Revista Cultura y Ocio
Es de sabios admitir un error y cambiar. Pero conozco a muy pocos sabios. Lo de admitir los errores todavía sé de algunos; en cambio, de cambiar, no me atrevería a usar los dedos de la mano por no poder contar. Nadie cambia después de admitir un error, ni dos, ni tres, ni...y a veces, cuando ya han pasado los cientos, entonces, y sólo entonces, uno se plantea el hecho de que ha de cambiar. -¡Ay, qué pena! Ya soy demasiado mayor para eso-. Cuanto más edadd tiene uno, menos ganas da cambiar porque los demás no coinciden contigo en algo. Ya lo decía el "Prohibido por la Iglesia Católica" André Gide. Otra cosa es cuando te dicen que dejes de fumar porque tienes una enfermedad de esas inombrable que te llevará a la tumba. -Pero un cigarrilo no me hace daño aunque no fume; o, de todas formas, que más da ya-. Nadie cambia, o bien camufla sus ideas e ideario, o bien se adapta a tiempos modernos. Y cambiar no significa de apariencia, pues de punky que adoran a dios hay a manos llenas, o comunistas que van detrás de un trono en Semana Santa o van al Rocío a no sé qué de la Virgen. De boquilla cambiamos todos, o aquello de que el tiempo lo cambia todo. Pero el tiempo no existe según la física cuántica, así que los cambios son imposible si no es otros mundos paralelos con otros átomos diferente. Sin embargo, luciendo como abogado del Diablo, nunca perderemos la esperanza de poder cambiar y querer hacerlo. ¿Cuántas veces me habré puesto a dieta? O miren a los políticos. Algunos aparecen como nuevos cuando en realidad han pasado por las filas de colores dispares en pos de un trono por pesados y no por ganárselo como el rey Macbeth de Shakespeare. Los hay que han probado todos los puntos cardinales de la política, desde la derecha hacia la izquierda, pasando por el centro. Claro que este es un post muy subjetivo, pues, sí que hay quien cambia, aunque las mayoría de las veces, es a peor. El Mundo corroe al más pintado, y en eso estoy de acuerdo con la propuesta medieval de que el Mundo era uno de los males que acechaban al hombre. Cosa obvia por ende, pues, aquí estamos. De errores y mutaciones -que no son cambios-, vive el Hombre...y la Mujer.