Revista Cultura y Ocio

No pienses, lincha

Publicado el 28 septiembre 2019 por Benjamín Recacha García @brecacha
No pienses, linchaUn día cualquiera en Twitter. Viñeta de betinorama

Yo no sé si es una impresión causada por el sesgo de las redes sociales o si se puede extrapolar a la «vida real» (me temo que lo segundo). El caso es que creo que estamos empobreciendo nuestras relaciones personales, porque tendemos a relacionarnos sólo con quienes comparten gustos y opiniones similares, cada vez más, a los nuestros. Y si alguien a quien considerábamos afín se despacha con algún comentario que consideramos inadecuado, automáticamente le ponemos la crucecita. Nos «decepciona».

Hace unos meses eliminé mis cuentas de Facebook e Instagram porque me cansé de la sensación de estar exhibiéndome en un escaparate. Llegó un momento en que compartir contenidos se había convertido en una rutina necesaria para continuar siendo visible, y un buen día decidí que resultaba ridículo. Sé que de esa manera perdí el contacto con gente muy maja, que había llegado hasta mis «identidades virtuales» para apoyarme en mi actividad literaria o porque lo que publicaba en este blog le resultaba interesante, pero necesitaba liberarme de esa sensación de tener que estar ahí, no quería llegar a sentirme artificial.

Ser auténtico se penaliza en el mundo virtual, de modo que si uno no quiere empezar a caer mal, debe poner filtros a lo que comparte, o contenerse. Y yo no sé hacer eso. A medida que crecía la impresión que comentaba en el primer párrafo, crecía también mi incomodidad al escribir y compartir artículos sobre temas que ya no admiten más posturas que blanco o negro, y sabía que dependiendo de lo que opinara «decepcionaría» a unos u otros. En fin, que puede que sólo fuera una sensación sin fundamento, pero me harté.

De todas formas, sigo en Twitter. Todo lo dicho se aplica también, o más bien sobre todo, a esta red social. Lo que pasa es que en Twitter, igual que parece que en cualquier momento vaya a estallar la tercera guerra mundial, también todo es más voluble. Los debates nacen y mueren en minutos, los trolls se reproducen y desaparecen a ritmo vertiginoso, y lo que escribiste ayer (a no ser que seas una celebridad) no existe. Además, las relaciones personales suelen ser menos cercanas que en las otras redes, y si un cafre se pasa de listo lo silencias o lo bloqueas sin remordimientos.

En los últimos meses me he hartado a silenciar a indigentes mentales, exaltados, iluminados, mártires perpetuos, organizaciones políticas y políticos de todo el espectro que aparecían en mi time line sin que yo los siguiera. Quizás es que mi intolerancia va en aumento con la edad, pero no creo que sea eso. Precisamente lo que echo de menos es la riqueza argumental, la incitación al debate crítico y constructivo; y lo que puebla Twitter es la intolerancia, la intransigencia, la incapacidad absoluta de aceptar que uno puede estar equivocado. Cuántas veces me habré mordido la lengua para evitar un debate que tenía todos los números de acabar en linchamiento hacia el «intruso» (es decir, yo) por poner peros a supuestas verdades absolutas.

La gente tiende a replegarse en sus dogmas, a arroparse con los de su clan y repudiar a cualquiera que dude; cosa que, además de una pena, es muy ridícula. ¿En serio que en la vida real sólo os relacionáis con quienes piensan igual que vosotros? ¿No concebís la posibilidad de evolucionar/enriquecer/matizar vuestras ideas?

Otra cosa que me sorprende es la cantidad de gente que lo tiene todo clarísimo, desde el origen de los tiempos. El «yoyalodije» es un clásico. ¿Y qué decir de los conspiranoicos?, ¿de los que echan espumarajos por la boca cuando un movimiento logra resultados saltándose el decálogo del revolucionario dogmático de Twitter?

No sé, yo no me avergüenzo por admitir que mis ideas respecto a la política, por ejemplo, han cambiado en los últimos años. Estuve entusiasmado con «la nueva política», pero viendo la involución que ha sufrido, asistiendo al circo al que todos han contribuido con entusiasmo para ridiculizar la acción institucional y dejar claro que nadie (que no tenga la vida solucionada, claro) debería confiar en la política profesional para que solucione los problemas de la gente de a pie, prefiero confiar en que la gente de a pie tome las riendas para solucionar sus problemas.

Ahora bien, a no ser que seas fascista, estoy dispuesto a escucharte. Prefiero mil veces una conversación adulta con alguien (civilizado) de derechas que asistir al mitin de un exaltado de izquierdas que se agarre a El capital como un cura lo haría a la Biblia. Aunque esté incomparablemente más cerca del discurso de Marx que de lo que sea que defienda el civilizado de derechas. De entrada, resultará muy difícil que me convenza de que el capitalismo no es el peor de los males de este mundo. Pero da igual, la gracia está en conversar con personas cuyas opiniones no sean un calco de las propias.

Tengo muchos amigos y conocidos con una visión del mundo parecida a la mía, pero también los hay que no comparten mi manera de pensar, y nos queremos igual. Y lo mejor de todo es que podemos debatir, discutir incluso, sin que ello afecte a nuestra relación. En las redes sociales eso es cada vez más complicado.

Buena parte de la culpa, en mi opinión, la tienen los políticos profesionales y los medios de comunicación que les sirven de altavoz. Unos y otros se dedican a infantilizar a su audiencia con mensajes tan simples, tan vacíos, tan prefabricados, tan falsos, que me resulta muy complicado entender cómo la gente sigue picando. En serio, va siendo hora de recuperar el discurso crítico y la capacidad de razonar, de escuchar y conversar sin prejuicios. No vivimos en compartimentos estancos, no podemos aislarnos del diferente, de quien cuestiona nuestras opiniones.

En Twitter podemos silenciar a los plastas, pero no creo que sea una buena idea despreciar a quien plantea alternativas, a quien nos invita a razonar, a quien alimenta el debate constructivo. Porque, insisto, la sociedad no podemos (o no deberíamos) compartimentarla. El conmigo o contra mí no lleva a nada bueno, y relacionarse sólo con quienes piensan igual es muy aburrido.


Volver a la Portada de Logo Paperblog