El título de la canción de los Sex Pistols me parece el más apropiado y directo. Esto se acaba, señores. Los apocalípticos han ganado a los integrados. Yo empecé siendo un integrado, me pasé a la masa gris de los ni fu ni fa y he acabado por convertirme en apocalíptico.
Qué remedio.
Los que trabajamos en la prensa tenemos el oído interno irritado de tanto oír hablar de crisis y de callejón sin salida. El oído y otras partes del cuerpo, también con forma de orificio. Se habla mucho, dentro y fuera de la profesión, del jodidísimo momento que atraviesan los periódicos en papel (todavía no salvados por la panacea digital). De la radio también se habla mucho. Pero qué poco de la televisión. Y qué jodida está.
Está tan jodida, que ninguno de los debates tradicionalmente asociados a ella tiene relevancia ya (véase: televisión pública vs. privada, documentales de La 2 vs. Jorge Javier Vázquez, servicio público vs. entretenimiento, cultura vs. pan y circo, interés de Estado vs. interés comercial, etcétera: ya nada de eso importa).
Lo que está en juego es la supervivencia misma del medio.
Se acaba de confirmar con lo que ha pasado con el final de Perdidos.
Fuera de Estados Unidos, el mundo entero ha visto Perdidos por internet. En España empezó emitiéndose en TVE, dio muchos tumbos en la programación hasta acabar desapareciendo de la parrilla. Luego fue rescatada por Cuatro. A pesar de todos los esfuerzos de marketing catódico de este canal, las emisiones registraban una audiencia discreta tirando a muy pobre, y eso que en las dos últimas temporadas se han emitido los capítulos con menos de una semana de diferencia con respecto a Estados Unidos. Eso, para las mastodónticas y vetustas televisiones españolas, ha supuesto un esfuerzo brutal. Se les notaba intención de ponerse las pilas.
Pero no era suficiente: siete días era demasiado tiempo. Para cuando Cuatro (o Fox, en las plataformas de pago) emitían el capítulo, todos los interesados lo habían visto, revisto, comentado, deglutido, vomitado y vuelto a ingerir para defecarlo y reciclar las heces en compost ecológico. Cuatro les ofrecía material muy viejo, prácticamente de desecho.
Por eso, lo que hicieron con el final era tremendamente acertado. Por fin parecían haber comprendido qué necesitaban para contrarrestar el imperio de internet.
Digo parecía, porque es difícil hacerlo peor de lo que lo han hecho.
La emisión de Cuatro fue vergonzosa, un insulto con regueldo al espectador. No cabe en ninguna cabeza que unas teles que pueden retransmitir en directo con éxito y fluidez algo tan complejo como unos juegos olímpicos o una carrera de fórmula 1 no sean capaces de ofrecer con un mínimo de calidad lo que un tipo de un pueblo de la sierra de Atapuerca con un ordenador de segunda mano y un ADSL de medio mega es capaz de hacer en media tarde.
No fueron capaces de subtitular un capítulo, cuando los “voluntarios” de la red lo tienen traducido, subtitulado, corregido y colgado en la web una hora después de su emisión en USA.
Tampoco supieron dar una respuesta a la menor complicación técnica que se les presentó.
Se comieron seis minutos y ni siquiera se disculparon.
¿Tan difícil era parar la emisión un par de minutos, colocar un cartelito de “enseguida volvemos, disculpen las molestias”, arreglarlo todo con un poco de cabeza y retomar el capítulo? ¿No había nadie con medio dedo de frente trabajando en Cuatro esa mañana? ¿Me están diciendo que un señor de pueblo con una conexión churrutera a internet puede más que una cadena de televisión nacional española?
Pues apaga y vámonos.
Pero aún hay más: no emitieron un fucking anuncio.
¿Qué hacían los comerciales? ¿Cómo no estaba la emisión saturada de marcas de colonia y de yogures para el estreñimiento? ¿Es que, de repente, a los malos malísimos ejecutivos les ha dado por el rollo zen y desprecian el vil metal? ¿Ya no quieren ganar dinero con su trabajo?
La pregunta es: ¿para qué coño han hecho esto si ni sabían hacerlo ni querían hacerlo, puesto que no han buscado anunciantes?
Se les presentó la ocasión en bandeja, tenían en sus manos arrancar una nueva estrategia que garantizara su supervivencia y pusiera un poco de coto a las descargas por las que tanto lloran. Y la han cagado, pero a base de bien.
Y esto, queridos amigos, es sintomático de enfermedad terminal: cuando fallan las facultades básicas, cuando el cuerpo ya no controla los esfínteres, cuando es incapaz de llevarse la comida a la boca sin ayuda, la cosa está muy chunga.
Si los médicos no auguran una mejora pronta, yo me inclinaría por la eutanasia.