Esto me entran ganas de decirles a los legisladores internacionales, los agentes del FBI, los ministros de cultura de varios países y a unos cuantos magnates de la industria, que empiezan a frotarse las manos con el cierre de Megavideo. Parece que la solución al problema hubiese caído llovida del cielo. “Se acabó perder dinero por esos majaderos de los piratas de internet”. Ilusos.
Claro que tampoco me quiero mojar el culo, en las mismas aguas que quieren hacerlo los Annonymous, los Anti-SOPA, los Anti-SINDE y los cuatro adolescentes que están jodidos porque alguien les ha quitado el derecho de bajarse de internet, las canciones de Pitbull y los capítulos de Física o Química
Los primeros han malentendido el mensaje que la sociedad les ha lanzado. Creen que la culpa de todo, la tuvo Yoko Ono, como si el empezar a copiar discos y a descargar películas de la red, se hubiera hecho con el único propósito de arruinarles sus lujosas vidas, movidos por la envidia y la sed de venganza, del pueblo llano, consumidor compulsivo y vago para soltar la pasta que les siga haciendo ricos.
Los segundos no están sabiendo canalizar su discurso. Se están empeñando en que la vida no es igual sin poder conseguir lo que uno quiera, en el instante que quiera. Sin pagar nada, sin reportar nada. Los que critican al sistema, todavía no se dan cuenta de que están en el sistema y no hay que destruirlo, hay que cambiarlo, dejando de lado los mensajitos pijoanarkopunk de nueva era y máscara teatral sonriente.
Lo curioso, es que en esta batalla por los derechos de autor y la absurdez del #TodoGratis, autores y público, deberían haber luchado unidos y no enfrentados, contra un mal común. No todo es blanco o negro en este tema. No podemos demonizar al artista, porque tengamos en mente a Alejandro Sanz, ni podemos frivolizar con argumentos absurdos sobre nuestra necesidad de consumir grandes cantidades de cultura, por el módico precio de… NADA. Tampoco pueden asumir los dueños de las grandes discográficas que su mercado es inmutable, que la solidez de sus ganancias está relacionada con lo férreo que vuelvan su sistema comercial.
La aparición de la piratería, hace casi 20 años, ha sido un mensaje de alerta para los grandes distribuidores de cultura, que como todo movimiento revolucionario, ha sufrido varias escisiones en sus objetivos lo que ha hecho que los malos, los que manejaban el cotarro de forma vil y mezquina hayan perseguido a los otros malos, los que peor han sabido difundir ese ultimátum de sostenibilidad, convirtiéndose ellos en insostenible falta de argumentos.
Los del medio, los que querían llamar la atención sobre lo inflado de un sistema corporativo pero poco artístico, los que descargaban ciertas cosas sin renunciar a adquirir ciertas otras, porque en la mejora de la calidad y en la sociabilidad de los precios estaba la respuesta a todo el problema, han salido perdiendo, porque nadie les escucha. Esos, entienden que la cultura de la gratuidad absoluta es inverosímil y cínica. Han entendido que en la creación, en el trabajo del artista hay esfuerzo y valor añadido y con su simple faneo mediático no basta para pagar ese logro. Han querido expresar que por 8 euros por entrada y 25 euros por disco, no pueden hacer llegar su devoción a su artista favorito y que, o se lo facilitan en contexto y precio, o prefiere adquirirlo gratis y de peor calidad.
Pero ellos al menos tenían un objetivo honesto, una lucha lógica. Obtener mejores productos a mejores precios y acabar con una dictadura de grandes holdings y pocos artistas comiendo de lo que ellos mismos producen.
Lo demás, la palabrería de patio de colegio, son triquiñuelas absurdas para escaquearte en la puerta del súper, cuando te han pillado robando las pilas que llevas en el bolsillo. Me recuerda también a los que se quejan de que los radares están puestos “para pillar”.
Estoy esperando algún día ver al asesino en rueda de prensa, espetándole al Guardia Civil: “Joer macho, si es que los picoletos estáis ahí al quite. En cuanto está uno pegando unas puñaladitas, caéis encima…”. O al ladrón de turno, en la joyería de turno, con el segurata de turno cayendo en su chepa, diciendo eso de “ya no dejáis ni robar, coño. Si es que no puede ser, ni robar se puede ya a gusto…”.
No quiero usar argumentos de los contrarios (que conste que por si no lo parece, yo estoy en el otro bando) y andar con aquello de que los artistas y creadores, necesitan pagar las facturas. Pero es que sí, señores, sí. Esa gente tiene que pagar alquileres e hipotecas, como todo hijo de vecino. Digo yo, que entre que el milloneti de turno viva a cuerpo de rey, enfundado en su empresa de distribución, promoción, managment o distribución y que el director de cine que más espero cada año estrene una peli, no pueda volver a rodar en su vida, porque sus tres últimos títulos dieron menos en taquilla, que un mojón mal plantado, tiene que haber algún sistema o alguna fórmula mágica, para que mi dinero no pague yates innecesarios y yo no me quede sin disfrutar de la música/literatura/cine/ponaquílaactividadculturalquetesalgadelpijo, que a mí me gusta.
Por supuesto que todo esto tiene muchas más lecturas. Que internet no sólo sirve para robar y que es una plataforma que proyecta la información y difunde la cultura, lo sé. Que uno no quiere comprar 12 canciones malas, cuando lo que le interesa es el single que le gusta, también. Y así, hasta un número altísimo de tópicos típicos que adornan toda esta problemática. Lo cierto, es que volviendo al principio, ahora que han cerrado Megaupload y filiales, dando la sensación de que en el mundo no existe ya un sólo enlace reproducible o descargable, parece que todo se ha solucionado, como si se hubieran cargado al Diablo o Kim DotCom fuera el ser más abominable después de Saddam y Bin Laden. Sin embargo, la cuestión es, ¿qué les costaba a las majors de todas las industrias culturales hacer lo que hacía Megavideo, barato y legal?
Les costaba mucho. Les suponía tener que admitir que internet es una herramienta y no un enemigo. Admitir que la podían usar y no luchar contra ella. Reconocer que desde hace más de una década el sistema apestaba por su culpa y que se podían hacer la cosas más económicas para la gente y más cómodas para los artistas. Algunos tendrían que reconocer que las SGAE‘s del mundo eran patrañas sacacuartos y que lo importante durante muchos años no habían sido los artistas sino ellos mismos. Tendrían en definitiva que reconocer mucha mierda, un minuto antes de pedirte que les metieras pasta en sus sistemas de tarifa plana.
Así que la mejor manera de luchar contra el pirata, era obstaculizar lo más posible el avance de la industria, embrutecer al público como si el mensaje contrario fuera “la bolsa o la vida” y hacer ver a todos que el que tiene la idea, es que el que tiene que cobrar por ella. Pero, ¿Y el que la difunde? ¿Y esos millones de blogs que hablan de usted y le dan publicidad gratuita? ¿Esos grupos que se autopromocionan y le hacen a usted la vida más fácil para simplemente sacar la pasta en el momento adecuado, no apostando desde el principio que era lo que merecían? ¿Y esas empresas que tienen ideas innovadoras que pueden mejorar el mercado, si se les deja? ¿Quién paga todo eso, señor empresario?
Ahora suenan los nombres de Filmin, Spotify, Netflix, iTunes, Wuaki y un corto etcétera. Ahí es donde falló la otra parte, la que ahora se queja de que sin Megavideo se acabó el todo by the face, porque no han sabido ver que su lucha tenía que potenciar ese tipo de iniciativas y no obstaculizarlas. En pensar que de verdad, tenemos derecho legítimo (ahora parece que hasta Constitucional, por ahí está, revísenlo) para devorar sin control todo tipo de cultura que se nos antoje. Gente que gana 1.200 pavos al mes y paga el Plus (por los partidos), el seguro del coche y la tarifa plana del móvil para chatear y navegar (que es lo más…), pero te dice a la cara que él, 2,5 euros no paga por ver una peli. Una que quiere ver, o sea, una que le gusta, es decir, una que nadie le está obligando a ir a ver ni que necesita el mundo que él vea, para ser mejor ecosistema. Vamos, que él no paga, porque no le sale de los cojones, no porque la vida, el director de la peli o el estado le deban nada.
Y así estamos que a uno, a sus años, pirata convencido desde que las Traxdata iban a 2x, pero cinéfilo empedernido (de cine siempre que puede y sino videoclub que es más barato), apuntando ya canas prematuras para la edad que uno gasta, se le queda cara de tonto, viendo a unos defender lo indefendible y a otros querer conservar lo inverosímil. Váyanse ustedes a la mierda. A LA MIERRDDAAAaaaa!!!!
Que marcho, que he quedado para ir a ver la última de Balagueró y dejo esto aquí bajando, que si el último de Metallica es tan kk como el anterior, se lo va a comprar su bisabuela “La Manca”.