Revista Opinión

No se vayan todavía, aún hay más

Publicado el 12 octubre 2014 por Miguel García Vega @in_albis68

Miguel-Blesa-Rodrigo-Madrid-EFE_EDIIMA20141010_0513_13He tenido que rebuscar y me he ido al 3 junio de 2012, en este mismo blog. En aquel post hablaba de un rescate moral en España, tanto o más urgente que el financiero del que se hablaba en aquellos días. Han pasado más de dos años y con la perspectiva del tiempo transcurrido me doy cuenta de lo equivocado que estaba: no habíamos tocado suelo, ni mucho menos. Todavía podía ser mucho peor y así ha sido.

Se embozaron las alcantarillas del Régimen del 78, en algún momento se acumuló tanta mugre que ya no pudieron tragar más, y la pestilencia que emanaba desde consejos de administración y plantas nobles privadas y públicas se ha esparcido de tal manera que nos ahoga. Los medios oficiales siguen regando con incienso, pero la historia del fontanero que trabaja sin factura ya no puede tapar la fetidez que baja desde las alturas.

La experiencia nos dice que otro latrocinio –de los sinvergüenzas habituales o de nuevos aspirantes–puede volver a sorprendernos, aunque hay que reconocer que lo de esta semana deja el listón muy alto. Entre la Operación Ébola y las tarjetas black de Cajamadrid el sinvergüenzómetro ha acabado en el taller. El problema es que era tecnología alemana, muy fiable pero no preparada para captar estos niveles y los ingenieros germanos no saben por dónde empezar, ojipláticos los pobres.

Los viejos manuales dicen que el cliente siempre tiene la razón. Sabemos que no es un axioma inamovible sino una actitud. La de escucharle con respeto y atención, intentar comprender el problema y, dentro de lo posible, satisfacerle. La casta (con perdón) que gobierna en España cuando llega a una poltrona lo olvida e invierte los términos: se convierten en los clientes y todos los demás en sus empleados. No acaban de entender que en una democracia ellos son nuestros empleados. O tal vez lo que no acaban de entender es la palabra democracia, la clase de griego les pilló en los billares.

Putrefacción moral

Lo que parece claro es que el todavía excelentísimo señor consejero de sanidad de la Comunidad de Madrid, Javier Rodríguez, tiene motivaciones diferentes a la vocación de servicio. No entendió que como jefe debía responsabilizarse de los numerosos errores de su departamento en lugar de hacerse el chulo y echar la culpa de todo a una enfermera en estado grave, a la que debía apoyar por encima de todo. En el barrio en el que yo crecí a quien se comportaba de esa manera lo corrían a pedradas, pero eran otros tiempos y estábamos incivilizados.

Ana Mato, todavía ministra de Sanidad y Javier Rodríguez, todavía consejero de Sanidad de Madrid

Ana Mato, todavía ministra de Sanidad y Javier Rodríguez, todavía consejero de Sanidad de Madrid

No se trata de que ese señor sea del PP. Se puede ser todo lo liberal que uno quiera y defender la privatización de todo. Me cuesta, pero lo puedo entender, sobre todo si tienes dinero. De lo que se trata es de no ser ruin, mezquino o infame –elijan el adjetivo– y de no situar tu trasero por encima de tu dignidad, que te puede dar un esguince. A su edad, señor consejero y con su vida solucionada, tal como Ud. mismo dice. Si hasta nuestro ilustre presidente, famoso por su agilidad para afrontar los problemas, ha corrido al hospital para mostrar su apoyo a la enfermera; claro que tras decir que sus colegas le habían felicitado por lo bien que lo había hecho todo. Si es que a veces (y les prometo que no pretendo faltar) parece tonto. Dentro del mismo PP se han criticado las deplorables declaraciones del consejero, aunque me temo que más por cálculo electoral que por convencimiento.

Porque es el mismo partido que jaleó en el Congreso (4 de marzo de 2003) una declaración de guerra, o la aprobación de durísimos recortes sociales en 2012, o el famoso “que se jodan” tras más recortes en las prestaciones de desempleo. En la guerra de clases siempre hay algunos ricos que se extralimitan en las formas.

Conciencia opaca

Guardan su empatía hacia adentro –familia, partido, clase– nunca traspasa. Es tan opaca como las tarjetas de crédito que usaban los excelentísimos consejeros de Caja Madrid (¿Dónde andará escondida Esperanza Aguirre, siempre tan dicharachera?). Aunque aquí, si bien quien debía velar por el buen funcionamiento era la cúpula controlada por el PP, trincaron todos. Y a sabiendas, cuando vieron que se acaba el chollo empezaron a gastar como si no hubiera un mañana.

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Hoy apenas empiezan a conocerse los detalles de cómo unos caraduras muy respetables gastaban a todo trapo en un banco que al final hemos acabado salvando con nuestros impuestos. Todo al margen de Hacienda ¿o no? Con gente como Miguel Blesa y Rodrigo Rato al frente (en España la película se hubiera llamado “Los Intocables de Al Capone”), arrasaban en discotecas, restaurantes, tiendas de lujo y hasta ferreterías.  Hasta arriba de alcohol del caro. Algunos abonaban el parking con la tarjeta black. Sin vergüenza ninguna. Ya pagará alguien esto, aquí nunca pasa nada. Esas mismas personas, las que trincaron y las que lo permitieron, luego se permitían pedir bajadas de salarios y otros sacrificios a la población ante una crisis debida a misteriosas causas sobrenaturales, muy difíciles de entender: todo un lío con palabras complicadas en el que al final me parece recordar que toda la culpa era nuestra.

Siendo grave el desastre del ébola, lo de las tarjetas de Caja Madrid es mucho peor. Lo primero es un error concreto en el que se mezclan la incompetencia y el interesado desguace de la sanidad pública; lo segundo es toda una radiografía del Régimen del 78. Allí desvalijaron casi todos: gente del PP, del PSOE, IU, sindicatos y patronal. El Sistema al completo, o como quieran llamarlo. Un modo de vida soportado por el clientelismo y la ignorancia. Una transición modélica, pasmo del mundo civilizado, el mejor de los sistemas posibles y pon otra ronda de Dom Perignon a estos amigos, que paga el contribuyente, que para eso vota.

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Con la llegada del otoño hay mucha gente deseando una lluvia fina pero persistente que limpie un poco tanta podredumbre moral. Todos estamos involucrados en ello, por supuesto. Pero las palabras y las actitudes no son etéreas, pesan mucho. Por eso las de abajo no llegan arriba y las de arriba caen a plomo sobre los de abajo. A veces hasta les matan. Necesitamos un rescate moral y está claro que tiene que venir desde abajo, arriba todo son tarJETAS black. En aquel post que recordaba al principio mencionaba algunos casos de dignidad, inteligencia, recursos, imaginación. No se crea lo que dicen los corruptos, hay mucha gente íntegra en este país, dispuesta a arrimar el hombro sin meter la mano. Solo tenemos que tragarnos el miedo interesado de los que se aferran a sus tarjetas y darles una oportunidad.

Y perdonen el desahogo, ya hay muchos sitios así en la red y no estoy muy seguro de que le interese a nadie. Hacía tiempo que no renovaba esta sección del blog, intentaba no contagiarles del olor a cochiquera. También me disculpo ante mis lectores y lectoras americanos, a los que este asunto probablemente no les interesa demasiado, aunque todo esto tal vez les suene.

Pero es que hoy lo necesitaba. Me gustaría decirles que no volverá a suceder pero como decía Súper Ratón, seguro que hay más. Ya no sabemos donde mirar porque saltan chorizos por todos lados y simultáneamente. Esto no es un país, es un circo de tres pistas. Pero de los cutres.

Definitivamente hay que despertar de esta siesta de pesadilla indigesta. Tiene que llover a cántaros .


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