Revista Opinión

No es un robo, es un ‘flashmob’

Publicado el 09 agosto 2012 por Carmentxu

Juan Manuel Sánchez Gordillo, diputado autonómico de IU y alcalde de Marinaleda, va a por medalla en los Juegos Olímpicos mediáticos. Su acción, que llevaron a cabo miembros del Sindicato Andaluz de Trabajadores (SAT), ha sido apoyar e instigar la irrupción (él no entró físicamente) en un supermercado de Mercadona y salir con varios carros cargados de productos básicos. La acción se inscribiría dentro del flashmob, una acción reivindicativa o de entretenimiento, cuyo objetivo básico es llamar la atención. El hurto de los carritos fue una acción rápida, efectista, no violenta (no más allá de un rifirrafe con los empleados) y, lo que es importante a la hora de diferenciarlo de un robo: sin ánimo de lucro. Hasta ahora, el flashmob resultaba anecdótico y divertido y se había limitado a la irrupción en bancos, cajas de ahorro u oficinas del Inem de grupos flamencos, organizados, sobradamente preparados, quienes cantaban las 40 con gracejo y buen ritmo. Pero ahora a las autoridades no les ha hecho tanta gracia esta forma de protesta para llamar la atención de los medios y de la sociedad. Cortar una carretera o autopista o no pagar el peaje mientras se toca el claxon hasta la extenuación como si estuviera en la caseta el mismísimo presidente de Abertis son nuevas formas de resistencia pasiva, válvulas de escape que despresurizan la olla y dan salida al malestar. Deberíamos llevar un claxon incorporado de serie para pasar el día y protestar a cada tropelía, a cada atropello.

No es un robo, es un ‘flashmob’

Flashmob de Equo-Los Verdes en Oviedo. ‘Tu banco’.

La acción encabezada por el diputado de IU se diferencia del robo básicamente en que no ha habido ánimo de lucro. Aunque la cuantía de los productos de primera necesidad sustraídos superara el mínimo para que se considere legalmente delito y, por tanto, ilegal, se abre la duda porque es que es un acto justo. Sancho Gracia, fallecido ayer por la noche, encarnó al bandolero Curro Jiménez, nuestro Robin Hood patrio, quien se ganó las simpatías de los más desfavorecidos, de las víctimas. El caso de Mercadona bien podría ser la versión siglo XXI de las andanzas de este adalid de la utopía que combatía la injusticia. Entonces, el boca oreja sustituía la televisión, la radio e Internet. Está siendo mucha la polémica y el eco mediático sobre la acción concreta, el hecho puntual. Como en otras ocasiones, los árboles no dejan ver el bosque: un bosque salpicado de urgencia, de desesperación por la falta de alimentos de primera necesidad que padecen muchas familias que, sin trabajo ni expectativas de encontrarlo, se ven abocadas a vivir de la caridad. Ahí radica el verdadero delito, con el agravante de la impunidad, la complicidad de quienes debieran perseguirlo en lugar de obligar a una mujer embarazada a parir un hijo que no desea y amparado en una todavía alta aceptación social del listillo que no paga lo que consume. Delito es cobrar intereses abusivos (se llama usura); delito es aprovechar la reforma laboral (un disco solicitado por la patronal) para adelgazar empresas que por la falta de inversión en innovación y desarrollo ahora son incapaces de competir; delito es mantener las SICAV, esos paraísos fiscales privados donde los defraudadores se toman un daiquiri mientras escampa el temporal; delito es desmantelar la Sanidad pública en beneficio de los amigos con clínicas privadas y mutuas, dificultar la educación para que de mayores seamos borregos, dejar a su suerte a los que más lo necesitan (¿qué fue de la imprescindible solidaridad?), excluir a los inmigrantes que vinieron buscando una vida mejor del sistema nacional de salud; delito es rescatar a la banca mientras los ciudadanos se empobrecen a cambio de mantener cueste lo que cueste un sistema que hace aguas por todas las bodegas y permitir que sus responsables sigan cobrando sueldos multimillonarios.


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