Revista Opinión

No es para menos

Publicado el 10 octubre 2011 por Rbesonias


No es para menos
El mundo es un lugar extraño. Mientras Jean Paul Gaultier presenta en París, para la colección primavera-verano de este año, a su modelo andrógino, Andrej Pejic, como un animal singular, dotado de una belleza ultraterrenal, a casi 2000 kilómetros de la capital gala se le concede el Nobel de la Paz a tres mujeres, diferentes en cultura, figura y armario ropero, más bien poco andróginas, pero incisivas y firmes cuando la ocasión lo merece. Sus nombres son difíciles de pronunciar (Tawakkul, Leymah y Ellen), pero su credo es nítido y contundente, compartido por todos los habitantes del planeta con un mínimo de sentido común: restituir la justicia a todas las mujeres del mundo a las que se priva de derechos fundamentales y favorecer el surgimiento de un sistema político con garantías democráticas allí donde viven. Y lo demandan desde países (Liberia y Yemen) en donde hablar hasta ahora de derechos era como intentar que las ranas crien pelos. El mérito es doble. Estas mujeres son una avanzadilla moral en sus países; marcan tendencia, pero no en el mundo de la moda. Leymah consiguió -por citar una sola de las muchas hazañas históricas de este trío- un giro copernicano hacia la democracia, impulsando con su activismo pacifista el fin a la guerra civil de Liberia en 2003.
El mundo es un lugar extraño. Mientras la diseñadora Teresa Bacca recupera el cuero para su nueva colección de moda, en plan revival ochentero, no muy lejos, en el almacén Agronativa de Cieza, las operarias se cuelgan del cuello un cartel nada glamuroso con la palabra «aseo» en mayúsculas cada vez que necesitan evacuar. Eso sí, para no bajar la producción tayloriana, su estancia en el escusado no debe exceder los cinco minutos; de lo contrario, le restarán de su sueldo media hora de trabajo. El esperpento se dilata con agravantes como el hecho de que al mezquino empresario de esta noticia se le haya ocurrido hacer tan solo tres carteles para 400 trabajadoras, que la hora la paguen a menos de 6 euros, o que denigren y amonesten a las mujeres que decidan quedarse embarazadas. «Aquí se viene a trabajar, no a tener hijos», les espetaba el capataz. Lo triste es que estas noticias parecen salir a la luz solo cuando llegan a un grado de desprecio por la dignidad humana que roza la crueldad. Incluso algunos ciudadanos, al enterarse de que la mayoría de las operarias de esta fábrica son mujeres inmigrantes, empatizan con el empresario, exclamando: ¡Ah, bueno, pero esa gente viene a España a lo que le echen! Y si no, que se queden en su país. ¡Pues buena está cayendo aquí como para que encima se vengan quejando!
Lo dicho, este mundo es un lugar extraño, muy extraño. A nadie debiera sorprenderle que Gurb, el extraterrestre protagonista de la hilarante novela de Mendoza, decidiera abandonar nuestro planeta, perplejo ante la inquietante naturaleza de sus inquilinos. Vistos desde fuera, bajo la quisquillosa mirada del microscopio, los seres humanos dejamos mucho que desear. Somos un virus antropófago, un lobo para nosotros mismos, que esquilmamos lo propio y lo ajeno, a mayor gloria de nuestro ombligo... Sí, ya sé que también somos capaces de acciones generosas, gestos desprendidos, conductas altruistas que compensan la báscula. Pero ustedes perdonen, cuando uno lee el periódico o escucha el telediario, le entra la vena autocrítica y comienza a dudar hasta de su misma especie. No es para menos.
Ramón Besonías Román


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