Revista Cultura y Ocio
Toñín odia a su madre. La odia con un odio sordo que lo reconcome por dentro, rencoroso hasta los tuétanos sin saber muy bien por qué. Un odio desde las profundidades abisales de su alma, siniestro, tenebrosamente oscuro e inaccesible.Un día el odio le rebasó la contención y se le derramó en la sangre del brazo izquierdo con el que rompió el cristal del zaguán de un puñetazo, y el cristal le rompió a él las arterias que no pudieron repararle. Se lo cortaron, fue todo lo que pudieron hacer. Discutió con la madre porque había olvidado sus cereales del desayuno. Después siguió discutiendo con ella porque también era culpable de la amputación. Culpable de hervirle la sangre. Culpable de no dejarlo vivir sin culpas. Culpable, culpable quién de qué.Antonia enviudó cuando su hijo era un bebé y desde entonces ya no necesitó otro varón fuera de su casa, ni otras relaciones que la distrajeran del vínculo pernicioso que estableció con él: porque el hijo era suyo, solo suyo y de nadie más, de su propiedad, para su goce y disfrute, su inversión para la vejez, que para eso lo parió. Amores invertidos, perversos, impuros. Amores de dar y pagar, del debe-haber. Amores contables, morosos de necesidad: no puede pagarse lo que no tiene precio. Y ahora, con un brazo de menos, dónde va a conseguir trabajo si ya con los dos de antes no lo había logrado. Cómo va a emanciparse si mamá se encarga de todo, pero de todo todo, también de los cereales, que no han vuelto a faltar. En qué lugar y con quién estaría él mejor. De hecho Toñín sin brazo se agenció una excusa que le alivia la desazón de saberse mantenido por el padre muerto. Quizá pagó medio brazo siniestro por la media culpa de quedarse con la madre cuando el padre murió, aunque él está casi seguro de que no lo mató. A madre e hijo se les ve juntos con frecuencia: él grita, reprocha, gesticula manco sin pudor, siempre mal encarado, pero siempre encaramado a la madre. La madre incondicional sin límites, el hijo todo condiciones por no conocerlos. Antonio Jesús, Antonio por la madre y Jesús por el padre, así se cerró la cadena simbólica que los engarzó sin que la muerte pueda venir a separarlos. Solo la vida lo podría hacer, pero ellos no quieren saberlo.