Hay mapas en los que no se dibujan lagos ni montañas, pero sí lugares y situaciones que marcan el devenir de nuestras vidas, y que unen y separan, igual que si fueran altas cordilleras. De la misma forma que el amor se convierte, en ocasiones, en un lugar que se parece demasiado a una huida, esa necesidad de cambio también nos proporciona la capacidad de transformase en la reivindicación de los lugares que hemos amado. Entonces, las fronteras ya no están dibujadas en color rojo como límites entre territorios, sino que devienen en una suerte de contradicciones sentimentales que se clavan en nuestras extrañas como la más eficaz de las dagas asesinas. Es verdad, nada es lo que parece, sin embargo, ese miedo innato al compromiso o a aceptar unas reglas del juego que no tenemos nada claras, nos lleva hacia el silencio —el de las mayorías silenciosas—, un espacio que se convierte en un colchón de plumas que nos da calor sin dejarnos marcada ninguna huella en nuestra piel. Algo parecido les sucede a Susana y Tomás, que se enfrentan a sus miedos y temores como animales heridos por las yagas de la vida, y lo hacen, a través de los aeropuertos que, en Suzanne,son la metáfora del tránsito y de la posibilidad de cambio. A pesar de todo, ni uno ni otro se dan cuenta de que la auténtica transformación está dentro de cada uno de ellos, porque el amor necesita de unas muletas donde sustentarse, unos apoyos cuyos nombres, en esta ocasión, se llaman: traición y perdón.
Al otro lado de nuestra piel y nuestros sentimientos existen otros mapas que, esta vez sí, son geográficos. Alaska, Montreal o Lisboa son lugares que pertenecen al universo de los deseos imposibles, y, en contraposición a ellos, Barcelona se erige como ese espacio donde reposar una buena parte de nuestros sueños, pues uno, al final, acaba siendo del lugar donde se quedó anclado. Las coordenadas de nuestra felicidad y desdicha están remarcadas en las calles de nuestros barrios, en los bancos de los parques en los que jugamos y en los escaparates de los bares que ahora permanecen abandonados como vestigios de una sociedad que ya no es lo que era. Esa necesidad del cambio que experimentan los espacios donde vivimos se convierten en Suzzaneen una proclama renacentista, donde Barcelona y Cataluña son las fronteras sentimentales, que no físicas, de una histeria colectiva que trata de ponerle puertas al campo. Aquí y ahora, subyacen la necesidad de cambiar al otro: «cualquier persona puede acabar siendo otra persona». Una sentencia que se traslada también a los lugares comunes que van más allá del amor entre dos personas que no acaban de renunciar a sí mismos. La inclusión de lo particular en lo general, le lleva a la autora a decirnos que: «cualquier lugar puede acabar siendo otro lugar», en un alegato de transformación colectiva por parte de unos dirigentes que no acaban de enterarse que lo que más aprecian los seres humanos es la libertad. Esa frontera última e íntima es más bien: «un tránsito social entre culturas», una permeabilidad u osmosis que se parece más a un intercambio de fluidos entre dos amantes que a la imposición de una relación íntima no consentida, pues a ésta no la podemos tildar como de amor, sino de violación. Maltrato físico e intelectual al que los pueblos, una vez sí y otra también, se ven sometidos por unos dirigentes ciegos y obcecados en sacar adelante sus propias obsesiones que, en demasiadas ocasiones, no se parecen a las de sus conciudadanos. Esa necesidad del cambio a través de su propia libertad no es sólo colectiva, puesto que también la experimentan Susana y Tomás en el mundo de los afectos, los propios y los ajenos, pues nadie quiere verse sometido por el otro. En este sentido, como muy bien nos apunta la autora, Noemí Trujillo: «la vida es un largo aprendizaje hacia el amor...»
Como nos decía Oscar Wilde: «lo importante no es elegir, sino saber lo que se quiere», y en esa nebulosa donde reposa la duda, descansan los reflejos del amor entre Susana y Tomás, más preocupados de sus propios aullidos que en los del prójimo. Gritos de dolor y ansiedad a los que siempre les cabe una última posibilidad de descansar en el lecho del amor y la pasión. En este sentido, el amor hacia una ciudad y una persona, remarcan los límites geográficos y sentimentales de Susana, protagonista de esta Suzzane de la escritora Noemí Trujillohttp://www.turpial.com/home/catalogo/suzanne-noemi-trujillo/que, como una heroína de la época moderna, busca su propia identidad sin necesidad de renunciar a sí misma y a sus raíces. La incomunicación y el miedo que este trance conlleva; la necesidad del cambio en uno mismo y la posibilidad de cambiar al otro; el sexo, entendido como necesidad y escape, dibujan este mapa de la huida bajo el que se esconden las verdaderas intenciones de sus protagonistas, Susana y Tomas, pues nada es lo que parece en una sociedad marcada por los silencios de sus dispositivos móviles y los reflejos de películas futuristas como Blade Runner o La Guerra de las Galaxias.
La autora, Noemí Trujillo, deposita sus artes literarias en la ausencia de descripciones externas. Las metáforas de los aeropuertos o las fronteras son más de carácter interno, como una vía donde sólo transitan los discursos interiores. La inteligente ausencia de tediosas descripciones exteriores, se compensa con diálogos dinámicos e intensos que nos dibujan los sentimientos de los personajes, abocados a esa fatalidad que es la de su propio destino, en muchas ocasiones, dirigido por las más oscuras pasiones interiores, pues igual que Kant nos habló de la diferencia entre el ser y el deber ser, Noemí Trujillohttp://noemitrujillo.com/ nos apunta incesantemente la diferencia entre la apariencia y la realidad.
En definitiva, Suzanne es la reivindicación de los lugares que hemos amado, porque quizá, como nos ocurre cuando escuchamos una y otra vez una canción que nos gusta, necesitamos soñar para seguir viviendo.
Ángel Silvelo Gabriel