se nos asoma sin querer al recordar una historia, una conversación, una batalla…
Los juegos y sagas que quedan de por vida en nuestra memoria colectiva de jugones son los que nos han puesto la piel de gallina, los que nos han hecho reír, llorar, meternos en la piel del protagonista. Y todos esos momentos los hemos vivido con la única compañía de nuestro pad.
Con todo esto no quiero decir que cualquier tiempo pasado fue mejor, ni mucho menos.
Vaya por delante que la generación actual de consolas nos ha dado muchos grandes títulos y nuevas formas de jugar, aunque quizá la facilidad del gráfico apabullante ha dejado de lado las buenas historias, permitiendo que los fuegos artificiales sean el fin en sí mismo, y no un medio más para mantenernos pegados a la consola.
Hoy, que las desarrolladoras tienen medios para hacer lo que técnicamente era imposible hace 10 años, no podemos admitir que nos vendan como obra maestra del videojuego cinco horas de campaña normalita, con un guión mediocre y, eso sí, multijugador.
No me vendan orgullosos que “nos hemos centrado en el juego online” como excusa. Porque hace años que no encuentro un multijugador realmente original y al que me apetezca jugar, más allá de echar una pachanga con amigos de vez en cuando.
La mayoría de veces que enciendo la consola, lo hago buscando una buena historia, un reto, un escape. Vale que pago mis euros de Live Gold al año, pero lo acabo usando en días contados, cuando necesito descargar algo de estrés, y no tengo nada mejor a mano que la recompensa instantánea de subir un par de niveles pegando tiros a pequeños yankis chillones.

Y venga medallas, total, pa ná...
Para mí, un buen juego es aquel que está cuidado, que tiene un buen guión y una historia original, que me da unas cuantas horas de gameplay y que por lo que sea me engancha. Que tenga multijugador o no, es algo totalmente accesorio y que nunca he echado de menos en un título, así que no veo justificación posible a la reducción de horas, tiempo, esfuerzo y dinero en crear un buen juego individual sólo por que éste lleve incluido un modo multi que, en el mejor de los casos, será tremendamente mediocre.
No quiero ni pensar, cuando dentro de unos años saquemos la 360 o la PS3 del armario de las reliquias para echar una partida a cualquiera de estos títulos con “grandes modos online” y rejugarlos, cómo se nos quedará la cara al ver la mentira que nos han vendido todo este tiempo con excusas baratas. Porque para entonces, cuando ya no haya servidores en los que seguir subiendo de nivel, sólo quedarán los juegos desnudos, la verdad de los guiones insulsos y los gráficos de cartón piedra que no tienen nada detrás.
No sé si es que nos engañan y nos tapamos los ojos para no verlo, o realmente existe esa necesidad por parte de los jugones de tener un multi en cada título FPS, pero todos los años consiguen que nos traguemos la última porquería de las franquicias sin rechistar. El último juego de cada saga siempre será más corto, más pobre de historia, se habrá hecho más deprisa y corriendo que el anterior. Pero, eso sí, tendrá cinco mapas totalmente nuevos en los que explayarse matando yankis chillones.
Y, aún sabiéndolo, volveremos a comprar la misma basura. Y probablemente nos echaríamos las manos a la cabeza si el -rellenar con el FPS favorito- que saliera la próxima navidad no llevara multijugador.
Porque ya no nos damos cuenta de que el multi sólo es un añadido más o menos atinado en la mayoría de los juegos, y que, haciéndonos creer que es el juego lo accesorio, nos están timando año tras año. Y se nos ha olvidado que, desde luego, ninguna condecoración con estrellitas nos hará ser de nuevo el duelista de salón recreativo.
